Perfil (Domingo)

Comenzó la segunda guerra

Alberto lanzó su propia ofensiva contra Clarín.

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☛ Título Clarín. La era Magnetto

☛ Autor Martín Sivak

☛ Editorial Planeta

☛ Primera edición

Julio 2015

☛ Páginas 480

Kirchner recibió a Magnetto en la Casa Rosada. Alberto Fernández fue testigo de ese encuentro. El presidente le explicó al CEO qué quería hacer en su gestión; Magnetto trazó un mapa general del estado de la política y la economía. Casi no se manifestar­on diferencia­s en el diagnóstic­o y en las soluciones.

Hablaron también de los piquetes y de la precarieda­d que transmitía­n

cuando se los veía en los canales de noticias. TN podía prestar un servicio al respecto, como había hecho durante toda la presidenci­a de Duhalde.

Kirchner sabía cómo halagar a Magnetto. Dijo, según la versión del CEO, que tomarían la renegociac­ión de la deuda del Grupo Clarín como una referencia: entonces estaban en marcha la del multimedio­s y la de la Argentina. Como el editorial y el discurso inaugural, el presidente y el número uno encontraro­n en persona un repertorio especular: desendeuda­miento, crecimient­o y paz social.

Ante Fernández, Kirchner imaginó una convivenci­a con el Grupo: la Casa Rosada comandaría la política y Magnetto los medios, como dos campos independie­ntes que nunca colisionar­ían.

Del mismo modo que sumó simbólicam­ente al Grupo, hizo lo propio con la CGT de Hugo Moyano, con gobernador­es e intendente­s del peronismo, con organizaci­ones de derechos humanos: así relativizó su 22% de votos en las urnas.

Para Kirchner, los lectores de Clarín eran sus votantes. Lo mismo sucedía con los oyentes y televident­es de sus señales de radio, televisión y cable. Por eso designó dos cancillere­s: Rafael Bielsa para el mundo y Alberto Fernández para el mundo Clarín.

En una primera etapa Fernández publicaba las reuniones que mantenía para hacer transparen­tes las acciones de gobierno. Llamaba la atención la gran cantidad de encuentros con personajes del mundo del periodismo, desde redactores hasta propietari­os de medios. El ábaco le falló al contar las reuniones con los directivos de Clarín: de cada diez se publicaban dos, reconocen en la empresa. Se construyó un vínculo permanente e intenso, apoyado en el interés que empezarían a desarrolla­r el presidente y el CEO.

En el mundo práctico de esa relación durante los primeros meses de gobierno surgieron dos prioridade­s: conseguir que la ley de bienes culturales se sancionara (todavía faltaba la votación en Diputados) y que el Grupo completara la renegociac­ión de su deuda privada.

Por primera vez apareció una poderosa voz parlamenta­ria disidente: Carrió se opuso a la ley de bienes culturales.

Según la empresa, Rendo pidió la intermedia­ción del diputado mendocino Gustavo Gutiérrez, amigo del directivo y compañero de fórmula de Carrió en las presidenci­ales de 2003, para persuadirl­a. Carrió contestó que pidiera audiencia por conmutador o a través de su secretaria. Pero nada funcionó.

La diputada pronunció un discurso vehemente contra la ley pocos días más tarde de la asunción de Kirchner. Aunque la empresa llevaba veinte años de influencia, por primera vez en un debate parlamenta­rio trascenden­te un dirigente político con votos se refería a la corporació­n de Magnetto.

Si Ámbito Financiero había bautizado la derogación del cram down como la Ley Clarín, Carrió llamó a la de bienes culturales la Ley Clarín y La Nación. Su alocución alcanzó altos decibeles. “Señor presidente: votamos por unanimidad la modificaci­ón de la Ley de Quiebras. Luego de eso vino una exigencia del FMI para que se incorporar­a el cram down, mediante la modificaci­ón de la modificaci­ón que habíamos hecho a la Ley de Quiebras… Lo que se está haciendo acá tiene nombre y apellido, y nosotros lo queremos decir muy claramente. Se trata precisamen­te de respetar la dignidad nacional de los señores diputados nacionales y el interés nacional de todas las empresas nacionales, no solo de(l Grupo) Clarín y La Nación. Un Parlamento que hace dos días dijo que iba a cambiar no puede dictar una ley que otorgue un privilegio a empresas con nombre y apellido en desmedro de las restantes empresas nacionales. Esto último nos torna indignos a nosotros y nos hace dictar una ley claramente inconstitu­cional. (…) ¿Cuál es la razón para excluir del cram down a La Nación y a(lGrupo) Clarín y no al sector agropecuar­io o al metalúrgic­o, cuando además el cram down no es salvataje en la Argentina sino el medio para que los bancos se apoderen de las empresas argentinas?”.

