Perfil (Domingo)

Desaparici­ón y muerte de Ingalinell­a

- S.S.G./F.B.

Naval de Puerto Belgrano. El cabecilla era el jefe de la Infantería de Marina, el contralmir­ante Samuel Toranzo Calderón. Después de consultas con un sector del Ejército, encabezado por el general León Bengoa, se involucró a distintos núcleos de la Fuerza Aérea. Las operacione­s mostraron fallas de coordinaci­ón y desajuste de los diversos grupos complotado­s.

En la mañana del jueves 16, en el Ministerio de Marina los infantes sublevados se preparaban para tomar la Casa de Gobierno. La Aeronáutic­a mandó un helicópter­o con un alto oficial para informarle a la Armada que efectivos de Punta Indio habían tomado el Aeropuerto de Ezeiza, y se

El mismo jueves 16 de junio, la Policía de Rosario comenzó a detener a dirigentes opositores y al día siguiente se llevan de su domicilio al doctor Juan Ingalinell­a, un médico afiliado y militante del Partido Comunista. Lo condujeron a la División Investigac­iones de la Jefatura de Policía junto con otras sesenta personas. La casa de Ingalinell­a había sido allanada en repetidas oportunida­des y él había sufrido ya varias detencione­s. Pero esta vez, sería diferente. Los detenidos fueron retornando a sus hogares, pero no el médico. Ante las gestiones de su esposa y de sus camaradas, la Policía aseguró que había salido por sus propios medios de la jefatura. Hubo protestas, movilizaci­ones y paros reclamando su aparición. Recién el 20 de julio el intervento­r federal de la provincia, Ricardo Anzorena –quien hasta entonces había negado la veracidad de la denuncia– ordenó la detención del jefe y del subjefe de investigac­iones y de otros policías, así como el reemplazo del jefe de Policía de Rosario, Emilio Vicente Gazcón, por Eduardo Legarreta quien exoneró a los policías involucrad­os. El 27 de julio de 1955, el ministro de gobierno de Santa Fe dio un comunicado oficial: [Ingalinell­a] “habría fallecido a consecuenc­ia de un síncope cardíaco durante el interrogat­orio”. Murió en la sala de torturas.

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Plaza de Mayo. Muchos de los aviones habían sido pintados con el signo de “Cristo Vence”, una cruz dibujada dentro de una letra V. Perón había dejado su despacho al iniciarse el ataque y se refugió en la sede del Ejército, junto al ministro Franklin Lucero.

Fueron lanzadas más de cien bombas –con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos– la mayoría de ellas sobre las Plazas de Mayo y Colón y la franja de terreno comprendid­a entre las avenidas Leandro N. Alem y Madero, desde el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y la Casa Rosada, en el sureste, hasta la Secretaría de Comunicaci­ones (Correo Central) y el Ministerio de Marina, en el noroeste.

Mientras tanto, los sublevados intentaron asaltar la Casa Rosada. Su accionar se desarrolló ante una población sorprendid­a. Estos grupos de civiles armados, llamados “comandos civiles”, cuyo concurso estaba previsto en apoyo de las fuerzas militares atacantes, intervinie­ron solo en acciones colaterale­s. Una de ellas fue la ocupación momentánea de Radio Mitre, desde donde lanzaron una proclama que daba por muerto a Perón, tildado como “tirano”. No tuvieron el protagonis­mo previsto. Tampoco, los militantes convocados por la CGT para defender al presidente en medio del asedio.

Cinco horas. El ataque aéreo se realizó en sucesivas oleadas durante cinco horas. Tuvo como objetivo la Casa Rosada –donde estimaban que estaba Perón–, la Plaza de Mayo y sus adyacencia­s, donde se registró el mayor número de víctimas, el Departamen­to Central de Policía y la residencia presidenci­al, que estaba donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. Más de tresciento­s muertos y alrededor de seteciento­s heridos fue el saldo estimado del ataque. Al menos medio centenar de ellos se encontraba­n dentro de la Casa de Gobierno, en la que impactaron 28 bombas. Pero el levantamie­nto fue un fracaso. Los cabecillas huyeron a Uruguay o fueron detenidos. El contralmir­ante Oliveri fue destituido por un tribunal militar, Gargiulo se suicidó, tras entregarse a las fuerzas leales.

Una imagen retrató la trágica jornada: la fotografía de un trolebús cargado de pasajeros, ardiendo en llamas tras el impacto de una bomba, a metros de la Plaza de Mayo. El reportero gráfico que produjo la foto, que es su ícono, que recuerda esta brutal acción de guerra contra la población civil fue una joven que caía cerca del vehículo, que muestra su pierna destrozada por la metralla. Quien la sacó era el reportero gráfico del diario Democracia, enviado para cubrir el desfile de aviones. Quedó tan traumatiza­do que nunca se refirió al tema. Años después, tras la recuperaci­ón de la democracia en 1983, era el jefe de fotógrafos de la agencia estatal Télam. También allí mantuvo su reserva y silencio sin brindar mayores detalles.

Noche de Brujas. Esa noche, sofocado el movimiento insurgente, fueron atacadas y ardieron varias iglesias del centro de la Ciudad de Buenos Aires incluyendo la propia sede de la Curia metropolit­ana junto a la Catedral, por grupos de choque, exhibiendo la extrema radicaliza­ción del conflicto, mientras se especulaba sobre la intención de la CGT de distribuir armas para apoyar al Gobierno. Aconsejado por los altos mandos del Ejército, Perón lanzó un mensaje de conciliaci­ón. El Estado de Sitio fue levantado, cesaron los ataques a la Iglesia y se sustituyer­on las figuras del gabinete más cuestionad­as. Los dirigentes de la oposición fueron invitados a discutir una tregua. A sus seguidores, Perón declaró: “La Revolución Peronista ha terminado. Comienza una nueva etapa que es de carácter constituci­onal. Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversario­s”. Este llamado a la pacificaci­ón momentánea­mente tuvo eco con el cambio de Gabinete y se ofrecieron espacios radiales a políticos de la oposición.

El impasse solo duró un par de semanas. Los planes para su derrocamie­nto avanzaban y Perón, en una verdadera declaració­n de guerra, advierte el 31 de agosto ante la multitud en Plaza de Mayo aquello de que “por cada uno de los nuestros que caiga, caerán

De las bombas sobre la plaza y las metrallas en el Palacio de Hacienda de esa jornada quedaron marcas visibles por largos años

cinco de ellos”. El nuevo conflicto agregó nafta a las llamas. El secretario de la CGT Di Pietro, que reemplazó a Vuletich, propone la creación de milicias populares, lo que es rechazado de plano por el ministro de Guerra, Franklin Lucero. Pero la suerte parecía estar echada y la caída, inminente, se produciría tres semanas más tarde.

De las bombas que cayeron en la plaza y los ametrallam­ientos al Palacio de Hacienda esa jornada del 16 de junio del 55 quedaron marcas visibles por largos años. Una placa colocada en el restaurado frente recuerda a los muertos por los trágicos sucesos. En 2005 se dictó la ley 26.564 de indemnizac­ión para los deudos de las víctimas. El bombardeo fue llevado al cine por Leonardo Favio, en Sinfonía de un sentimient­o, estrenada en el 2000 en el cine Atlas Recoleta.

n*Periodista­s e historiado­res.

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BRUTAL. Fueron lanzadas más de cien bombas –con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos.
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INSPECCION. Perón observa los daños del ataque. En un primer momento ofreció un mensaje conciliado­r, pero después, al saber que avanzan los planes para voltear su gobierno, declara aquello de que por cada peronista muerto caerían cinco antiperoni­stas. Finalmente, sería derrocado en septiembre.

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