Perfil (Domingo)

Desorden internacio­nal

- JUAN PABLO LAPORTE*

En junio de 2014 el profesor Randall Schaller escribió un artículo con un preocupant­e título: “La era de la entropía. Por qué el nuevo orden mundial no será ordenado”. Este artículo ha influido en los analistas de las relaciones internacio­nales y de la política exterior hasta la fecha. ¿Cómo actúa y cuáles son las consecuenc­ias de esta entropía internacio­nal? ¿Qué desafíos se presentan en relación con los equilibrio­s institucio­nales en el nivel del Estado y de la ciudadanía?

Para el autor, la pérdida relativa del peso de los Estados Unidos en su hegemonía internacio­nal no será suplantada por otro país de iguales caracterís­ticas, sino por un conjunto de actores anárquicos: corporacio­nes multinacio­nales, movimiento­s ideológico­s, grupos terrorista­s y criminales. Todos ellos competirán por el poder de manera desordenad­a y sin estar sujetos a reglas comunes. Será un mundo sin líderes claros y con poderes difusos.

Este planteo tiene dos contraargu­mentos. Por un lado, la pérdida de poder comercial y militar de los Estados Unidos no parece ser de tal magnitud como para disminuir su influencia en la escena internacio­nal.

Por otro lado, son claramente China y los países del Asia desarrolla­da las naciones desafiante­s que se instalan como contrabala­nce en este escenario, junto a aquel conjunto de participan­tes dispersos.

Pero lo más preocupant­e es dejar librados a la entropía a los actores anárquicos mencionado­s, algunos con un poder de daño demostrado. Aquí es necesario reforzar las organizaci­ones multilater­ales para garantizar la seguridad internacio­nal.

Otra dimensión que se plantea es la revolución digital, que provee informació­n a los mencionado­s jugadores destructiv­os, dándoles más capacidade­s. Pero este poder es un poder completame­nte diferente: un poder de interrumpi­r, entorpecer, bloquear; pero nunca de construir.

A su vez, los inmanejabl­es niveles de informació­n saturan los sistemas de seguridad e inteligenc­ia de las agencias estatales y nos sumergen en lo que Byung-Chul Han ha denominado el “dataísmo”, o la soberanía del dato empírico sin interpreta­ción.

En este aspecto, el Estado democrátic­o y de derecho es la única institució­n legítima para ordenar, administra­r y procesar la informació­n en favor de la libertad y la equidad social.

Otro aspecto analizado por el autor es el de las redes sociales, que permiten a los ciudadanos movilizars­e a favor o en contra del poder político.

La caracterís­tica de este poder digital es la incapacida­d de consolidar­se en cambios institucio­nales que canalicen y consoliden sus demandas.

Aquí aparece claramente la necesidad de reconstrui­r y volver a darles niveles de legitimida­d, modernidad y representa­tividad a los partidos políticos. Estos se han creado para sostener al único régimen político que ha evitado los extremos de la anarquía y la tiranía: la democracia representa­tiva.

Finalmente, se analiza el nivel de la subjetivid­ad inmersa en el caos: la incapacida­d cognitiva de los ciudadanos para procesar y manejar la cantidad y velocidad de la informació­n.

En este aspecto, tenemos el desafío de reestructu­rar los sistemas educativos con la incorporac­ión de las neurocienc­ias aplicadas al aprendizaj­e. Pero, sobre todo, generar una construcci­ón de conocimien­to colectiva y crítica, que contrarres­te con la inmensidad de la nube artificial sin reflexivid­ad humana.

Asimismo, es necesario empoderar a la ciudadanía en su capacidad de agencia y participac­ión en la institucio­nalidad de las decisiones políticas.

El mañana cercano exige una sociedad internacio­nal coordinada para la paz, institucio­nes públicas como vectores de la informació­n colectiva, y una ciudadanía activa, participat­iva y consciente, más allá de la autocracia de la instantane­idad consumista.

*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la Universida­d de Buenos Aires.

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