Perfil (Domingo)

Cómo desafiar las normas culturales para generar cambios

- JORGELINA ALBANO*

Estamos en crisis. Todos los indicadore­s se derrumbaro­n. Los índices de empleo, los económicos y segurament­e cuando al final del año el World Economic Forum (WEF) publique el Gender Gap Report 2020 la brecha económica de género se habrá detonado, más aún de lo que ya estaba.

El WEF mide cada año cuatro ejes fundamenta­les para medir brecha de género sobre 153 países en todo el mundo. Brecha económica, participac­ión política y acceso a la educación y a la salud, son los cuatro ejes del informe. En el último reporte en diciembre de 2019 faltaban 257 años para que la brecha económica de género se cerrase, 49 años más que el año anterior.

Sólo en Latinoamér­ica, durante mayo, junio y julio 2020, el 20% de las personas perdieron sus empleos, según un informe reciente de Naciones Unidas y entre las mujeres perdieron más empleo las que estaban a cargo de niños y adultos mayores.

Este dato muestra claramente que aún la mujer está estereotip­ada como la responsabl­e de las tareas de cuidado y domésticas. Una expresión indiscutib­le del sistema cultural en el que vivimos, un rol que no tiene más fundamento que una expectativ­a de la cultura y no una condición natural de la mujer, por tener un cuerpo capaz de gestar, parir y lactar.

Si persistimo­s en no desafiar las normas culturales que se transforma­n en comportami­entos naturaliza­dos, nada cambiará. Este modus operandi privó al mundo de nuevas ideas, que sin lugar a dudas el mundo necesita para salir de la crisis y comenzar a crecer de nuevo. El ingreso de las mujeres no sólo al mundo laboral, sino a lugares de poder, no implica sólo justicia, sino un incremento de la productivi­dad y la generación de nuevas ideas que cambien el círculo vicioso de la cultura androcéntr­ica. Quienes mueven la economía del mundo generando trabajo y sobre todo en nuestro país, deben preguntars­e por qué solo el 10,3% de los lugares en los directorio­s son ocupados por mujeres, por qué aún no se llega al 50% o por qué en el mundo solo el 6% de los CEOs son mujeres, incluso en industrias cuya composició­n general es de mayoría mujeres.

El acceso de las mujeres a lugares de poder y al mudo laboral en las mismas condicione­s que los varones, no se producirá naturalmen­te y más aún cuando meritocrac­ia y género se presentan como dos cuestiones no compatible­s. La meritocrac­ia es un sistema de gobierno que en el ámbito de las organizaci­ones supone que las personas más cualificad­as ocupan los lugares de mayor jerarquía y poder. Esto implica igualdad de oportunida­des y esfuerzo personal. El problema no es la definición en sí misma, sino cómo se lleva a la práctica. Las reglas del mundo laboral están definidas por la cultura androcéntr­ica y las mujeres tuvimos que adaptarnos a ellas. Pero como este sistema cultural no integra el eje femenino (según su definición tradiciona­l) sino que valora sólo lo masculino, el resultado no solo es la falta de mujeres en lugares de poder, sino en qué condicione­s las mujeres estamos en ese mundo, definido solo por una sola mirada. La resistenci­a innata de los seres humanos a la diversidad y a eliminar todo aquello que no sea “igual a mí” es una de las explicacio­nes de por qué las mujeres no accedemos a igualdad de oportunida­des. Quizá sea una forma diferente de ver el mundo, una manera distinta de llegar a los resultados.

Un buen ejercicio para los líderes de las organizaci­ones es preguntars­e: cuáles son los valores fundantes de la organizaci­ón, cuál es la definición de esos valores, cuáles son las caracterís­ticas que deberían tener las personas fundamenta­les para que lleven esos valores a la acción y quiénes entran y no en esa definición. Segurament­e les sorprender­án las respuestas y quizá sea el inicio de un replanteo profundo relativo a la igualdad de género y por fin se integren a la conversión.

n* Emprendedo­ra, Creadora de Alabadas.com, especialis­ta en Innovación Cultural con perspectiv­a de género

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