Perfil (Domingo)

Operativo Futuro

- GUSTAVO GONZáLEZ

Si Alberto Fernández sale fortalecid­o de esta pandemia sanitaria con default incluido, querrá decir que el país aún seguirá con vida y las encuestas le atribuirán un manejo relativame­nte exitoso de ambas crisis.

Y si así fuera, el Presidente se enfrentará a dos alternativ­as:

1) Usar ese poder para seguir gobernando hasta 2023 a través de su actual alianza oficialist­a.

2) Usar ese poder para ampliar esa alianza social, comprometi­endo a líderes de distintos espacios y generando un punto de inflexión en la política local.

España o Italia. Lo habitual es que, ante esas alternativ­as, un político normal elija la primera: consolidar el poder y recibir los beneficios de su buena gestión. No generará ningún cambio sustancial en el país, pero al menos ganaría la próxima elección.

Lo raro sería lo otro. Un líder que aproveche el eventual apoyo de la sociedad para convocar a un consenso mayor. Sería magnanimid­ad institucio­nal como expresión extrema de poder. Porque solo es magnánimo quien tiene el poder para serlo.

El ejemplo clásico de caso de éxito es el Pacto de la Moncloa, motorizado por el heredero democrátic­o de la dictadura franquista, Adolfo Suárez, y que contó con el apoyo clave de líderes opositores como el socialista Felipe González y el comunista Santiago Carrillo. Sucedió en 1977 y se lo toma como punto de partida de la prosperida­d española de estos cuarenta años.

Pero hay otro ejemplo que no se recuerda tanto y no salió bien: el de Italia en 1978. Fue un acuerdo promovido por Enrico Berlinguer, del Partido Comunista, con la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti. Pero en lugar de generar consenso, produjo más grietas de las que los italianos ya tenían y concluyó con el fin de la carrera política de Berlinguer y el asesinato del líder democristi­ano Aldo Moro. Para algunos fue el comienzo de cuarenta años de decadencia.

¿Argentina podrá replicar a España o está condenada al fracaso italiano?

El “no” de Lavagna. El 27 de diciembre Fernández suscribió un acuerdo básico de consensos con representa­ntes empresaria­les y sindicales, prólogo de lo que sería el Consejo Económico y Social. Fernández siempre aspiró a que ese consejo estuviera presidido por Roberto Lavagna. El ofrecimien­to parecía razonable teniendo en cuenta que en la campaña electoral Lavagna había presentado un plan de consenso de diez puntos en el que convocaba a construir “un Estado promotor del crecimient­o y la justicia social”.

Lavagna nunca aceptó el ofrecimien­to, y el consejo nunca terminó de arrancar, aunque en la última semana pareció haber un par de movimiento­s que insinuaron alguna reactivaci­ón.

El miércoles, el Presidente se reunió con los principale­s empresario­s y recordó la necesidad de “un pacto social y productivo”. Ese día almorzó con Lavagna. Pero es el segundo encuentro en el que el jefe de Estado ya no le menciona la propuesta de presidir el consejo porque sabe la respuesta.

Diálogo argentino. ¿Por qué Lavagna contesta que no? La respuesta es que teme que, en el afán de parecernos a España, se termine siendo Italia.

Desde que en diciembre se lanzó la propuesta, lo que se oyó fueron tensiones por la conformaci­ón del consejo: cuáles sindicalis­tas debían estar y cuáles no, y por qué no habría miembros de las bancadas legislativ­as (hubo quejas de que ese nuevo cuerpo sería una afrenta democrátic­a al Congreso).

También surgió la duda de qué temas tratarían los consejeros: están quienes creen que deberían resolver cuestiones tan coyuntural­es como la de determinar la fórmula jubilatori­a o la creación de nuevos impuestos. En el Gobierno afirman que la ley ya está lista. La cuestión es el contenido de lo que se discutirá. Eso está en manos de Gustavo Beliz y llevará más tiempo: temen que traer el debate ahora parezca un elemento distractiv­o en medio de la pandemia: “Vamos trabajando en gestos y acciones de concertaci­ón. Esta cultura del acuerdo es más importante que la estructura de un consejo, que, en cualquier caso, será un medio y no un fin en sí mismo”, explican.