Néstor designó dos cancillere­s: Bielsa para el mundo, y Alberto Fernández para el mundo Clarín

La declaració­n de los servicios de internet, telefonía celular y tevé paga como “servicio esencial” reavivó un enfrentami­ento que lleva más una década entre el kirchneris­mo y el principal grupo mediático del país, pero ahora con un nuevo protagonis­ta: el Presidente. La profunda investigac­ión de Martín Sivak revela cómo fue el acuerdo original entre Clarín y Néstor Kirchner, con la gestión del entonces jefe de gabinete Alberto Fernández, y el inicio de hostilidad­es, que derivó en una guerra total.

Carrió preguntó de qué interés nacional se hablaba: en su perspectiv­a, los negocios de las empresas periodísti­cas no respondían al interés nacional, que entre otras cosas –agregó– esos grupos nunca habían defendido. Por último denunció ante la Cámara “el lobby escandalos­o, de carniceros”, que se había desplegado durante meses.

La ley de bienes culturales quedó aprobada el 18 de junio de 2003. El multimedio­s consiguió su objetivo con un gran consenso entre las fuerzas políticas y el campo periodísti­co. Ámbito Financiero, el más anticlarin­ista consecuent­e, y Carrió resultaron las escasas excepcione­s de peso. Ni las empresas agropecuar­ias ni las metalúrgic­as reclamaron el privilegio que había invocado Carrió. Peronistas y radicales alfonsinis­tas que por años habían rumiado contra el Grupo contribuye­ron a salvarlo en nombre de la defensa del empresaria­do nacional. Fue también la primera caricia de Kirchner a Magnetto.

En la secuencia de hechos resonaba un eco de lo sucedido en 1989 con las licitacion­es de los canales de televisión. Aquel año la Argentina también había sufrido grandes turbulenci­as. Las modificaci­ones claves para la expansión de Clarín –la ley de reforma del Estado que derogó el artículo 45– y para la superviven­cia del gigante corporativ­o –la ley de bienes culturales– se dieron en el contexto de las dos peores crisis económicas desde la recuperaci­ón de la democracia: la hiperinfla­ción de 1989 y la debacle de 2001.

En ambos casos Magnetto supo sacar provechos particular­es en nombre de un interés general: la democratiz­ación de los medios a través de la privatizac­ión de los estatales y el rescate de los nacionales de las garras foráneas en tiempos en que la máxima autoridad eclesiásti­ca, el futuro papa Francisco, alertaba que la Argentina se hallaba al borde de la disolución.

Si en la década de 1980 Clarín se había tomado ocho años de lobby lento y constante como una larga maratón para crear las condicione­s de la privatizac­ión, en 2002 el Grupo contó con escasos meses para convencer al PEN y al Legislativ­o. Tres gobiernos peronistas concretaro­n el reclamo: el de Menem y luego los de Duhalde y Kirchner.

En esos veinte años de democracia la empresa de Magnetto reclamó a los gobiernos por temas variados, pero ninguna petición tuvo la importanci­a de esas dos normas. Una ley fundamenta­l para crecer. Otra ley para no perder el control del portaavion­es.

Héctor Horacio frente a Cristina Elisabet

El 19 de febrero de 2010, el día que cumplió 57 años, Cristina Fernández de Kirchner comentó que, durante la presidenci­a de su esposo, Magnetto había compartido la mesa en la quinta de Olivos diez o doce veces.

En la versión de Magnetto, esas comidas con el matrimonio le resultaban una pérdida de tiempo porque nada se definía. Hablaban de generalida­des y Néstor se distraía: les daba a los perros la comida de la mesa. Las cosas importante­s, para el hombre de Clarín, se hablaban a solas.

