■ CRITICA La complejidad de la sencillez
No le llames amor a cualquier cosa Autora: Luciano Olivera Género: relatos Otras obras de la autora: Aspirinas y caramelos; Largavistas Editorial: Aurelia Rivera, $ 610
Borges sostenía que el escritor debe deponer todo énfasis y, antes que eso, toda pretensión de genialidad, virus que coloniza la mente de quien, antes que aplicarse a la aleatoria y siempre incierta deriva de un texto literario, se consume en la vana y vanidosa tarea de terminar coronando con una victoria memorable la batalla que tiene perdida de antemano. Escribir con la plena conciencia del propio y seguro fracaso debe ser la condición necesaria, aunque no suficiente, para dedicar horas y años a esa inhumana faena. El escritor suele estar doblegado ante su vanidad, vista ésta como una desventaja que, sin embargo, en dosis homeopáticas, resulta necesaria.
No es el caso de Luciano Olivera. No lo es de su libro No le llames amor a cualquier cosa. Todo admirador de Raymond Carver –¿quién no lo es?– encontrará en estos relatos, ecos de la inocencia y el temperamento del Chéjov americano. Para probar que la sencillez puede ser secreta complejidad en un buen narrador: “Al reparo de la sombra escasa, los ancianos juegan partidas de ajedrez tan eternas como ellos”, anota Olivera en “El pianista del Habana Libre”. O cuando leemos el comienzo (instancia que predestina) en “Animalada”: “Siempre quise decir “escribo esto mientras atravieso Europa en un tren de alta velocidad” y eso es exactamente lo que estoy haciendo ahora”. O: “Hace frío. Qué lindo es el frío, cómo me gusta que me salga vapor por la boca. Me gusta que me salga a mí y me gusta ver cómo le sale a la gente. Por ejemplo a esa chica, en la esquina de Paraná…”, en “Postales de la guerra fría”.
Dan ganas de leer estos relatos y decir a su autor que se quede tranquilo, en todos ellos se oye la melodía que nos hará chiquitos por un rato.