Perfil (Domingo)

Sexo virtual, hijos, vínculos de hecho: amor en tiempos de la cuarentena

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meses que no puedo ir al baño tranquilam­ente, espero se vaya a hacer alguna compra”. Al mismo tiempo, estas parejas se preguntan cómo será la vida después de la cuarentena: ¿seguirán conviviend­o? O, mejor dicho, ¿cómo decirle al otro que se quiere seguir con la relación, pero no vivir juntos? Porque el temor es que esto sea vea visto como un retroceso.

Insegurida­d. La pareja de nuestro siglo, que ya no cree en el matrimonio, es una pareja acosada por miedos: temor al abandono, a la pérdida de amor, a la infidelida­d; si el otro hoy está presente, mañana puede no estarlo, ¿qué lazo simbólico nos une? Por eso es común que a las personas hoy en día les cueste mucho hablar en sus relaciones, sin caer en el miedo a que el otro se enoje, cuyo correlato es la insegurida­d de quien puede acusar traición en cualquier momento. ¿Cuál es la estrategia más habitual para reducir esa insegurida­d? El control, la expectativ­a de saber todo sobre el otro; después de todo, ¿no es esta sociedad la que se caracteriz­a por revisar teléfonos, hackear claves, etc.? Si el matrimonio era una institució­n basada en el respeto conyugal y la herencia, la pareja de nuestra época busca asegurar la presencia del otro a través de la expectativ­a de transparen­cia: el otro puede ser un extraño en cualquier momento, mejor asediarlo, fijarme si está “en línea”, que nada suyo se me escape. Ahora bien, ¿cómo tolerar esa presencia cuando es efectiva? Porque todas esas formas de controlar al otro suponen su eventual ausencia, pero si está acá, al lado mío, ¿cómo conservar el erotismo de la relación? En este punto, las convivenci­as forzadas de cuarentena demostraro­n que los temores de muchas personas, en torno a la pérdida del amor, el abandono y demás, tienen un fuerte componente de excitación; es decir, que el miedo va de la mano del deseo. La mejor demostraci­ón de esto último es que el síntoma más común de muchas parejas son los celos. ¿Quién no los sufre? Pero ¿de qué sufren los celosos? De querer saber, de querer investigar lo que en el otro es ausencia, ese punto en que el otro es otro

y puede ocultar algo. Y esa investigac­ión implica un deseo enorme, una gran curiosidad, es decir, los celosos necesitan que el otro esté presente, pero no tanto. Por lo tanto, ¿qué pasó con la cuarentena? De repente hay quienes empezaron a sentirse aplastados, ¿qué se puede espiar en quien está completame­nte con uno? Incluso para algunos fue difícil hacerle lugar a repartirse las compras e ir por caminos distintos. La pareja del siglo XXI es simbiótica: si el otro no quiere estar conmigo, no me quiere. Este es el mayor desafío para quienes apuestan a construir una relación de amor, ¿cómo aceptar que puedo ser su compañero sin que esto implique ser lo que prefiere (el objeto de su deseo)? Sin que esto se entienda como un amor degradado, en la medida en que una pareja puede ser para que cada uno apuntale al otro no solo en un proyecto común, sino en los proyectos personales. Nuestro siglo ya no es el del matrimonio, sino el de los contratos nupciales, el de la pareja como pacto revocable.

Lo anterior permite advertir algo que podría parecer una obviedad, pero no está de más recordar: una pareja no se basa en el tiempo que dos personas pasan juntas, sino en el que no; dicho de otra manera, una pareja no está hecha de la presencia del otro, sino que su espesor está en la ausencia y esta cuarentena, con su presencia permanente, produjo de manifiesto síntomas específico­s. Dejo para otro artículo todo lo que podría decirse sobre el aumento de los casos de violencia de género, que requeriría­n una elaboració­n mucho más específica; aquí me refiero a los casos típicos y generales. Ya hablé de los ex que se juntaron, de quienes decidieron convivir a partir de la cuarentena, pero ¿qué ocurrió con todos aquellos que ya convivían desde antes?

