Boquitas despintadas
Una de las industrias más perjudicadas por el uso generalizado del barbijo fue la de los lápices labiales, que registró una importante caída en las ventas. En los últimos seis meses, muchas mujeres han dejado de pintarse los labios por dos razones: el rouge mancha el barbijo y los labios no se ven. La ausencia momentánea de labios pintados nos invita a recordar anécdotas relacionadas con ese cosmético.
En el siglo XIX, el uso de rouge en los labios estaba limitado a las artistas, que lo usaban sólo en el escenario. Para ver una mujer con labios pintados había que asistir a una obra con Sarah Bernhardt o a un recital de La Bella Otero. En 1915 apareció el lápiz labial deslizable dentro de un tubo de metal, inventado por Maurice Levy, y su uso se fue popularizando de a poco. Igualmente, algunos consideraban que pintarse los labios no era propio de una chica decente y prejuiciosamente lo asociaban con la excesiva coquetería y hasta con la prostitución. Basta recordar la letra de la milonga “Tata no quiere”, que cantaba Nelly Omar: “No te me andés empolvando ni pintándote el hocico, que no sos hija de ricos pa’andar así coqueteando”. Otra señal de ese enfoque era la película francesa La calle de las bocas pintadas, de Robert Vernay. Allí el personaje de Françoise Christophe ejercía la prostitución en esa calle de Tánger, que era considerada la ciudad del vicio.
El lápiz labial fue usado como el símbolo de la fatalidad en la versión del Cartero llama dos veces, dirigida por Tay
Garnett en 1946.
El primer encuentro entre Lana
Turner y John
Garfield ocurre cuando a ella se le cae el lápiz de labios y él se lo recoge del suelo para que ella luego se pinte provocativamente mirándose en el espejo de la polvera. El romance prohibido entre los dos termina trágicamente en un accidente en el que ella muere y su lápiz vuelve a rodar por última vez en la alfombra de su automóvil.
En 1934, Carlos Gardel glorificó el rouge en la película El tango en Broadway, usándolo él mismo para resaltar sus labios y cantando Rubias de New York rodeado de Mary, Peggy, Betty y Julie, cuatro coristas con las boquitas pintadas. El título de la segunda novela de Manuel Puig se inspiró en esa escena.
Las nietas de Ernest Hemingway (Margaux y Mariel) debutaron en el cine en 1976 en la película Lipstick. Allí el lápiz labial del título se refería al que usaba Margaux, que personificaba a una modelo que, haciendo justicia por mano propia, mata de varios tiros al profesor de música que violó sucesivamente a ella y a su hermana sin haber logrado que lo condenara un tribunal.