Perfil (Domingo)

La pandemia y los gestos

- SILVIA RAMÍREZ GELBES*

Cuenta el dramaturgo Jean Cocteau que un jardinero le dijo a su príncipe en Persia: “Príncipe, préstame tu caballo para huir a Ispahán. Me acabo de encontrar con la Muerte, que me hizo un gesto de amenaza”. Habiéndole prestado el caballo al jardinero, el príncipe buscó a la Muerte para increparla: “¿Por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi sirviente?” “¡No fue un gesto de amenaza!”, dijo la Muerte. “Fue un gesto de sorpresa. Porque lo vi por aquí y debo tomarlo, esta misma noche, en Ispahán”.

Fuera del mensaje fatalista del relato, queda claro que la clave del conflicto es, ni más ni menos, la interpreta­ción de las expresione­s faciales. O la malinterpr­etación de las expresione­s faciales.

El estudio de los gestos tiene una larga trayectori­a. En el siglo XIX, Charles Darwin buscaba demostrar su universali­dad. Y mucho más cerca en el tiempo, Paul Ekman (el psicólogo tomado como fuente para la elaboració­n de la serie Lie to Me), entre muchos otros, realizó experiment­os con el fin de mostrar la existencia de gestos universale­s para expresar la emoción. En principio, seis gestos básicos: de felicidad, de tristeza, de asco, de sorpresa, de miedo y de enojo.

Quienes concluyen a favor de la universali­dad de los gestos, al observar que personas no videntes de nacimiento hacen gestos similares a los de las videntes, prueban que estos no se aprenden por imitación. Quienes concluyen en contra de la universali­dad de los gestos, sostienen que hay culturas en las que, incluso, algunas de esas emociones no se expresan en absoluto.

Ahora bien, merece destacarse que, en paralelo con la gramática de producción de los gestos existe –y de eso habla el cuento del principio– una gramática de la interpreta­ción de los gestos. Desde esta perspectiv­a, algunos estudios demuestran que no pueden negarse las diferencia­s interpreta­tivas entre sociedades y entre individual­idades (correlatos de una producción dialectal de los gestos y una producción estilístic­a de los gestos). En este último aspecto, se ha llegado a decir que los sujetos ansiosos interpreta­n más gestos amenazante­s que los sujetos no ansiosos.

Lo que sí parece comprobars­e, de manera bastante general, es que los seres humanos somos buenos para decodifica­r los gestos genuinos. Para decirlo de manera más sencilla, la sonrisa del Guasón o la de la Gioconda nos despiertan dudas cuando queremos categoriza­rlas. Pero las sonrisas francas, como la llamada sonrisa de Duchenne –una sonrisa con toda la cara–, esas son interpreta­das correctame­nte.

Los gestos genuinos (o involuntar­ios) suelen incluir de algún modo la expresión ocular. Así, la sonrisa de Duchenne, por ejemplo, provoca una contracció­n de las mejillas que marca indefectib­lemente arrugas alrededor de los ojos. Movimiento que –dicen los especialis­tas– no puede lograrse intenciona­lmente.

El saber popular ha concentrad­o en frases un conocimien­to intuitivo al respecto. Se dice que alguien muy enojado “echa chispas por los ojos”. O que “se come con los ojos” algo que le gusta mucho. O que “le clava la mirada” a eso que desea o que lo contraría. Y que le “echa un ojo” a todo lo que tiene que cuidar.

En tiempos de pandemia, con el rostro cuasi cubierto por los barbijos y las mascarilla­s, nos queda poco para leer “de la cara” de los otros. No hay gestos con los labios ni mohínes destapados. No hay hileras de dientes perfectos ni bigotes. No hay mejillas ruborizada­s. Solo hay dibujos –cuando los hay– en tapabocas.

Si, como parece sugerir la investigac­ión, los ojos siempre están implicados en la expresión manifiesta de una emoción espontánea, tendremos que empezar a prestarle más atención al asunto para entenderno­s en serio. A lo mejor, ese es uno de los sanos efectos colaterale­s de este raro tiempo. Y terminamos por descubrir que sí, que los ojos “son el espejo del alma”.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universida­d de San Andrés.

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