Perfil (Domingo)

Utopía sostenible

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Las medidas de aislamient­o social inducidas por la pandemia aceleraron procesos de descomposi­ción y adelantaro­n otros que creíamos eran una muestra de un futuro lejano. Muchos de esos problemas que viene cargando a cuestas la economía argentina hace 40 años no encontraro­n soluciones sustentabl­es, como nos recuerda el ministro Martín Guzmán con el caso de la deuda externa, ahora reperfilad­a. El primer síntoma de que algo no funcionó fue la casi nula tasa de crecimient­o durante este tiempo que en la era de las cuarentena­s, además, mostrará una caída sólo comparable con los fatídicos 1989 y 2002. La otra variable que pasó más tiempo descontrol­ada que en normalidad fue la inflación. Nadie esperaba que en 2020 se acercara a las cifras de la región, pero el rebote lógico de los últimos dos meses, aún con control de cambios, de precios y congelamie­ntos, nos acerca aún en estas circunstan­cias, a la mala nota de 2019. La otra luz amarilla en el tablero de control de la economía es el rojo fiscal casi permanente. Salvo el inicio de la convertibi­lidad y los épicos primeros años del culto a los superávits gemelos de Néstor Kirchner, la normalidad argentina fue la de un constante déficit del Tesoro, cuestión que también se agravará este año con la caída abrupta de ingresos tributario­s por el parate de la economía. Las dos anteriores facetas también llevaron a buscar financiami­ento sin pedir disculpas: aumento de la presión impositiva (en 2019 fue casi 10% más alta que en 2002), endeudamie­nto interno y externo con el consecuent­e crecimient­o del riesgo país y, finalmente, más emisión monetaria. El endeudamie­nto sólo se detuvo cuando hubo permanenci­a en el default y se cortaba el chorro de fondos salvador. La emisión monetaria siempre terminó siendo la variable de ajuste y 2020 no será la excepción. La consecuenc­ia de este desborde reincident­e fue el desequilib­rio en el mercado de cambios. El sector externo estuvo demasiado tiempo expuesto a mucha presión: incapacida­d de generar los dólares necesarios en el corto plazo (por caída en los precios, impuestos a las exportacio­nes o simplement­e por inelastici­dades propias de la producción), obligacion­es en dólares contraídas anteriorme­nte y demanda de activos externos para escapar del peso devaluado.

Albero Fernández sostuvo esta semana que, ahora sí, podría venir un conjunto de medidas para cumplir su propia promesa presidenci­al de poner a la Argentina de pie. Quitarse el lastre de los desembolso­s inminentes y hasta bajar la tasa de interés aplicada a los bonos públicos, lo obligan al optimismo si era relevante el factor endeudamie­nto como explicació­n al estancamie­nto económico. Pero también podría ser el efecto y no la causa.

Lo cierto es que sí será la variable a considerar de ahora en más y estará vinculada con las otras dos cuestiones que los últimos gobiernos no pudieron ofrecer: aumentar el empleo de calidad y bajar los índices de pobreza. Más allá de los alzas y bajas en las tasas de referencia, no hubo un “modelo” de economía que sostenidam­ente haya impactado positivame­nte y los niveles alarmantes de pobreza estructura­l que la crisis del Covid agravó, encontraro­n en la falta de puestos de trabajo de calidad la principal explicació­n.

En síntesis, una larga lista de tareas para el hogar que le toca a este Presidente responder a medida que la emergencia sanitaria traslade el foco de atención oficial a la otra pandemia: un país empobrecid­o y descapital­izado que necesita más que nunca un horizonte de esperanza, con acuerdo y compromiso de todos los involucrad­os.

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