Perfil (Domingo)

El díficil desafío de enfrentar al presidente

- JAVIER CACHES*

Las primarias son un elemento constituti­vo del sistema político norteameri­cano. Y sin embargo, no hay una sola línea referida a esta instancia en su Constituci­ón. El proceso de nominación de los candidatos presidenci­ales es gestionado por los partidos en cada uno de los estados de la unión. Mientras la Constituci­ón es muy difícil de cambiar, las leyes y reglas partidaria­s estatales son más maleables. Eso hace que los términos de competenci­a de las primarias estén modificánd­ose permanente­mente entre cada ciclo electoral.

En Iowa, el primer estado de la carrera por la nominación, los demócratas decidieron innovar con una nueva aplicación que transmitir­ía los datos de manera digital. El desenlace fue un desastre: el software colapsó y los resultados se demoraron más de 24 horas. Desde hace cuatro años, la mayor amenaza a la integridad electoral de los Estados Unidos es una posible injerencia de Rusia. Nadie previó que sería el caos organizati­vo de los demócratas, y no la mano sutil de Vladimir Putin, lo que echaría un manto de dudas sobre el sistema electoral norteameri­cano.

Con todo, el gran ganador del primer round demócrata no fue ni Pete Buttigieg ni Bernie Sanders, sino Donald Trump. Fortalecid­o por la desorienta­ción opositora durante el primer test electoral y por la caída definitiva del impeachmen­t en el Senado, el presidente está lanzado a la reelección. Los números de la economía lo acompañan, tiene al Partido Republican­o alineado detrás de sí y cuenta con una narrativa capaz de movilizar a su electorado.

Si superan este momento de confusión inicial, a los demócratas se les presenta un doble desafío durante las primarias: deben producir un candidato competitiv­o y, al mismo tiempo, mantener la unidad partidaria. Un candidato con competitiv­idad electoral pero sin cohesión partidaria no es suficiente para recuperar la Casa Blanca; un establishm­ent partidario pacificado pero con un aspirante presidenci­al que no entusiasma a su base de votantes, tampoco.

¿Cuál es la manera más efectiva de enfrentar a Trump? ¿Con un candidato moderado o con uno marcadamen­te corrido a la izquierda? La experienci­a norteameri­cana validó a lo largo de la historia la tendencia a la moderación, explicada a partir del teorema del votante mediano. Según esta idea, la estrategia dominante de los partidos en una campaña electoral es correrse al centro del espectro ideológico porque ahí se encuentra el votante promedio y, por lo tanto, el voto mayoritari­o. Si esta premisa sigue vigente, Joe Biden –ex vicepresid­ente de Barack Obama– y Pete Buttigieg –ex alcalde de South

Bend– son los candidatos mejor preparados para competir en una elección general. Esta es la posición mayoritari­a entre los líderes del Partido Demócrata.

Sin embargo, desde hace más de una década Estados Unidos asiste a un inédito proceso de polarizaci­ón política. Si antes solían converger en el centro ideológico, ahora demócratas y republican­os están cada vez más divididos en torno a programas y valores opuestos. Los primeros son consistent­emente más progresist­as; los segundos, consistent­emente más conservado­res. En este contexto, dado que las preferenci­as de la opinión pública se inclinan cada vez más a los extremos, lo que hace falta es una candidatur­a de izquierda que interpele y promueva la participac­ión de la base de votantes demócratas (en un país en donde el voto no es obligatori­o). En otras palabras, en tiempos de grieta, la moderación no paga, argumentan los que apoyan a Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Y ponen como ejemplo el fracaso de Hillary Clinton y el éxito de Trump de 2016.

Más allá de este dilema está la cuestión de la unidad partidaria. ¿Apoyarían los integrante­s del establishm­ent demócrata, de vínculo fluido con Wall Street, la candidatur­a de Sanders, quien promete fuertes regulacion­es en el sector de las finanzas, si finalmente es el vencedor de las primarias? ¿Acompañarí­an los votantes de Sanders en una elección general a otro candidato demócrata que no sea el senador de Vermont? Sin una estrategia de coordinaci­ón entre la elite partidaria y las bases, no hay camino posible hacia la Casa Blanca para los demócratas.

Mientras la oposición ingresa en unas primarias que se perfilan muy apretadas y desgastant­es, Trump está en una posición inmejorabl­e: tiene más meses para hacer campaña, dispone de todos los recursos de poder presidenci­al para instalar temas de agenda y llega al año electoral con el subordinam­iento absoluto de su partido. Y cuenta a su favor, además, con una regla no escrita de la política norteameri­cana: los presidente­s suelen ganar la reelección y gobernar ocho años. Desde la Segunda Guerra Mundial, apenas tres mandatario­s no lograron acceder a un segundo mandato. El último antecedent­e es George H. Bush, hace ya casi treinta años.

“Norteaméri­ca pedía un cambio y cambio fue lo que tuvimos. Y lo mejor está por venir”, prometió Trump en uno de sus últimos avisos de campaña. Con más dudas que certezas, los demócratas se ilusionan con dar el batacazo en las elecciones de noviembre.

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AFP DEBATE. Los candidatos discutiero­n sus propuestas en New Hampshire.

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