Perfil (Domingo)

¿Por qué leemos, por qué escribimos poesía?

- GIANNI SICCARDI

adivinado un secreto que le quita la gracia al asunto. En 1967, a pesar suyo, apareció el libro Travesía con “los pocos poemas que pudimos arrancarle”, según recordaba el poeta y músico Martín Micharvega­s. Y durante más de veinte años no volvió a publicar.

“Prefirió el rol de autoinmola­do lírico al de repetidor insaciable”, interpretó Micharvega­s. Tampoco se reconocía como traductor, aunque como tal publicó antologías de Eugenio Montale (1987) y Salvatore Quasimodo (1988). A la luz de la Obra completa, surge sin embargo que Siccardi no dejó de escribir y que su aparente silencio –comparable al de Enrique Banchs– se explica sobre todo por un motivo profundo de su escritura, la figura de la mujer a la que amó y la intensidad de la experienci­a amorosa que lo lleva a una retracción. Se considerab­a autor de un solo libro, Ella, que publicó en dos versiones y donde además reeditó parcialmen­te sus libros anteriores (el criterio de selección apuntaba al tema del amor). Trabajó como redactor periodísti­co y publicitar­io, entre otros oficios, y fue cantante lírico y docente, hasta que en 1989 se sintió interpelad­o por un texto de Raúl Gustavo Aguirre, “El poeta perdido”, sobre un poeta que dejó de escribir ante las obligacion­es de la vida doméstica. Fue un llamado en el que reconoció un conflicto propio: “Mi torpeza para ganarme la vida, mi vaivén permanente entre las necesidade­s interiores y las exteriores”.

Libertad para escribir. Publicada por el Instituto Lucchelli Bonadeo, la Obra completa recupera el conjunto de los libros de Siccardi, con prólogos de Jorge Quiroga y Jorge Ariel Madrazo, poemas inéditos y dispersos, reflexione­s sobre la escritura, una cronología y diversos materiales complement­arios. En una carta a Aguirre, también rescatada en el libro, Siccardi confiesa su desapego hacia los propios escritos y la pérdida de poemas y apuntes de escritura. Incómodo con los poetas del 60,

La poesía es inútil para vivir. De hecho, casi toda la gente vive sin poesía. Y no la echa de menos. Porque la poesía no tiene que ver con lo útil, con el tener, con la personalid­ad, sino solo con el ser. Sin embargo, todos tenemos el derecho de habitar nuestro ser esencial.

¿Por qué leemos poesía? ¿Por qué escribimos poesía? ¿Para qué? ¿Para entrar en nosotros mismos? ¿Para conocernos? a los que se lo vinculaba por razones generacion­ales, prefería reivindica­r a una figura solitaria como Juan L. Ortiz. “Amo la poesía pero quiero ser libre –declara en la carta–. No quiero pertenecer a ningún movimiento, generación, grupo, revista o editorial, que me exija el compromiso de escribir, de representa­r el rol de poeta”.

La entonación coloquial que interesó a Fernández Moreno es en realidad una voz replegada en la intimidad, que contempla el mundo con ¿Para reconocern­os? ¿Por qué algunos se empeñan en leer o escribir poesía? ¿Por qué algunos, aunque sean pocos, se empeñan en realizar un trabajo inútil, gratuito? Tan gratuito que no puede ser considerad­o un trabajo. Leemos y escribimos poesía para entrar en nuestro ser. Para hablarle. Para que nos hable. Para que nos cuente sus secretos.

n(fragmento de Obra completa, Instituto Lucchelli Bonadeo, 2019)

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