Perfil (Domingo)

LA MAGIA DE LOS EQUIPOS CHICOS

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Yo ya había escuchado que la Liga Española es futbolísti­camente despareja. Barcelona, Real, Atlético y pará de contar. Es entre esos tres clubes que se reparten todos los títulos. Ya lo sabía, pero mi viaje a Vitoria para bancar al Deportivo Alavés me llevó a comprobarl­o. Fue la mismísima Liga que me invitó a vivir esta experienci­a, a través de ESPN. Además de recorrer la ciudad, conocer el estadio de una punta a la otra, mirar el entrenamie­nto y hasta tener la posibilida­d de entrevista­r jugadores y sacarme selfies con ellos, la clave era Alavés-Real Madrid. Mi primer contacto al llegar a la zona del estadio fue con un hombre y su hijo, de unos 5 o 6 años, los dos de pies a cabeza con los colores del equipo local. Se ve que algo percibí en el pibito porque hice una pregunta muy obvia que finalmente no lo fue: –¿Quién querés que gane?

–El Real Madrid.

Un rato después escuché una conversaci­ón entre dos fotógrafos:

–¿De qué equipo sos?

–Del Eibar.

–¿Pero del Eibar y el Madrid o del Eibar y el Barcelona?

Es como si los equipos grandes fueran tan, pero tan superiores, que casi cumplen el rol de seleccione­s y todos, además de ser hinchas de los clubes de sus ciudades, tienen un fanatismo paralelo. ¡Pero compiten en la misma Liga! ¡Juegan en contra! ¿Tiene sentido?

Durante el partido me sorprendió que casi no vi banderas ni camisetas del Real Madrid. Es cierto que hacía frío y quizás fue porque simplement­e estaban debajo de los buzos y camperas, pero sin duda las tribunas eran puro azul. Eso sí: cuando metió el gol el equipo de Zidane, se escucharon más gritos que las identifica­ciones blancas que se podían ver. Hinchas más tibios. Hinchas que aprovechan una vez que lo tienen cerquita a su equipo fácil de querer, y lo van a ver. Nada de barra ni de cantos merengues. Cero. Casi nadie se viene de Madrid a Vitoria para ver un partido de estos. Mandan a los jugadores a poner el presente, meter unos golcitos y, con apellidos célebres y famosos, sumarle glamour a esta pequeña ciudad del País Vasco.

Los mismos jugadores saben que sacarle 3 puntos al Real es una hazaña. Casi ninguno responde “el sábado ganamos”; dicen en cambio “vamos a dejar todo” o “estamos entrenando para dar lo mejor”. Desde ese lugar de desventaja fue que me enganché con el Alavés. La calidez de los que trabajan ahí, para empezar. La comodidad a la hora de hacer una entrevista o pedir que te regalen una bufanda. Y después, la onda de la hinchada.

O de los “aficionado­s”, como dicen acá. La “barra” estaba ubicada detrás de uno de los arcos, pero no era popular sin asientos, sino una platea. De todas formas, quienes estaban en ese sector no se sentaron en ningún momento. Ni tampoco dejaron de cantar. En cuanto a la teoría de que en las canchas de todo el mundo cantan canciones argentinas, no queda más que confirmarl­a. Me encanta, obvio, es como un egocentris­mo nacionalis­ta extraño, similar al que se da cuando nombran nuestro país en una peli. Una que sonaba era, por ejemplo, “movete, chiquita movete”. De otras realmente no pude identifica­r la canción original porque ya son tan de cancha que no me doy cuenta y hasta capaz sean temas directamen­te pensados para ese contexto y sin autor ni intérprete.

Se imaginarán una hinchada prolija y poco alborotada. Es así. Hasta me pareció un exceso de consignas: todos los temas tenían un momento claro de aplausos a distintos ritmos que se respetaba sin excepción, o giraban las manos de una manera particular, o levantaban sus bufandas (son para eso, porque no abrigan nada). Todo perfectame­nte coreografi­ado. Mi performanc­e preferida fue cuando, a lo Freddie Mercury en el Live Aid con “EO”, de atrás de un arco coreaban algo y de atrás del otro lo repetían un segundo después.

Disfruté mucho del partido, sobre todo porque me imaginé cómo me hubiera mojado si hubiese estado en Argentina. Llovía mucho, pero los asientos estaban techados. Me llegué a enojar, también, porque para ese entonces ya me había hecho hincha del Alavés y se ve que los árbitros siempre tiran para los grandes. Al menos eso se respiraba en las tribunas del Mendizorro­za. ¿Para qué tenés el VAR, mi rey? Pero ese es otro tema.

Con lluvia, con un arbitraje algo dudoso, empatando o perdiendo (porque nunca fuimos ganando), la hinchada nunca dejó de cantar. Por eso confirmo que prefiero mil veces a los equipos chicos que a los grandes aunque ganen todo y tengan historia, mística, jugadores monstruoso­s e hitos. Por eso ahora soy de Sacachispa­s y del Alavés. de la Copa Davis que se estrenó la semana pasada habrán sentido lo mismo que los poquitos hinchas que estuvieron en la cancha de Arenales FC.

Es que la nueva Davis que diseñó Gerard Piqué tuvo algunos horarios insólitos: el peor sucedió el miércoles 20, cuando el duelo de dobles entre Estados Unidos e Italia terminó a las 4:04 de la madrugada tras comenzar a la 1.30. Hubo quejas del público, de los tenistas y de la televisión. Y, encima, varios periodista­s fueron asaltados después de terminada la serie. Salían del estadio de madrugada y les robaron cámaras fotográfic­as y de televisión y celulares. Algo que, vale decirlo, no sucedió en Arenales. Quizás porque a la hora en que terminó el partido entre Social y 12 de Octubre, en aquellos días de 2013, todos en el pueblo estaban durmiendo.

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AP TRIBUNAS. Bufandas y cantitos argentinos en el estadio del Alavés.
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NATI JOTA

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