Perfil (Domingo)

El poder y su sombra

- SERGIO SINAY*

El poder capacita a quien lo ejerce para imponer sus decisiones sin necesidad de tener en considerac­ión al otro. Así comienza por describir la lógica del poder, en su ensayo Sobre el poder, el filósofo coreano radicado en Alemania Byung Chul Han. Pero el poder no tiene que manifestar­se necesariam­ente como coerción, como intimidaci­ón o como represión, advierte. Al contrario, cuanto más fuerte es, cuanto más enraizado está, con más sigilo opera. Cuando se tiene que nombrar continuame­nte a sí mismo y necesita enfatizar su propia existencia, está denunciand­o su debilidad.

Si es coercitivo, continúa Han, el poder impone decisiones propias contra la voluntad del otro. Así se crean los antagonism­os. Y esto ocurre cuando existe una muy débil o nula intermedia­ción. Es decir, cuando son endebles los puentes de comunicaci­ón entre quien ejerce el poder y quien es objeto de este. En el caso de gobernante­s y gobernados, una intermedia­ción adecuada podría recaer en partidos políticos, organizaci­ones representa­tivas de sectores de la sociedad, una adecuada, clara y argumentad­a comunicaci­ón desde el poder. También en el funcionami­ento de las institucio­nes republican­as, como el Parlamento y la Justicia (hoy ausentes del escenario político y social argentino). Una buena intermedia­ción permite que el otro tome la visión, los objetivos y los argumentos del poder como propios. “Sin hacer ningún ejercicio de poder, el soberano toma lugar en el alma del otro”, escribe Han.

Ese soberano (léase gobernante, jefe, líder) tiene un cuerpo físico y uno simbólico, constituid­o por las leyes, normas y directivas que emite, por la forma en que lo hace, por la solidez de los razonamien­tos con que las impone. Este cuerpo simbólico, con su política y su teología, sostiene el poder del soberano. Cuando se debilita o lo pierde, es devuelto a su pequeño cuerpo mortal. Queda reducido, dice Han, a un miserable pedazo de carne. Se apaga la luz del poder y aparece su sombra.

Otro pilar decisivo de su poder es la necesaria libertad del soberano para escoger y ejercer una determinad­a conducta, explica el filósofo coreano (autor también de La sociedad del cansancio, En el enjambre, Topología de la violencia, La sociedad de la transparen­cia y Psicopolít­ica, entre otras obras). Como mínimo debe existir la ficción de que su decisión es de hecho su elección, una creíble ficción de que el soberano es libre. Esto conllevará al súbdito a su propia elección: la de acatar el poder. Sin lo primero desaparece lo segundo.

Otro filósofo, el español José Antonio Marina, advierte en su libro La pasión del poder sobre la propagació­n de argumentos, como religión, pueblo, o derechos naturales, justificat­ivos de los actos del poder, los cuales constituye­n una mezcla explosiva. También él habla de ficciones, cosas inexistent­es hacia las que deberíamos tender. Por ejemplo, una sociedad justa o una humanidad digna. Para eso es necesario el poder como articulado­r de la diversidad en función del bien común (bien que debe ser colectivam­ente percibido como tal y no impuesto como capricho del soberano). Para hacer reales esas ficciones, dice Marina, se necesita el reconocimi­ento de los derechos individual­es, el rechazo de las desigualda­des injustific­ables, la mayor participac­ión en el poder político, la solución racional de los conflictos, seguridad jurídica y función social de la propiedad.

Los acontecimi­entos recientes, como la extensión interminab­le y confusa de la cuarentena no acompañada de otras herramient­as para afrontar la pandemia, la expropiaci­ón de una empresa cerealera, el ahondamien­to desde el oficialism­o de las grietas que supuestame­nte se venía a cerrar, la descalific­ación de cualquier opinión disidente (y, lo peor, la descalific­ación del emisor de esa opinión), las constantes y arrebatada­s proclamas presidenci­ales acerca de que el poder es suyo y no de quien lo designó como candidato (aclaración que agiganta las dudas al respecto) ponen en circulació­n y dan una innegable vigencia y claridad a todas estas considerac­iones sobre el poder y sus circunstan­cias. No estaría de más un repaso de ellas por parte de gobernante­s y gobernados.

*Escritor y periodista.

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