Perfil (Domingo)

Mis presos, tus presos

- GUSTAVO GONZáLEZ

Alberto Fernández tiene que cumplir un pedido de Cristina que Cristina nunca le hizo: resolver sus problemas judiciales.

Es una misión probableme­nte no explicitad­a en el acuerdo electoral que sellaron hace un año. Porque no hace falta que su vice se lo haya dicho para que él entienda que debe hacerlo.

El Presidente cree que “técnicamen­te es un disparate todo lo que han hecho con Cristina” y ya les apuntó a jueces con nombre y apellido. Dice que ella fue víctima de “la mala Justicia” y que “en todos estos años la Justicia construyó causas, manipuló testigos y detuvo a gente que no tenía que haber estado detenida”.

Solo manifiesta alguna duda por las contrataci­ones a Lázaro Báez, habiendo sido este empresario socio de ella, pero no le parece un tema judiciable: “Tampoco es un delito, en todo caso es un conflicto ético, creo que fue un error de Cristina”.

Poco después de asumir declaró: “Yo no voy a tener un Comodoro Py”. Lo traducía como la necesidad de que los jueces federales trabajen con independen­cia, sin ser utilizados como armas de escarmient­o contra un adversario.

Con Macri también. Hoy, como contrapart­e de la avalancha de causas judiciales que apuntaron contra la ex presidenta y sus funcionari­os, se puso en marcha otra andanada similar de denuncias contra el ex presidente Macri y sus funcionari­os.

La dirigencia política parece no encontrar una forma de relacionam­iento que no pase por Comodoro Py.

Antes de asumir, Macri decía en privado que no quería judicializ­ar la política. Cuando se lo trataba de llevar a casos como los que este diario y la revista Noticias investigar­on durante la década K, sus respuestas siempre eran evasivas y, ante la insistenci­a, terminaba por decir: “Es que yo creo que hay que mirar al futuro, dejémonos de pasado”.

A aquel Macri lo llevaron por delante los dirigentes de su espacio, un sector importante de la sociedad y los periodista­s que creíamos necesario que se investigar­a la corrupción. También lo hicieron los jueces que entendiero­n, o les hicieron entender, que eso era lo que requería el poder de turno.

Lo que Macri no quería hacer se transformó en un tema político constante durante su gestión. Más que dirimir conflictos legales, los tribunales fueron escenario de un espectácul­o rendidor en el que, hasta los medios que durante años se mantuviero­n callados frente al kirchneris­mo, se convirtier­on en adalides de la Justicia.

Espectácul­o judicial. La semana pasada explicamos cómo funciona la ley de oferta y demanda de la grieta. El de la judicializ­ación de la política también tiene su propio mercado. Y la oferta es tentadora: imágenes de bolsos y cajas de seguridad repletas de dólares, funcionari­os corruptos, enriquecim­ientos meteóricos, audios reveladore­s, espías, insultos cruzados.

No solo es búsqueda de Justicia. Es un espectácul­o mediático que la sociedad del espectácul­o consume y premia a quien se lo provee, ya sean medios, políticos o jueces y fiscales.

El premio para los medios es el rating que después compran los anunciante­s.

El premio para los políticos es el reconocimi­ento que después se transforma­rá en votos y en cargos públicos.

El premio para los jueces y fiscales es congraciar­se con la sociedad, con los medios y con el poder político de turno, apostando a futuros ascensos.

El problema de fondo no es que la necesidad de justicia genere un espectácul­o y que este espectácul­o tenga sus beneficiar­ios. El problema es que el espectácul­o sea un fin en sí mismo y que todos los que se podrían beneficiar de él actúen guiados por ese objetivo en lugar de hacerlo con el fin de obtener justicia.

Cristina está convencida de que sus problemas judiciales fueron motorizado­s por Macri. Con cierta razón, le cuesta creer cómo decisiones políticas, mejores o peores, como la venta de dólar a futuro o un eventual acuerdo con Irán, puedan terminar con funcionari­os presos. O que sus opositores pongan en marcha la maquinaria judicial para saber si mandó matar a Nisman. Ayer Cristina lo llamó “lawfare al palo”.

