SIN TIEMPO PARA EL MAL PURO
J.Z. —Interpretas al Hitler cartoon que ve el niño protagonista. ¿Cómo preparas un rol así de complejo?
—Para prepararme, empecé a ver algunos documentales de Hitler, pero después me di cuenta de que eso no valía la pena. Y esto se debió a que no le debemos dar a Hitler siquiera una oportunidad para ser escuchado. No le debemos ningún tipo de interpretación honesta. Solo quería interpretarme a mí mismo con un poco de acento. En realidad, ese cartoon no comparte nada con el hombre real, salvo el atuendo, el bigote y el corte de pelo. Creo que mi humor cambió cuando me puse el bigote y las botas militares. Me ponía a dar órdenes a gente a mi alrededor y comenzaban a mirarme de soslayo con una expresión rara. Me daba cuenta de mí mismo y me daba cuenta de cuán
ridículo me veía con este bigotito burdo.
—Das cuenta en tu film a tono de comedia con la idea del fin de la inocencia en la infancia, ¿por qué?
—Las películas también lidian con la corrupción de esa inocencia que mencionamos antes. En Jojo Rabbit se habla de cómo la ideología nazi corrompió a niños que crecieron bajo la organización de la Juventud de Hitler. Así es, les arrebataron su inocencia. Les arrancaron su habilidad de solo ser niños. Fueron alentados a estar en contra de sus padres (rechazarlos, de hecho, si estos decían algo negativo acerca del partido). Fueron exhortados a delatarlos. Les dijeron: “Hitler es tu verdadero padre y, diga lo que diga, tienes que escucharlo”. Ocho millones de niños pasaron por ese programa juvenil. Es aterrador. Pero también es trágico y desgarrador.