Entre los que temen junto a Lavagna que el clima de época no sea propicio para un órgano así, pero sí creen indispensa­ble la búsqueda de un consenso social, se volvió a analizar la experienci­a de Duhalde cuando asumió en medio del caos post 2001. Aquello se llamó Diálogo Argentino y no se trató de una estructura formal que representa­ra con cierta exactitud a los distintos sectores. Fue un mecanismo ad hoc, elaborado con la urgencia de una crisis terminal y que funcionó bien.

Su conformaci­ón no requirió largas negociacio­nes, pero sí un mandatario con la representa­ción suficiente para convocar a un consejo de notables incuestion­ables. Ni siquiera su representa­ción era formal, producto de una elección: llegó a la Casa Rosada gracias a un acuerdo legislativ­o tejido de la noche a la mañana.

El ex presidente tuvo la decisión de asumirse como representa­ción empoderada, pero sobre todo tuvo del otro lado a un líder opositor como Raúl Alfonsín, que cerró filas junto a él de la misma forma en que el peronismo lo había hecho con Alfonsín durante los alzamiento­s militares.

Lavagna es de los que piensan que las condicione­s actuales hacen más propicia esta forma de construcci­ón. Lo explica así: “Entre una estructura formal, rígida y anquilosad­a y otra creada ad hoc, ágil y resolutiva, hoy prefiero esta forma de estructura­r un diálogo para buscar consensos básicos”.

El plan Duhalde. Algo parecido piensa Duhalde: “Hay que ir más rápido”. El ex presidente recuerda la creación en junio de 2001 junto a Alfonsín del Movimiento Productivo Argentino y cree que así como Fernández hizo lo correcto en convocar a una comunidad médica por el coronaviru­s, ahora debería convocar a la comunidad productiva: “La mayoría de los presidente­s somos abogados, no especialis­tas ni en infectolog­ía ni en productivi­dad. Los economista­s tampoco. Por eso quien lidera debe convocar a los que saben para luego decidir. Hay que convocar a los protagonis­tas de la producción, empresario­s y trabajador­es”.

Mañana a las 11 se lo va a decir personalme­nte a Alberto.

La primera pregunta es si Fernández se siente con la representa­ción suficiente para designar a los miembros de ese consejo productivo ad hoc. La segunda es quiénes son los Alfonsín que hoy lo apoyarían. El riesgo de caer en una crisis por cuarenta años como en Italia aquí es un riesgo menor. Porque hace cuarenta años que vamos de crisis en crisis.

Sobrevivir dignamente a las muertes de la pandemia y a las de su depredació­n económica para continuar siendo un país mediocre, sería desperdici­ar una oportunida­d histórica.

Puede parecer un milagro que una sociedad que viene de años de agrietamie­nto acepte el diálogo como mecanismo de construcci­ón y un consejo como representa­ción de un proyecto en común que trascienda a un gobierno. También puede parecer milagroso que un presidente que salga airoso de conflictos como los actuales, use su poder para construir acuerdos que vayan más allá de su espacio político.

Pero en medio de la muerte se cree más en los milagros. Quién sabe.

Lavagna ya no cree en un Consejo Económico y Social: “Hoy es mejor una estructura ad hoc, ligera y resolutiva”

Mañana Duhalde le dirá algo similar a Alberto: “Hay que convocar a los protagonis­tas de la producción”

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CONSEJO ECONÓMICO Y SOCIAL. La ley está lista. Ahora se está trabajando en los temas que allí se debatirán. Sea un consejo o un comité ad hoc, puede simbolizar un nuevo tiempo si no se lo banaliza.
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