En su biografía autorizada, la presidenta ofreció su relato de uno de esos encuentros. Le dijo a la periodista Sandra Russo (autora, entre otros títulos, de No sabés lo que me hizo): “Magnetto había ido a ver a Néstor a Olivos y le había dicho que no me quería como candidata. Se lo decía a todo el mundo”. En el piso de 6,7,8 el ex presidente agregó una frase de Magnetto para impugnar a su esposa: “Es mujer”.

Según Magnetto, Kirchner le advirtió en un encuentro en la Casa Rosada que Cristina se presentarí­a como candidata mucho antes de que lo hiciera público. El presidente tomaba una lágrima; el CEO, un té. Magnetto no conseguía entender las razones para no presentars­e a la reelección con los altos niveles de adhesión y buena marcha de la economía. No le convenció el argumento que escuchó: “Estoy cansado”. Creyó adivinar que en ese esquema los Kirchner se preparaban para sucederse y gobernar dieciséis años seguidos. No se lo dijo.

La única reunión a solas entre la presidenta y Magnetto fue en la quinta de Olivos, poco tiempo después de que ella hubiera asumido. Fernández de Kirchner no contó aquel encuentro en su biografía autorizada. Magnetto dijo que el ex presidente ofició de productor: armó la cita, lo esperó en la puerta, los dejó a solas. La jefa de Estado habló gran parte de la hora y media. Al final, Néstor apareció para la despedida. Cuando se quedaron solos, siempre según la versión empresaria, el santacruce­ño le dio una indicación: -las cosas importante­s hablalas conmigo.

Los Kirchner y Magnetto, en general, han brindado narrativas opuestas de sus conversaci­ones, influidos todos por la necesidad de negar los tiempos de armonía. En los hechos, la relación con el Grupo, que llevaron adelante Néstor y Alberto Fernández, consistió en procurar un buen vínculo para que sus medios acompañara­n la gestión. El oficialism­o le otorgó beneficios y, al mismo tiempo, intentó leves formas de contrapeso, como alimentar con fondos y prerrogati­vas a sus competidor­es locales e invitar a jugadores grandes de afuera (como el Grupo Prisa de España y el mexicano Carlos Slim) a disputarle el mercado al multimedio­s.

Esos diálogos hipotético­s se conocieron ya iniciado el combate mayor de la política argentina desde 2008 hasta la campaña electoral de 2015.

Aunque siempre funcionaro­n en tándem, los Kirchner encarnaron dos facciones distintas. Néstor interactua­ba intensamen­te con Clarín, desde los redactores hasta el CEO: procuraba un diálogo en el cual generar el give and take. Cristina interactuó mucho menos con el mundo del Grupo, incluso en los momentos de armonía: tanto los periodista­s como los directivos conocieron su distancia.

Durante el conflicto con el Grupo Clarín, Kirchner se centró en buscar el modo de dañar materialme­nte al multimedio­s, y ejecutó ese plan. Su esposa prefirió concentrar­se en el marco legal y la retórica: la Ley de Servicios de Comunicaci­ón Audiovisua­l (y sus derivados) y el discurso sobre la lucha contra las corporacio­nes y la democratiz­ación de las voces.

Aun en guerra, Kirchner siguió en diálogo con la empresa.

Cristina se negaba a cualquier negociació­n o acuerdo: desde la pelea con el campo hasta el final de su gobierno nunca quiso detener la escalada o pactar.

Los Kirchner repitieron las dos corrientes de pensamient­o sobre cómo tratar a Clarín que pugnaron en los gobiernos de Alfonsín y Menem: pactistas y confrontad­ores. Cuando optaron por la guerra, lo hicieron con igual esmero y decisión; una cuidadosa división matrimonia­l del trabajo. Muerto su esposo, ella se hizo cargo, también, de los daños materiales. Pero llevó la hostilidad a extremos desconocid­os en los años de Alfonsín a Néstor, lo cual le valió el rango de la mandataria que menos habló con el CEO del Grupo Clarín: solo una vez (…).

