Perfil (Domingo)

Imponiendo al capital

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Relax. En este marco, los analistas creen que, aunque se solucione el tema de la reestructu­ración de la deuda ,“falta mucho” para que se pueda relajar el cepo impuesto a los ahorristas minoristas, que actualment­e permite comprar un cupo mensual de US$ 200.

Para Lorenzo, “ese va a ser el último canal que liberen: viendo la poca confianza que hay en el peso, el riesgo es que haya una avalancha de demanda de dólares y alimente una mayor inflación”. Además, el economista opinó que “este año, seguro que no”. Vauthier acordó que “relajar el cupo para atesoramie­nto será más adelante, porque llevará más tiempo restaurar la confianza y requiere varios pasos en el medio”. Dijo que se podría pensar en eso “una vez que se haya estabiliza­do la situación financiera, que haya un escenario de tasas de interés reales positivas, con un BCRA administra­ndo en forma prudente la liquidez y un Tesoro que dé señales de una convergenc­ia a un equilibrio o superávit fiscal”. Santiago Gambaro, de

Analytica, evaluó que “se puede recuperar la demanda de pesos perdida a partir de un arreglo con los acreedores, pero no quiere decir que haya margen para eliminar definitiva­mente las regulacion­es cambiarias, van a permanecer durante muchos años más, sí pueden relajarse los criterios de la normativa 7030 ( la que afecta a importador­es), pero para el resto queda un trecho muy largo”.

Marull manifestó que tampoco cree que baje en el corto plazo el recargo del 30% de impuesto para el llamado “dólar solidario o turista”. Para el economista, si después de negociar la deuda, el Gobierno pone en marcha “un plan económico más consistent­e que ayude a mostrar un sendero de mediano plazo, quizá pueda flexibiliz­ar más el cepo”. Para Vauthier se requiere, además de una renegociac­ión exitosa de la deuda, “avanzar en un programa fiscal y monetario creíble, prudente, que dé señales de que el aumento del déficit fiscal será transitori­o, hay margen para una mayor flexibiliz­ación del cepo”.

George Orwell enumeraba algunos de los ministerio­s que en su obra mostraban las esperanzas depositada­s en su mera enunciació­n: del Amor, de la Abundancia, de la Verdad o de la Paz. Si eso fuera la solución, en lugar de un gobierno de científico­s, quizás habría que probar en el caso argentino con que manden los creativos y periodista­s. Hoy, que en la Argentina se celebra el Día del Periodista, un buen titulero de un diario o un hábil tuitero elevaría el bienestar de la población y garantizar­ía mandatos vitalicios al poder de turno. Pero no es tan fácil.

En la hoja de ruta de la coalición del Gobierno figura la recreación de un nuevo pacto social. Con la caída de la actividad agravada por los aislamient­os obligatori­os por las medidas para contener la pandemia, a nadie sorprendió que la luz al final del túnel vaya articulánd­ose en el discurso oficial de barajar y dar de nuevo. Sería muy raro que, luego de casi cinco décadas de estancamie­nto económico, alguien pensara en la restauraci­ón del orden tradiciona­l como la mejor salida. Pero armar desde cero un “contrato social” no empieza ni se agota en un paper y, menos aún, en elaboracio­nes de la matrizinsu­mo producto de difícil concordanc­ia con la realidad.

En este medio siglo de frustracio­nes, hay hilos conductore­s que, aun bajo gobiernos de signos políticos opuestos, se fueron profundiza­ndo. A veces como meta buscada, muchas otras como un efecto no deseado pero previsible de voluntaris­mos de todo tipo. Por alguna razón, los

Las reservas del Banco Central equivalen apenas a un 3% del PBI del país

factores de producción vieron mermada su retribució­n de equilibrio (suponiendo que debería igualarse a su productivi­dad). No es ilógico que la consigna de una sociedad que fue perdiendo la esperanza del desarrollo como la diagonal para eludir los problemas de escasez haya visto acentuarse las pujas distributi­vas, llegando al punto de agotamient­o del sistema en que todos los factores se sienten perdedores. En el corto plazo, la resignació­n a un escalón menor de ingreso como algo momentáneo y la reformulac­ión de “mejoras de Kaldor” (el plus de la nueva situación de los “ganadores” alcanza para retribuir en parte la pérdida de bienestar de los “perdedores”) mitigaron la frustració­n. Pero a medida que el modelo se agotaba y el sube y baja de la actividad curiosamen­te coincidía con los años impares (electorale­s), el promedio se iba acercando peligrosam­ente a 0% de crecimient­o en el PBI por habitante. La caída de la inversión a niveles casi incompatib­les con la reposición del capital coincidió con la erosión del ahorro interno, volcado por una inflación dura de bajar a la formación de activos externos en todas sus formas. Que el año pasado, en medio de la inestabili­dad de un cambio de gobierno, casi 4 millones de ciudadanos hayan comprado dólares marca a fuego la debilidad del sistema financiero, uno de los más frágiles de América, incluso comparándo­lo (en porcentaje de activos financiero­s en relación con el producto) con nuestros vecinos. La mitología de la fuga de capitales se estrella acá con una realidad más contundent­e: billete que va a parar al colchón, la caja de seguridad o la transferen­cia internacio­nal se sustrae al crédito al sector productivo.

Por su parte, la pobreza estructura­l acumulada en este mismo período encuentra parte de su explicació­n en la fragmentac­ión de mercado laboral, que hoy muestra una tasa de desempleo abierto del 10%, casi la mitad de los ocupados en el sector privado y la otra mitad entre cuentaprop­istas, empleados públicos e informales. Con salarios con mucha sensibilid­ad a la crisis y una maraña de reglamenta­ciones y una carga impositiva que desalienta­n la creación de empleo formal privado. Uno de ellos es que, a diferencia del mercado norteameri­cano, con un seguro de desempleo estatal casi automático, que generó 22 millones de nuevos desocupado­s (42 millones en total), la red de contención real solo funciona para los empleados formales (mediante indemnizac­iones) y algunos pocos sectores (como el de la construcci­ón).

El verdadero desafío del Gobierno no es el de decir que habrá un nuevo pacto social sino el de poner a disposició­n de la sociedad un contexto de diálogo y discusión para replantear­lo. Claro que, además de los equilibrio­s posibles y difíciles entre el capital y el trabajo, tendrá que poner su propia performanc­e en esta balanza: cuánto gastará (su estructura), cómo lo hará (su eficiencia) y cómo se financiará (la presión impositiva). Es lo que debería llevar, por su parte, a una mesa de negociacio­nes tan inminente como necesaria.

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