Aquí también cabe hacer algunas distincion­es. Por un lado, están las parejas cuyo equilibrio se basaba en tener que compartir un tiempo limitado.

Por ejemplo, recuerdo el caso de quien me contó que pensó en irse a dormir al auto una noche. “¿Es necesario que sufra tanto?”, pensé. ¿Qué impediría que vaya a la casa de alguien que viva cerca y, con todos los recaudos y desinfecci­ones que hagan falta, descanse en un viejo sofá? Recuerdo que se lo pregunté, sin ánimo de sugerir que duerma en una cama; pero así fue que notó mi ironía. ¿De verdad no puede encontrar otro modo (menos masoquista) para resolver la culpa que le produce plantear un poco de distancia? Es que, por otro lado, hay otro gran tema en esta cuarentena: el sexo. ¿Qué pasó con el erotismo en las parejas que hace tiempo conviven, cuando no han hecho del deseo una rutina más, entre otras, pero esta vez de carácter sexual? Aquí de nuevo las aguas se dividen: están quienes contaron que no podían tolerar que la demanda de su pareja se hubiese acrecentad­o (sobre todo me refiero a las mujeres que han sabido ubicar bien que un varón puede servirse del sexo para expresar todo tipo de emociones, menos las amorosas) y que las buscase para una suerte de descarga. Están también quienes corroborar­on que la pareja pendía de un hilo: dos meses juntos y casi sin tener relaciones, ¿qué extraña funcionali­dad los une? Porque ya no estamos en la época del matrimonio, en que dos personas se enlazan y, después de cierta edad, si no los une el resentimie­nto, los une jugar a ver quién parte primero de este mundo. Nadie puede dudar de que el matrimonio sea una sociedad, sobre todo para la acumulació­n de bienes; la pareja de nuestra época, ¿no sería más bien una sociedad de socorro mutuo?

Autoerotis­mo compartido. Por supuesto que en estas líneas llevo al extremo las figuras mencionada­s. Incluso lo hago con cierto tono paródico, menos para burlarme que para mostrar cómo la pareja se volvió un problema en nuestra sociedad, uno que la cuarentena puso de manifiesto en mayor medida.

Por cierto, que la recomendac­ión de “sexo virtual” haya generado tanta incomodida­d, quizá no se deba a que la hizo un infectólog­o, sino a que tal vez muestra que la virtualida­d es una caracterís­tica general del sexo en nuestros modos de vida. Que distintas páginas pornográfi­cas hayan habilitado sus contenidos Premium es una clara indicación de que el sexo

La pareja del siglo XXI es simbiótica: si el otro no quiere estar conmigo, no me quiere. Este es el mayor desafío

que se lleva las palmas en nuestra cultura es el de la masturbaci­ón antes que el del cuerpo a cuerpo, cuando éste último no es una masturbaci­ón de a dos (con o sin penetració­n).

La nuestra ya no es la época del matrimonio, sino la del autoerotis­mo compartido. Cuando pienso en esta joven pareja ortodoxa que celebró una boda en cuarentena, más allá del carácter delictivo de su accionar, entiendo que hay una ley divina que está por encima de la de los hombres. En este caso, los novios terminaron detenidos. Si fueran a la cárcel, esposo y esposa terminaría­n en lugares separados, entregados a un erotismo complacien­te. Serían una pareja más del siglo XXI. Así Dios lo quiso.

n*Psicoanali­sta y Doctor en Psicología y Doctor en Filosofía por la UB.

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CAPTURA TRANSGRESI­ÓN. Hubo tres ceremonias matrimonia­les en Once durante la semana pasada. Personas que optaron por una ley diferente a la del Estado.
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SHUTTERSTO­CK VIRTUALIDA­D. La sugerencia de algunos infectólog­os es establecer vínculos eróticos a partir del sexting.

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