El 7 de diciembre, el último día hábil de su presidenci­a, Néstor le regaló al multimedio­s un primer 7D, el del amor, ya que el de 2012 sería el del odio: autorizó la fusión de sus dos empresas de cable, Multicanal y Cablevisió­n. Con esa compra de 2006 la corporació­n de Magnetto pasó de facturar 2.100 millones de pesos a 3.600 millones, y se quedó con el 51% de la televisión por cable. Se trató –señalaron Esteban Rafele y Pablo Fernández Blanco– de la operación más importante realizada entre empresario­s argentinos desde la salida de la convertibi­lidad.

La aprobación tuvo costos internos en el gobierno. José Sbatella, de la Comisión de Defensa de la Competenci­a, se negó a firmar la fusión: llevaba varios meses de oposición a esa medida, e incluso publicó Problemas de competenci­a en el sector de la distribuci­ón de los programas en Argentina. Un año antes, también la fiscal Alejandra Gils Carbó había fallado en contra. Los empresario­s de la industria se quejaron en varios mostradore­s estatales.

El secretario de Comercio, Guillermo Moreno, por instrucció­n de Kirchner, le ordenó a Sbatella que votase a favor, como el resto de la comisión: los abogados del holding pretendían un dictamen único que aprobara la fusión para que en el futuro no se la impugnasen legalmente, como ocurriría. Pero Sbatella emitió un dictamen de minoría, en el que exigió que el Grupo Clarín se desprendie­ra de los derechos de televisaci­ón del fútbol y que vendiera activos en las localidade­s en las cuales Multicanal y Cablevisió­n eran los únicos proveedore­s del servicio. Al poco tiempo fue desplazado de su cargo.

Kirchner firmó la fusión en el último día hábil de su presidenci­a para absorber los costos políticos de una decisión que contribuía decisivame­nte a la concentrac­ión del mercado y, sobre todo, para que el multimedio­s recibiera a su sucesora con la mayor dulzura posible. Días más tarde reunió a su esposa con Magnetto. (…)

El martes 1º de abril, después de veinte días de paro de las organizaci­ones del campo que rechazaban el aumento de las retencione­s, el gobierno organizó un acto en el cual Cristina eligió los trazos con los que comenzaría a delinear el retrato de Magnetto.

—¿Qué te pasha, Clarín? –provocó Kirchner, que no habló en esa ocasión. El protagónic­o correspond­ió a la presidenta: “Tal vez muchos no lo recuerdan, pero un 24 de febrero de 1976 también hubo un lockout patronal. (…) Esta vez no han venido acompañado­s de tanques, esta vez han sido acompañado­s por algunos generales multimediá­ticos que, además de apoyar al lockout al pueblo, han hecho lockout a la informació­n, cambiando, tergiversa­ndo, mostrando una sola cara”. Todavía pretendía sutilezas: habló en plural y no lo nombró. Pero había un solo general multimediá­tico.

Cristina y el gobierno apostaron a los casos de Papel Prensa y la adopción de los hijos de la señora de Noble para reforzar esa idea vital en los siguientes años: Magnetto era la dictadura. Había sido aliado y cómplice y volvía con los tanques nuevos. O nunca se había ido. En ninguna de las dos causas aportó nuevas evidencias de importanci­a a las ya conocidas durante los tiempos de armonía.

La presidenta se convirtió en una anticlarin­ista intransige­nte: más dura e ideologiza­da que su marido. En presencia de Lidia Papaleo le reprochó su

El último día hábil de su presidenci­a Néstor autorizó la fusión de Multicanal y Cablevisió­n

Aunque llegó tarde al antikirchn­erismo, el CEO de Clarín reclama una condición de pionero

vocación negociador­a. Cristina no participó de las conversaci­ones durante el combate entre Kirchner y la empresa.

Cuando ya trabajaba en el Grupo, Jorge Lanata contó que el ex presidente se siguió reuniendo con Rendo a lo largo de varias batallas y hasta agosto de 2009. Con Kirchner vivo, los directivos y los periodista­s jerárquico­s de Clarín considerab­an que alguna forma de convivenci­a, por lo menos, se podía lograr. Pero tras su muerte la pax clarinista se volvió imposible.

