En el nombre de Christo
Estuvieron, por lo menos, veinte años para preparar la obra. Es que cubrir con tela de polipropileno, resistente al fuego, una capa de aluminio y kilómetros de cuerda el edificio de Reichstag es una tarea compartida entre las artes visuales, el land art, más precisamente, y la burocracia. La propuesta fue de Christo (Bulgaria, 1935-Nueva York, 2020) y Jeanne Claude, la famosísima pareja de artistas que hizo de esta práctica su marca registrada. Tuvieron el apoyo de la presidenta parlamentaria de ese tiempo, pero debían convencer a los otros 622 miembros. Mandaron cartas a cada uno de ellos, fueron de oficina en oficina y llamaron miles de veces por teléfono. Recién en 1995 pudieron empaquetar ese monumento histórico que tuvo varias funciones, a saber: sede del II Imperio alemán y Parlamento de República de Weimar. Desde 1994 se elige al presidente en ese lugar y también funciona el Poder Legislativo.
La idea les sonaba absurda, y quizá lo fuera. Lo interesante era, justamente, eso; además de la provocación que exhibe esa clausura de lo bello en el arte contemporáneo. En este caso, se logra, sobre todo, por invertir o confundir sobre qué está dentro y qué afuera. La ambigüedad de la obra de arte que involucra la arquitectura, el edificio del poder y la ley, atrapados en esa tela que es efímera y lo recubre. La intimidad desgarrada, siguiendo a Blanchot, para que desaparezca el objeto bajo la envoltura pero siga soportando el peso de la forma. La disimulación es lo esencial: ya no es el objeto sino su presencia escondida y enmascarada. Nunca desaparece del todo. No lo podemos ver pero, como con el sol, sabemos que está.