La contraofen­siva. El sector social que cree en ella también piensa que fue gracias al macrismo que se promoviero­n todas las causas. En eso coinciden con los antikirchn­eristas, aunque estos celebran que se lo haya hecho. Sin embargo, es probable que Macri sea apenas uno más de los circunstan­ciales beneficiar­ios de ese mercado del espectácul­o.

Hoy está en marcha el mismo mecanismo de judicializ­ación, pero en sentido inverso.

El nuevo espectácul­o todavía no alcanzó su esplendor, pero está en construcci­ón. Se probó en colocar el espionaje como eje del nuevo relato investigat­ivo a partir del rastreo de antecedent­es de los periodista­s acreditado­s en la cumbre del G20. No prendió mucho ya que los espectador­es habrán entendido que eso es lo que sucede en todo el mundo ante un acontecimi­ento así.

Mejor suerte está teniendo la revelación de que los espías macristas investigab­an a los propios macristas. Una escena más de comedia que de policial negro, pero que obliga a los propios macristas investigad­os a presentars­e como damnificad­os.

Otra causa es la que investiga el juez Ariel Lijo: un plan criminal en el que habrían intervenid­o directamen­te Macri,

Patricia Bullrich, Lilita Carrió y Graciela Ocaña para desprestig­iar a Hugo Moyano.

Al parecer el plan habría tenido éxito, pero no coincidirí­an las fechas ya que estaría probado que el desprestig­io vendría de mucho antes.

El juez Sebastián Ramos investiga una denuncia sobre la existencia de una “mesa judicial PRO” que habría funcionado en la Casa Rosada y era comandada por Marcos Peña, con la participac­ión de su ministro de Justicia, Germán Garavano; del secretario legal y técnico, Pablo Clusellas; y del jefe de asesores, José Torello. Coincidirí­a con la que tenía lugar los martes a la mañana y cuyos resultados eran cubiertos por los periodista­s acreditado­s.

A mano. A este paso, en poco tiempo la cantidad de macristas procesados será similar a la de los kirchneris­tas procesados en la era Macri. El objetivo no parece ser la búsqueda de justicia sino ponerse a la par, sin importar la seriedad de las denuncias. Responder a los presos de un lado con los presos del otro. Un juego de suma cero en el que la cuestión de fondo no es el lawfare, sino quién lo controla.

En cualquier caso, seguir convirtien­do a la Justicia en la extensión de la política por otros medios es un suicidio no solo para la sociedad, sino también para los propios políticos. Estos se creen amos de jueces esclavos, y en un sentido lo son. Aunque, siguiendo la dialéctica hegeliana, los esclavos pueden convertirs­e en amos y terminar teniendo el poder.

Este uso político distorsion­a todo, porque ya no queda claro qué se investiga por propia justicia y qué no. Si quien termina preso de verdad merece estarlo o si merece estarlo, pero en otro momento.

O si lo que pasa es que todos los políticos son corruptos y que, una vez judicializ­ados, ninguno saldrá airoso.

No lo creo, pero si fuera cierto que los políticos corruptos son mayoría, entonces el problema no es de nuestros representa­ntes, sino de lo que representa­n, de sus representa­dos.

Pero como eso sería difícil de aceptar, lo sencillo es aprovechar la cuarentena para contemplar este nuevo show judicial que recién comienza.

La cantidad de macristas procesados será similar a la de los kirchneris­tas que también lo fueron

Es un juego de suma cero en el que la cuestión de fondo nunca fue el lawfare, sino quien lo controla

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GUERRA POLÍTICA POR OTROS MEDIOS. Al asumir, Alberto Fernández decía: “Yo no voy a tener un Comodoro Py”, en el sentido de no usar a los jueces federales como arma política. Macri decía lo mismo. Los jueces pueden parecer esclavos de los políticos, pero al final se transforma­n en sus amos.
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