La historieta impune
Puede dejar sin resuello al lector por la diversidad enloquecida de discursos gráficos que se complementan con un texto que recurre a todos los clichés de la novela negra
Crímenes y castigos
Carlos Nine ilustraciones
El patito Saubón; Gesta Dei; Fantagas; Keko, el mago Hotel de las Ideas, $ 620
“El 60% de lo que dibujo es para mí y no se publica”, dijo en una entrevista Carlos Nine, famoso por no ser encasillable en tiempos en que todo debe tener una etiqueta. “¿Historietista o artista plástico?”, se pregunta, como lo hacen crítica y público, el prologuista de la nueva edición de uno de sus más impactantes libros, a sabiendas de la imposibilidad de dar una respuesta justa a esa pregunta. Publicado originalmente en Francia en 1991 con el título de Meurtres et Chatiments por la editorial Albin Michel, Crímenes y castigos estrena su edición local de la mano de Hotel de las Ideas, especializada en novela gráfica y afines.
Aunque en 2015 Nine ilustró capítulos de Crimen y castigo de Feodor Dostoievski, este libro se limita a parafrasear el famoso título del escritor ruso, pero va por otro lado, de ahí el plural: Crímenes y castigos. Las historias que lo componen ya habían sido publicadas en Argentina por entregas cuando la revista Fierro pertenecía a Ediciones de la Urraca, la misma editorial para la que Nine hizo las memorables tapas de la revista Humor, cuyas caricaturas acompañaron a miles de lectores desde comienzos de la década del 80. El placer (o pulsión) de dibujar “para sí mismo” fue el gran atractivo que hizo que Crímenes y castigos se situara al margen de todo lo producido por la historieta hasta ese entonces, presentando al lector un relato estructurado alrededor de dibujos “privados”, de versiones coloreadas y depuradas de un material personal, enhebrado hábilmente gracias a la excusa de un mínimo plot. Es que, invirtiendo la mecánica de producción usual en el cómic, Crímenes y castigos hizo que su trama surja de los dibujos. Con la libertad artística que lo definía, Nine se desentendió de los mecanismos del género, conservando, al mismo tiempo, total control sobre sus recursos técnicos. Entre otras convenciones, el libro rompe con la tradición de encasillar secuencias dentro de un esquema cerrado de viñetas. Por otro lado, manipular la propia producción sin ceñirse a las lógicas convencionales le permitió reciclar algunas imágenes, modificadas según las necesidades del relato. Este artilugio proporcionaba a los dibujos la autonomía que no tenían en su condición de ilustraciones de textos ajenos.
Calificado de “cambalache” y “aquelarre feroz” en su prólogo, Crímenes y castigos puede dejar sin resuello al lector por la diversidad enloquecida de discursos gráficos que se complementan con un texto que recurre a todos los clichés de la novela negra, en lo que es tanto un homenaje como un probable ajuste de cuentas con el policial norteamericano. Gracias a la voz de un narrador omnisciente accedemos a los diálogos de los personajes o, más concretamente, a la opinión que este narrador tiene sobre esos diálogos y quienes los profieren. De este modo despunta una literatura que media entre el lector y los dibujos, muchas veces burlándose de los significados más evidentes que parecieran entregarnos las imágenes. En esas tensiones entre dibujo y palabra se confirma, otra vez, una de las vocaciones (más allá de la de dibujar para sí) que prevalecen en