PANORAMA Realismo peronista
Solo una negociación medianamente exitosa de la deuda permitirá que se pueda comenzar a hablar de Alberto 2023.
que la enorme popularidad de Evita, quien a su vez responde en la Plaza de Mayo con su famoso discurso del renunciamiento histórico (“renuncio a los honores, pero no a la lucha”). La segunda escena fue la derrota de Antonio Cafiero frente a Carlos Menem en 1988, en la única interna presidencial de la historia del Partido Justicialista. La “cafieradora” implicaba un proyecto para un peronismo modernizado dispuesto a interpretar el desafío bipartidista lanzado por Raúl Alfonsín y en su momento parecía invencible frente al riojano de poncho y patillas. El tercer elemento fue la elección de Alberto Fernández por parte de Cristina Kirchner para encabezar la fórmula del Frente de Todos en las pasadas elecciones de 2019.
Eva o Perón. Una característica de la larga década kirchnerista (2003-2015) fue su capacidad como gobierno de ser oficialismo y oposición a la vez, asumiendo un carácter más evitista que peroniano. Cristina Kirchner intentó mostrar a su espacio político como superador de la lógica política de Juan Perón, a quien incluso criticó públicamente porque la Constitución de 1949 no aseguraba el derecho de huelga (lo cual era estrictamente cierto). Hoy existe un sector no menor de dirigentes y simpatizantes que se consideran kirchneristas, pero no peronistas.
Por su parte, la derrota de Cafiero en 1988 expulsó a gran parte de la clase media del paraíso justicialista, de esta forma por ejemplo la Ciudad de Buenos Aires eligió como jefe de Gobierno a De la Rúa, a Aníbal Ibarra, a Mauricio Macri y a Horacio Rodríguez Larreta. Parte de la decisión de Cristina Kirchner al elegir a Alberto Fernández se basó en que se trata de un dirigente peronista conocedor del Estado, pero cuyo territorio es la base de la oposición. Será cuestión de tiempo ver si Fernández logra convertir esta debilidad en virtud. Tampoco es casualidad que la provincia de Buenos Aires haya quedado en manos de Axel Kicillof, un político a quien no se identifica con las tradiciones peronistas, lo que promete tensiones inéditas en esta fuerza.
Transformaciones. Más allá de su propia historia, el realismo peronista vuelve una y otra vez a gobernar la Argentina porque es la fuerza que conserva la capacidad de modular las características de una economía capitalista periférica de base agropecuaria con las viejas y nuevas demandas populares. Estas
demandas, lejos de disminuir, tienden a aumentar en la medida en que la estructura económica ha ido reduciendo la participación de la industria en el producto nacional y por consiguiente se ha aminorado la cantidad de obreros industriales, otrora columna vertebral del justicialismo clásico. En este sentido, la pobreza estructural que abarca a la tercera parte de la población ha dejado de ser una contingencia para convertirse en un espacio político que, votando unificado, vuelve imbatible al peronismo. Estas capacidades no fueron correctamente evaluadas por el macrismo, en especial a partir de fines de 2017.
Sin embargo, cada gobierno peronista es diferente. En parte porque se adapta a las condiciones internacionales que se sobreimponen. La deuda externa en este sentido es un condicionante esencial que restringe la posibilidad de desarrollar políticas públicas. Este es precisamente el desafío de Alberto Fernández: maximizar su margen de maniobra reducido por las negociaciones en los centros financieros internacionales, pero también acotado por la propia composición de la convergencia política que lo llevó a la presidencia. Las giras internacionales que ha realizado en estas semanas buscaron mejorar su imagen, así como aumentar su capacidad negociadora con el fin de obtener un período de gracia para el capital y los intereses. Del resultado de estas discusiones pasará a depender buena parte de su gestión y si se puede comenzar a hablar o no de Alberto 2023.