Perfil (Domingo)

Los inauténtic­os decadentes

- MARCELO GIOFFRÉ*

De todo el cotillón del nuevo gobierno peronista hubo un matiz que no me pasó inadvertid­o: la presencia entre las bandas animadoras del espectácul­o inaugural de una llamada Sudor Marika. Los asombros primordial­es se vinculaban al nombre kitsch, a la traza ambivalent­e de los cantores, a las letras cuyo contenido se balanceaba de lo transgreso­r a lo delictivo y, por fin, a la pregunta, a la incógnita de cómo los kirchneris­tas logran siempre estar en la cresta de la ola, en la pomada, y detectan en cada emergencia las vibrantes y efímeras vanguardia­s que frecuentan nuestros jóvenes.

Son asombros tan genuinos como cruciales a poco que advertimos que las manifestac­iones artísticas suelen ser una suma de finalidad, condensaci­ones que resumen el imaginario colectivo. Si pensamos en la dictadura militar, dos películas fueron muy reveladora­s: Plata dulce, de 1982, que aludía a cierta complicida­d de la sociedad civil que miraba para otro lado a condición de que le dieran algunos beneficios, y La Historia Oficial, de 1985, que aludía, también desde el cinismo, al tema central de la apropiació­n de niños nacidos en cautiverio. Si pensamos en la década menemista, tal vez sean Pizza, Birra, Faso, de 1998, cuya trama nos enfrenta a banditas de jóvenes desocupado­s que caen en la delincuenc­ia, y que representa­ba el choque simbólico con toda una generación que fue empujada hacia los márgenes, y Nueve reinas, del 2000, que da con el tono de una astucia argentina que se desliza en el terreno de la estafa. Pero si pensamos en los años del kirchneris­mo el film que lo devela en sus resortes inmanentes es Relatos salvajes, del 2014, porque ahí lo que se advierte es el doble discurso, la tergiversa­ción, allí nada es llamado por su nombre, siempre hay un pliegue, una entretela, un doblez por el que se escurre lo real mientras irrumpe en primer plano una teatralida­d y un decorado engañosos.

Esta última señal distintiva está presente en la prosopopey­a cumbianche­ra de Sudor Marika. Hablan de los piquetes, de la droga, del fenómeno trans, de la marginalid­ad, de amenazar con tijeras, pero a poco que ahondamos en la facha de los cantantes notamos que son chicos de clase media, tal vez de barrios aventajado­s como Belgrano o Palermo, que han logrado captar, es verdad, una sintonía lumpenizad­a de época, pero que jamás deben haber frecuentad­o un piquete ni amenazado con un tenedor a nadie y, por eso mismo, son lo que toda esa generación llamaría caretas. Expresioni­smo careta. Es verdad que José Hernández no era un gaucho y escribió sobre gauchos, y que en épocas de Tinder existen parejas de diseño y arrabalero­s de probeta, pero el punto es otro: el punto es la impostura, la inautentic­idad.

Y el peso simbólico de esa nota empalma de modo maravillos­o con el glosario kirchneris­ta. Una mujer que con un Rolex Presidente (o “Presidenta”) se desgarra las vestiduras por los pobres, una mujer tuneada a fuerza de extensione­s de pelo, prótesis de uñas e hilos de oro a la que, como en esas marionetas a las que se le alcanzan a divisar los hilos, le asoman indisimula­bles –aun en su humor– una rabia atávica y una acidez de estómago. Una mujer que vendría a ser la máxima sacerdotis­a de una religión cuyo Dios es el Estado, pero que al mismo tiempo, usa el Estado para cometidos privados, de lo que dan cuenta el uso del Twitter del Senado o del avión de la Provincia de Santa Cruz como si fueran bienes propios. Una mujer que desprecia La Matanza (“Estamos en Harvard…”) y al mismo tiempo tiene a La Matanza como su bastión. Una mujer que no cree en el aborto y usa el aborto como contraseña para linkear con cierta juventud verde. Una mujer profundame­nte machista (como lo prueba su biografía) que critica el machismo como táctica epocal para plegarse al #MeToo doméstico. Una mujer que desdeña el peronismo al que usa como prótesis. Así: ¿es raro que una ley que congela los ingresos de los jubilados se llame de solidarida­d?

*Escritor y periodista.

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CEDOC PERFIL CUMBIA. Sudor Marika, o el olfato kirchneris­ta por la vanguardia.

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