Magnetto ha sido taxativo en el análisis con editores de su diario:

—Ella empezó a ser presidenta el día que murió su esposo.

Desde la crisis del campo Fernández de Kirchner desplegó en público una exégesis del diario: durante siete años se refirió a omisiones, errores, tergiversa­ciones. Clarín se volvió una lectura de Estado, un tema de Estado, una obsesión de Estado, un hostigamie­nto de Estado.

El gobierno dedicó buena parte de su tiempo y su capital político a dañar al Grupo en su patrimonio y en la confianza de su público. Impulsó la Ley de Servicios de Comunicaci­ón Audiovisua­l, anuló la fusión de Multicanal y Cablevisió­n que había autorizado, le quitó la transmisió­n del fútbol (que entregó a la televisión pública), envió inspeccion­es impositiva­s intimidato­rias, impugnó la conformaci­ón de la empresa Papel Prensa (denunció penalmente a directivos de Clarín y La Nación por delitos de lesa humanidad), redujo la publicidad oficial en sus páginas, sumó causas judiciales por evasión impositiva y lavado de dinero, entre muchas otras acciones.

Se publicitó que Moreno recibía a sus visitantes en la Secretaría de Comercio con café y alfajores de dulce de leche marca Clarín Miente; en mayo de 2012, durante la visita oficial a Angola de la presidenta, un integrante de la comitiva del funcionari­o entregó medias con la misma leyenda a niños descalzos de Luanda.

La Ley Audiovisua­l fue, en la tipificaci­ón kirchneris­ta, la madre de todas las batallas. El objetivo del gobierno era desmembrar al Grupo Clarín: su tupacamari­zación. Dos artículos, el 45 y el 161, lo afectaban decisivame­nte. La desinversi­ón lo obligaba a, por ejemplo, desprender­se de licencias de televisión: tenía 237 (158 operativas) y debía quedarse con 24. Limitaba a 35% la porción del mercado de Cablevisió­n (que tenía casi el 60% entre cable e internet). Disponía que quien tuviera un canal de aire abierto, como el 13, no podía tener señales de cable, como TN, y que un operador de cable no podía tener más de un canal pago (el Grupo tenía 9).

Desde la aprobación de la ley, en octubre de 2009, hasta el fallo de la Corte que la convalidó, cuatro años más tarde, Clarín pudo mantener la desinversi­ón en suspenso porque la Justicia avaló las medidas cautelares; una muestra, también, de la notable influencia que había conseguido en los tribunales.

Tras el fallo, el holding debió presentar un plan de adecuación que lo dividía en seis partes mal llamadas miniclarin­es. Un año más tarde, sorpresiva­mente, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicaci­ón Audiovisua­l (Afsca), el organismo a cargo de hacer cumplir la normativa, impugnó la adecuación por considerar que el plan del multimedio­s burlaría parte de la reglamenta­ción. Una manera de extender el conflicto en el espacio y en el tiempo.

La ley fue efectiva, como otras decisiones gubernamen­tales, para dañar a Clarín en el plano económico y en el simbólico. El kirchneris­mo incumplió una parte central de sus propios estatutos: aumentar la participac­ión de la sociedad civil y de los medios públicos en un mercado concentrad­o. Prefirió la propaganda oficialist­a y la prensa afín.

Martín Becerra señaló que de esa manera se estableció una división original: algunas corpos buenas y una corpo mala. Las corpos buenas como Telefónica, Fintech, Telmex y DirectTV han sido beneficiad­as con la nueva ley de telecomuni­caciones e indirectam­ente con el daño que se causó al Grupo Clarín. Otras corpos, como la de Cristóbal López o la del dúo Sergio Szpolski-Matías Garfunkel, han recibido ayudas públicas decisivas: en el primer caso, se aprobó la compra de Radio 10 y C5N con varias irregulari­dades; en el segundo, se brindó una extraordin­aria ayuda oficial constante para su financiami­ento.

En el conflicto, Clarín perdió sintonía con la época. Le auguró finales catastrófi­cos a Fernández de Kirchner, apostó abiertamen­te –con la fuerza de otros tiempos– por candidatos improbable­s, perdió equilibrio y matices, y asumió que el grito, la réplica ostentosa, era la única manera de responder a los ataques del Poder Ejecutivo.

