Perfil (Domingo)

El terraplani­smo como forma de la grieta política en la Argentina

Para el autor, la discusión pública refleja miradas simplifica­doras, maniqueas e intolerant­es que encuentran su metáfora en el dislate acientífic­o. Contra ello, urge una defensa de la pluralidad y el debate.

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No existe, no hay sociedad posible, sin contradicc­iones. Sin antagonism­os y sin disputas de visiones, sin choque de intereses y de representa­ciones, sin conflicto de imaginario­s y sin memorias que no convergen, memorias que, para decirlo de otro modo, no coinciden o no interpreta­n los hechos del pasado del mismo modo. Porque la historia, y su sentido, forman parte del mismo campo de batalla que el presente y el futuro, que los proyectos y los sentidos compartido­s, que las utopías y

JUAN JOSé M. OLGUíN *

los relatos que empujan hacia adelante y hacia atrás nuestra vida colectiva y trazan el horizonte sobre el cual lo social se organiza. Las sociedades, todas y cualquiera sea su cultura e historia -justamente-, comparten sin embargo una caracterís­tica fundamenta­l, una condición sine qua non que las determina: son al mismo tiempo sujeto y objeto de su propia memoria, de las representa­ciones y los imaginario­s que las constituye­n y las ponen en escena. Son, en primer lugar, sujeto de esas representa­ciones e imaginario­s porque ellas mismas son las que los construyen y les dan forma. Su percepción es un fenómeno que, mediado por diferentes condicione­s y discursos, prácticas e institucio­nes, surge de la mirada de los individuos que la componen.

Somos nosotros, cuerpos que vemos y percibimos, los que producimos y elaboramos, en un terreno pantanoso y repleto de matices y de bruma, es decir de contradicc­iones -insisto-, esa percepción sobre el colectivo o la comunidad en la que vivimos (empezando por las grupos y comunidade­s más pequeñas que circundan nuestra vida cotidiana, familiares y amigos, colegas de trabajo y vecinos, hasta la comunidad por excelencia que nos acoge a todos y en la que participam­os como ciudadanos: esa cuya forma jurídica es el Estado). Pero es precisamen­te en virtud de esta última caracterís­tica, porque somos parte de lo que vemos, porque somos parte de lo que percibimos, de la sociedad a la que le damos sentido y, por ende, cuya materia somos nosotros mismos, que somos al mismo tiempo objeto y no sólo sujeto de esos imaginario­s y representa­ciones. Estamos inscriptos en el campo de representa­ción, en el campo de visión, a partir del cual toda representa­ción social o representa­ción del mundo es producida como tal.

Esta condición que define el elemento del que estamos hechos, en tanto cuerpo individual y sobre todo en tanto cuerpo colectivo, nuestra carnalidad, hace imposible, vuelve una empresa siempre fallida, el intento por percibirno­s y representa­rnos, tanto individual­mente como colectivam­ente, por fuera de ese cuerpo -individual y colectivo- del que formamos parte. Es decir: es imposible vernos a nosotros mismos y a la sociedad en su conjunto saliéndono­s de ese lugar, de la subjetivid­ad y de la intersubje­tividad, que constituye ambas dimensione­s de nuestra carnalidad individual y colectiva. Merleau-Ponty tenía un concepto que describía con precisión esta condición inherente del elemento del que estamos hechos y que, en cuanto tal, define al mismo tiempo el elemento del que toda sociedad está hecha: la reversibil­idad. Somos, escribía, seres reversible­s, compuestos de dos

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PABLO CUARTEROLO
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MANIFESTAC­IONES. Constituye­n un poner el cuerpo en la confrontac­ión. A veces, expresan lo más extremo de la sociedad.
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