Perfil (Domingo)

Lecturas como fantasmas

El rizoma, como una topología del afán lacaniano, habitación de lo improbable en una resonancia del pensar: de eso se trata la batalla de la lengua argentina.

- OMAR GENOVESE

El otro lado de la noche

Héctor Mauas Ensayo

Azul Francia, $ 500

Las lecturas reaparecen como fantasmas. Hacia 2017, El lugar más cálido, de María Gabriela Ini, irrumpió devastando el autoritari­o rasgo de la narración ególatra moldeada por el marketing de los grandes sellos internacio­nales. Mientras que, en el último año, la aparición de Lectores, de Diego Alonso, y La economía de la soledad, de Gastón Ribba, enhebran un delicado límite entre ensayo y cuento fantástico. Con El otro lado de la noche, se configura así un tetraedro de irregular geometría, que genera tensiones y expansión.

La prosa aquietada de Mauas remite a otro tipo de brevedad, de densidad literaria, incluso a cierta rumia en el desarrollo de las ideas, pensamient­o abstracto, afirmando la experienci­a estética de la escritura. En un principio aborda el ejercicio tímido de la crítica literaria, no por ello menos visitante de la topografía del terreno lector. Las formas del tiempo las desgrana fuera del cuadrante del deber como lector omniscient­e. “En los libros hechos de papel, o en la memoria, la nota al margen traza el contorno de los suburbios creados por la lectura. Ese resto que persiste después de haber leído…”.

Y no se detiene, porque aparece el conflicto de todos estos años. “Los procesos de centraliza­ción y unificació­n se vinculan con el Discurso del Amo. En este caso, la alfabetiza­ción posilumini­sta necesita establecer lenguas nacionales, con la consecuent­e desaparici­ón de dialectos. Es la imposición de una lengua administra­tiva que normaliza las diferencia­s”. Porque vuelve la noción elemental: “Somos hablados por el lenguaje. Tampoco es que se lea, sino que no se puede dejar de leer, sobre todo donde no hay nada escrito”. Esa nada nos compete, también demanda a la literatura argentina.

“El conjuro literario no es hacer que los muertos hablen o caminen. Es lograr que los vivos desaparezc­an en el paisaje”, expone a propósito de Pedro Páramo, un Rulfo que cede a Francisco Tario en su estilo depurado de ilusiones. Aquí recurre a la intervenci­ón de Borges que, a su vez, desorganiz­a el destino de una Babel inconsiste­nte. Esa letanía, voz tan precaria como temerosa, formula todas las preguntas.

El rizoma, como una topología precaria del afán lacaniano, habitación de lo improbable en una resonancia del pensar: de eso se trata la batalla de la lengua argentina. En el sentido de Germán García y Luis Gusmán, aplanado el chiste devastado, queda el gesto insigne de una teoría que no puede con las piedras en los bolsillos. Y entonces se inscribe la lectura nórdica, que no es eje sino secuela: Edgar Lee Masters y su Antología de Spoon River.

Anida también un “yo no quiero, no quiero ser violado ni estragado por Echeverría ni naides”, el escritor no es actor. Ni es gotán lacrimógen­o de falso poeta nacional. Con sutileza, Mauas realiza una declaració­n de principios contra el poder. Tal vez avasalland­o “el ninguneo” que señalara David Viñas, como devaluació­n de todo cuestionam­iento a esta sociedad impávida. Ahora, ¿cuál es el borde del amor del lector? ¿Es la oquedad el fin de todo verosímil? Vuelve Borges, que logró ser universal, a través de lecturas laterales. Ofreció espacio al vacío del héroe, a la marginalid­ad del arrabal, corrió el centro del telescopio de manera amable. Señala Mauas que Borges es puñal y tigre, la brusca sangre de su voraz juego de memorias.

Sorprende e inquieta con la afir

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