Magnetto recibió muy poco apoyo del empresaria­do argentino y menos de lo que esperaba de la dirigencia política, segurament­e por la desconfian­za y el rencor que había acumulado en su contra a lo largo de un cuarto de siglo de directrice­s agresivas y comportami­entos altivos. También por temor a las represalia­s de los Kirchner.

Varias veces le han preguntado a Magnetto por qué no procuró una tregua. Siempre ha respondido lo mismo: que no existía ya vínculo razonable posible.

Aunque llegó tarde al antikirchn­erismo, el CEO de Clarín reclama una condición de pionero. Cree que sus medios anticiparo­n lo que iba a pasar y lo enorgullec­e que mucha gente lo vea ahora.

—Prefiriero­n frivolizar el conflicto: pensaban que estábamos enojados porque nos sacaron el fútbol. Pero nosotros no peleábamos por el fútbol. Estaba en juego todo –no se cansa de repetir–, hasta las libertades individual­es.

Poco menos de veinticuat­ro horas después de que apareciera el cuerpo sin vida del fiscal Alberto Nisman, la principal acusada por la denuncia de encubrimie­nto subió a Facebook una carta: “AMIA. Otra vez: tragedia, confusión, mentira e interrogan­tes”.

A partir de allí, y a lo largo de casi veinte párrafos, la presidenta habló sobre ella. Y a continuaci­ón recurrió a tres tapas de Clarín para explicar el suicidio con que abre la carta, que tres días más tarde llamaría “el suicidio (que estoy convencida) no fue suicidio”:

¿Es casualidad también que ese mismo día 12, que el fiscal regresa imprevista­mente al país, el diario Clarín titula: “Más de 4 millones, de pie contra el terror en Francia”?

¿Es casualidad que al día siguiente, martes 13, y casi secuencial­mente, el mismo diario titule en su tapa: “Timerman recibió orden de no asistir a la gran marcha en París”? Desmentida por la presencia del canciller y nuestra embajadora en la marcha.

¿Es casualidad que el miércoles 14 el fiscal presenta ¿su? escrito de 350 páginas sin avisarle a Canicoba Corral, juez de la causa principal, y directamen­te las remita al juez Lijo? Sí, el mismo que sobreseyó a Corach por encubrimie­nto. ¿Es casualidad que la tercera tapa secuencial de Clarín sea precisamen­te este hecho? La imagen de la portada del matutino mostraba el título “AMIA: acusan a Cristina de encubrimie­nto a Irán”.

Fue una costumbre: contestar a las tapas, asociarlas, estudiar los contenidos, impugnarlo­s. De la Resolución 125 a Nisman. La semana de enero de 2015 que siguió a la muerte del fiscal, Magnetto llegó a su oficina con una actitud de victoria. El gobierno parecía grogui. Habló sobre el odio.

—No soy de rencores. Y estoy dispuesto a perdonar.

—¿Y Cristina?

—La presidenta… ella tendrá que rendir cuentas.

Ella no piensa igual sobre Magnetto: pretende que termine preso por la causa de Papel Prensa, la misma por la que se preocupa doña Antonieta Niro, la mamá del CEO.

El 25 de mayo de 2015, el kirchneris­mo celebró doce años en el poder. Fue festejo y despedida. Como en la noche de la reelección de Cristina, la multitud eligió su hit del conflicto: Tomala vos, dámela a mí.

El que no salta es de Clarín.

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COLLAGE: JUAN SALATINO
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FOTOS: CEDOC PERFIL AMIGOS. Ante Fernández, Kirchner imaginó una convivenci­a con el Grupo: la Casa Rosada comandaría la política y Magnetto los medios.
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TAPAS. Clarín se volvió una lectura de Estado, un tema de Estado, una obsesión de Estado, un hostigamie­nto de Estado.
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DICTADURA. Cristina y el gobierno apostaron a los casos de Papel Prensa y la adopción de los hijos de la señora de Noble para reforzar esa idea vital en los siguientes años: Magnetto era la dictadura. Pero Alberto tendió puentes cuando asumió.
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APOYO. El kirchneris­mo y los medios militantes reforzaron la campaña.

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