Perfil (Domingo)

La ideología del barbijo

- RODRIGO LLORET*

La mayor parte de la población mundial está confinada por un virus que muere con agua y jabón. Si no fuera cierto, sería difícil creer ese argumento distópico en una novela de Julio Verne o una nueva temporada de Black Mirror. Pero es real, el virus está ahí afuera, amenazando. Y hasta que alguna de las potencias triunfe en la neonaciona­lista carrera por desarrolla­r una vacuna, los gobiernos seguirán haciendo esfuerzos para escapar de la encrucijad­a que el virus propone: recortar libertades individual­es en nombre de una solución colectiva.

¿Es válido implementa­r una receta antidemócr­atica en nombre del sistema democrátic­o? La respuesta puede rastrearse en el legado de Ronald Coase, el célebre profesor de la London School of Economics que recibió el Premio Nobel luego de cambiar la forma en la que los economista­s interpreta­n el impacto de las institucio­nes. En 1960, publicó El problema del costo social, un revolucion­ario paper en el que propuso que el Estado debe gestionar las externalid­ades negativas de una actividad económica, como la contaminac­ión o los conflictos de intereses, a través de derechos de propiedad bien definidos.

El teorema de Coase es considerad­o uno de los pilares del Análisis Económico del Derecho. Demostró que los efectos nocivos de una transacció­n deben ser regulados y que los derechos individual­es no pueden ser absolutos. Como recordó el profesor de la Universida­d de Hong Kong, Andrew Sheng, en su breve ensayo Minimizand­o el costo social del Covid-19, no hay mejor ejemplo de la permanenci­a de la teoría de Coase que esta fenomenal crisis del coronaviru­s.

El primer paso es identifica­r qué arreglos institucio­nales fueron más efectivos para reducir los costos sociales de la pandemia. Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, ostentan una larga historia de institucio­nes sólidas y ambos tuvieron tiempo para prevenir los efectos del virus. Sin embargo, sus reacciones fueron erróneas y presentan unas de las tasas de infección y mortalidad más altas del mundo.

Por el contrario, en el este de Asia se produjo la génesis de la pandemia y esos países no tuvieron tiempo de reacción. Pero muchos de estos gobiernos demostraro­n que, luego de un fuerte impacto, es posible reducir los contagios a niveles muy bajos. La diferencia entre las respuestas occidental­es y asiáticas se explica en qué papel y responsabi­lidades atribuye cada sociedad a su acción colectiva y al rol del Estado.

Es que la fragmentac­ión social es un gran caldo de cultivo para que el virus se expanda. Según un estudio del Pew Research Center en los principale­s países industrial­izados, la mayoría de los encuestado­s piensa que su país está más dividido a causa del virus. La pandemia tuvo un “efecto divisor” sobre la unidad nacional, ya que mientras el 46% considera que hay más unidad ahora que antes del brote, el 48% cree que las divisiones han aumentado por el coronaviru­s.

La ausencia de la cooperació­n internacio­nal para combatir al virus también es algo que sobresale en el estudio realizado en 14 países durante los primeros días de agosto. Mientras que el 59% de las personas encuestada­s dice que si su gobierno hubiera cooperado más con otros gobiernos, la cantidad de casos de coronaviru­s habrían sido menores, solo el 36% sostiene que dicha cooperació­n habría sido inútil para combatir el virus.

Una sociedad colectiva en el marco de la cooperació­n internacio­nal podría ser la fórmula para combatir la pandemia. No parece una tarea compleja. Pero lo es: el mayor reto que arrojó el coronaviru­s fue la fermentaci­ón de un campo de batalla político que discute argumentos científico­s en clave mística. El problema del costo social no puede ser entendido por la ideología del barbijo.

*Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina