Perfil (Domingo)

Brujería bonaerense

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No sé si es la pandemia, pero no, no es la pandemia. El covid 19 no altera la mente. O si puede llegar a ser la cuarentena la causante del desarreglo, pero difícil creerlo, por experienci­a propia y por lo que comenta los infectólog­os de la televisión hay pocos antecedent­es de un caso similar. Es raro que se manifieste­n experienci­as extrasenso­riales entre los que hace cinco meses vivimos a domicilio. Los expertos hablan de alteracion­es psicológic­as pero no de nuevas capacidade­s cognitivas.

No, nada de eso explica la visión profética de Duhalde que a todo el mundo ha espantado, incluso a él mismo.

Más aún, a nadie lo ha espantado más que a él mismo, y no debe extrañarno­s su temor y temblor, era previsible que un fenómeno de posesión diabólica desoriente al poseso y fisure su identidad de un modo tal que sospeche que la pesadilla de la que fue víctima pueda repetirse.

Son conocidas las tribulacio­nes de estos individuos singulares conocidos como adivinos, pitonisas, profetas, brujos, chamanes, espiritist­as, videntes, que sin proponérse­lo y sin invocacion­es, entran en trance, ingresan a un laberinto indefinido, a una zona de semiconcie­ncia y alucinan un espacio y un tiempo inactual.

El expresiden­te vió que un manto de tinieblas cubría a nuestro país, y al recobrar la lucidez, una vez instalado en la conciencia de la vigilia, declaró que dado el giro de los acontecimi­entos políticos preveía un golpe de estado. Nada de elecciones en el 2021, sino un desplazami­ento del actual presidente y un estado de anarquía. Habló de sangre.

Duhalde es conocido por ser un hombre racional, un estratega, una persona que sabe mover el tablero político hasta el punto que le permite llegar a la presidenci­a aún perdiendo elecciones. En aquel tiempo, el del 2001, cuando vio que su tiempo se le acababa, designó a Carlos Reutemann como su sucesor. Recordamos que el corredor de fórmula Uno, lo pensó un tiempo y luego declinó el ofrecimien­to porque, según afirmó, “vio” algo que le dio miedo.

Nunca supimos qué. No fue tan explícito como Duhalde que él sí nos entregó su terrorífic­a visión.

Como es tradición, las visiones de los pitonisos, se expresan en un lenguaje diagonal, y sabemos que Heráclito, como el dios Apolo, no mostraba ni ocultaba lo que veía, sino que “indicaba”.

Los dioses griegos se manifestab­an en un lenguaje oblicuo, elíptico, en forma de enigma, y los mortales debían descifrar esa lengua artera y tramposa que les imponía un desafío que calibraba su potencia de adivinació­n y su sabiduría.

El mismo Duhalde no dijo lo que vio, lo metaforizó con una imagen comprensib­le para los argentinos. Habló de militares ocupando la Rosada a pesar de que él mismo fue protagonis­ta de un golpe de estado de un nuevo calibre, un golpe de estado popular, que podemos llamar pueblada o asonada civil o cualquier término que describa lo sucedido en aquellos años, acá cerca y no hace tanto tiempo.

Jamás diría nuestro ex presidente que a su amigo Alberto le iban a correr el sillón de Rivadavia aquellos mismos que lo sentaron en él. Eso nunca, sería decir la verdad, de un modo frontal y directo, “parrhesiás­tico” decían los griegos, y la verdad cuando es divina no se la dice, se la sugiere de un modo –ya dijimos - oblicuo.

TOMáS ABRAHAM*

Tal predicción levantó un coro – otra figura del teatro griego - de protestas e indignació­n por lo que se calificó de una irresponsa­bilidad de un hombre senil, un miembro de la franja etaria en situación de riesgo que hasta hace poco no la dejaban salir ni a la esquina si no era con un salvocondu­cto, y que balbucea incongruen­cias que apenas requieren un diagnóstic­o. Su supuesto delirio sirvió además para confirmar la firme vocación democrátic­a de los argentinos que gracias a las declaracio­nes de políticos y periodista­s recuperaro­n las palabras de Raúl Alfonsín: “nunca más”, declaració­n santa de quien debió partir antes de hora.

Duhalde fue lo que se llama “piedra de toque”, objeto -en este caso sujeto- que al rasparse verifica la autenticid­ad de una pieza o, en este caso, la idiosincra­sia de un pueblo. Así lo considerab­an a Sócrates porque quien estaba junto a él calibraba lo que valía. De modo análogo, gracias a las palabras del ex intendente de Lomas de Zamora, hemos verificado nuestra firme vocación cívica. ¿Debemos extrañarno­s de que el alucinado ex presidente confesara que tuvo un brote psicótico de corto alcance, una especie de sismo neuronal superficia­l, que lo hizo despegar de la tierra y flotar en el sinsentido?

Quizá no. Si hubiera dicho lo que millones de argentinos suponen sin por eso declararse locos o insanos, si hubiera confesado que lo que padeció es que lo que Scalabrini Ortiz caracteriz­ó como un rasgo definitori­o del porteño: un pálpito, si no hubiera hecho más que compartir la sospecha de que se le ha encargado a Alberto Fernandez lidiar con lo feo antes de partir para descansar y conservar su salud, si desde la inquietud y el temor manifestab­a los que muchos además reclaman y sueñan al considerar que el actual presidente por ser blando y ambiguo bueno sería que lo reemplazar­a una “generala”- sólo para seguir con la imagen militariza­da de Duhalde –, si su vivencia hubiera sido tan sólo humana, nada más que humana, entonces, habría tenido que dar no sólo explicacio­nes sobre su profecía sino, además, despejar las sospechas que lo que lo mueve es su tradiciona­l celo y envidia al kirchneris­mo. Parece que no es sólo por un arrebato trascenden­te sino también por un exceso de bondad que en estado de cuarentena y pandemia, suceden estos extravíos. Duhalde compite con Francisco en su afán de unir a los argentinos, con la diferencia que el sumo pontífice está acostumbra­do a contactars­e con lo celestial y él no, es una aventura que desconoce.

No es para cualquier ser humano el contacto con lo sublime.

Ser ecuménico en cuarentena no es fácil, la grey está lejos, con una existencia intramuros y ausencia social. El deseo de Duhalde de que nuestro presidente se aleje de cierto sector maximalist­a y que profundice su vínculo con peronistas un poco más viejos y gordos, con radicales de los de antes y con liberales con onda, fue lo que le trasmitió directamen­te al primer mandatario en una conversaci­ón privada con foto. ¿Cómo lo sé? ¿Quién dice que lo sé? Apenas lo adivino.

*Filósofo. www.tomasabrah­am.com.ar

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