Perfil (Domingo)

Al interior de la desazón americana

Si es cierto aquello que dijo Lucia Berlin de que la soledad es un invento anglosajón, pocos artistas lo han expresado con mayor contundenc­ia como Edward Hopper (1882-1967), quien ahora es revisitado y expandido por la mirada de un documental notable que

- LAURA ISOLA

En esa visita a la ciudad, Wenders fue al MoMa para ver más cuadros

Para mí –cuenta Win Wenders–, Hopper era un actor norteameri­cano”. Porque en los museos europeos, los que visitaba desde chico, nunca había visto un cuadro del pintor Edward Hopper, que había nacido en Nyack, una pequeña villa en el condado de Rockland (estado de Nueva York), en 1882 y muerto en Manhattan en 1967. Tampoco el artista había salido mucho de Estados Unidos, excepto por los viajes en 1906 a París y en 1907 a Londres, Bruselas y Berlín en los que selló para siempre su amor por el impresioni­smo y por Goya, mientras que el movimiento cubista rompía con todo, en particular con la representa­ción figurativa. Sin embargo, en ese viaje Hopper admite que nunca oyó hablar de Picasso. Que es como haber ido a Londres en los años 60 y no haber escuchado nada acerca de The Beatles.

Ese desconocim­iento del cineasta alemán sobre la obra de uno de los más importante­s pintores del siglo XX duró hasta que, a comienzos de los 70, viajó a Nueva York, visitó el Museo Whitney y se quedó parado frente a uno de los cuadros con la boca abierta. Me gusta

ría adivinar cuál fue de los más de 3 mil que Josephine Nivison donó, después de la muerte de su marido, a la institució­n en la que se hizo en 1953 la segunda gran retrospect­iva después de la gran celebració­n que fue la muestra en 1933 en el MoMa.

Al ver Two or Three Things I Know About Edward Hopper ( Dos o tres cosas que sé sobre

Edward Hopper), una filmación en la que Wenders anima algunos de los cuadros del autor de

Nighthawks, que realizó este año para la muestra homenaje que le hicieron a Hopper en Basilea, la respuesta es fácil: muy probableme­nte haya sido

Morning Sun (1952) y segurament­e, Stairway (Escalera), de 1949. Después de ese shock, de ese amor a primera vista en el edificio Breuer, antigua sede del Whitney, fue a la tienda y se compró el libro.

En esa misma visita a la ciudad en la que Hopper vivió casi toda su vida, Wenders fue al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) para ver más cuadros. Es posible que se haya parado frente a Gas (1940), la pintura de esa estación de servicio desierta. Es noche cerrada y una luz muy tenue ilumina a un único personaje que cuelga la manguera en el surtidor después de haber cargado el tanque de un auto manejado por… sigamos fantaseand­o: ¿un par de asesinos a sueldo con un cadáver en el baúl?

En 1977, Wim Wenders filmó

El amigo americano y pudo juntar a los dos Hopper. A Dennis, que fue el protagonis­ta de su película, y a Edward, que había conocido hacía poco pero del que nunca más pudo deshacerse para pensar sus películas, construir sus escenas, plantear las luces, incluso construir los relatos. Para Wenders, los cuadros de Hopper son secuencias de películas que filmó y los personajes están, como el encargado de la estación de servicio, en el medio de una historia que todavía no empezó o que está por terminar. Asimismo, las pinturas le sirvieron para iluminar las escenas. Tanto fue así que cortaba cada página de ese libro y la pegaba en el set de filmación para que la escena tuviera la misma luz que en las imágenes.

La frase de Edward Hopper “No pinto hechos sino pensamient­os” se le quedó tan imantada como la entrada de la luz del sol en los cuartos y oficinas, las sombras y las penumbras en la galería de entrada a una casa al caer la tarde, en los bares, cuando los clientes ya son pocos y están apenas borrachos. No pudo desprender­se de los verdes y los ocres de los techos y frentes de los negocios antiguos de la ciudad, que ya estaba mudando con el progreso, ni de los paisajes de líneas rectas a orillas del mar y llanuras con leves ondulacion­es y caminos solitarios.

Edward Hopper y el lienzo en blanco, un documental de estreno por estos días, refuerza ese retorno a la figura del pintor. Por la pandemia actual se lo ha citado en exceso, en tanto la idea de soledad, de melancolía, de abandono que se trasluce en sus pinturas. Sin embargo, en este film se lo relaciona con su tiempo y su biografía que, apenas, tiene que ver con nuestro presente. Es notable, por ejemplo, la lectura política que se hace de la obra y el esfuerzo por encontrar esos vínculos. En todo caso, la obra de Hopper es menos expresiva en ese sentido y mucho más elocuente, con un hablar pausado y poco explícito, tal como era la forma de expresión del mismo Hopper, de lo que considerab­a que era la pintura para él: “El gran arte es la expresión externa de la vida interior del artista, y esta vida interior tendrá como resultado su visión personal del mundo”.

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MIRADA LÚCIDA. El documental analiza las obras del artista y sus referencia­s en el cine contemporá­neo.

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