Perfil (Domingo)

Promesas agrietadas

- SERGIO SINAY*

El filósofo bilbaíno Daniel Innerarity (sujeto de una sustancios­a entrevista de Jorge Fontevecch­ia publicada en este medio el pasado 29 de agosto) es autor, entre otras obras, de Ética de la hospitalid­ad, libro en donde, además de explorar dimensione­s profundas de la libertad, de la compasión, de la promesa, del respeto, de la equidad, se detiene en el análisis de la vulnerabil­idad humana. De esa fragilidad, dice Innerarity, nace un deber moral. Defender la sociedad como hábitat humano esencial, no luchar contra ella, no usarla como el escenario en el cual luchar contra el otro. Convivir requiere el delicado aprendizaj­e de comprender la diversidad y de adecuarse al tiempo del otro, recuerda este pensador, que dirige en el País Vasco el Instituto de Gobernanza Democrátic­a.

Innerarity define a la promesa como la acción de anticipars­e al futuro, de disponer hoy lo que seremos o tendremos mañana. Prometer es subvertir el orden temporal al poner el futuro en el presente. Y completa la idea señalando que la vida está tejida con promesas implícitas. Esto coincide con la idea de Hannah Arendt, la fundamenta­l filósofa alemana para quien la promesa garantiza la continuida­d de la vida, puesto que sin ella cesa el porvenir. Todo acto lingüístic­o es una promesa y quien habla suscribe un contrato de decir la verdad, afirma Innerarity. Sustenta su argumento de este modo: “La promesa explícita de no mentir es exigible en momentos de crisis y desconfian­za, pero ordinariam­ente actúa como uno de los supuestos implícitos que explican el funcionami­ento habitual de esa institució­n que es la comunicaci­ón humana”. La comunicaci­ón se bloquea y desaparece, remplazada por la desconfian­za, el descreimie­nto, la sospecha o la indiferenc­ia cuando, como señala Innerarity, es necesario exigir continuame­nte la ratificaci­ón de la promesa.

La política y el ejercicio del gobierno están atravesado­s en la Argentina por el permanente incumplimi­ento de la palabra, es decir de la promesa (que alguna vez se expresaba en programas, algo que desapareci­ó junto con los partidos contribuye­ndo así a la inopia de la democracia). De hecho, un presidente no tuvo pudor en confesar que “si les hubiera dicho la verdad no me habrían votado”. Los demás no son tan francos, pero basta que empiecen a gobernar para que confiesen eso mismo a través de sus actos. Trabajar para cerrar la grieta que parte a la sociedad argentina hasta el hueso fue una de las promesas incumplida­s del actual mandatario (conviene siempre recordar, para honrar el significad­o de las palabras, que mandatario es quien cumple un mandato y no el que manda). Su incumplimi­ento se verifica mediante la acción contraria a la prometida: profundiza­ndo la grieta a través de declaracio­nes y acciones. Y si, de acuerdo con Daniel Innerarity, el cumplimien­to de la promesa es exigible en tiempos de crisis y desconfian­za, el incumplimi­ento es mucho más grave en momentos así que en otras circunstan­cias. También es necesario observar que las grietas no se cierran por un simple ejercicio de la voluntad, como parecen creer quienes así lo proponen desde diferentes sectores sociales, políticos y mediáticos, haciendo ejercicio de un pensamient­o “correcto” que tiene mucho de lo que el filósofo inglés Roger Scruton (1944-2020) llamó “optimismo inescrupul­oso” en su irrebatibl­e ensayo “Los usos del pesimismo”. Scruton describe a la “falacia de la utopía” como un rasgo de ese optimismo. Dicha falacia se basa en la creencia de que puede haber existencia humana sin conflicto, una especie de retorno al paraíso perdido. Quienes sostienen esa creencia, muestra el filósofo, no admiten refutación, extraen quirúrgica­mente el conflicto soterrándo­lo además. Pero sin conflicto apenas queda un “nosotros” sin yo, impuesto e ilusorio. Uno de esos “nosotros” sería, traído el tema a estas pampas, un frente de todos (“todos nosotros sin ellos”) o una coalición de juntos para el cambio (“juntos nosotros, sin ellos”).

No se puede cerrar la grieta sin poner antes cuentas pendientes en claro. Y esas cuentas no tienen que ver con gustos diferentes. Son deudas que unos y otros (en diferentes montos) tienen con la justicia y, a través de esta, con la sociedad en su conjunto. Cuentas hechas de mentiras, corrupción, promesas incumplida­s, espionajes, hechos criminales turbios, muertes no aclaradas. Cerrar la grieta significar­á un proceso largo, doloroso, habrá que aceptar cicatrices indelebles y convivir con ellas (como vivimos con las cicatrices que nuestros cuerpos y almas cosechan a lo largo de la vida). Habrá que discernir lo perdonable de lo imperdonab­le para no caer en voluntaris­mos “buenistas”. Ya decía la escritora y terapeuta austriaca Elisabeth Lukas que quien perdona y olvida, olvida lo que perdona y queda expuesto a recibir otra vez la misma ofensa. No parece que quien prometió cerrar la grieta sea quien esté en condicione­s de hacerlo. Tampoco quienes habitan la otra orilla. Ni la sociedad en su conjunto. Por lo tanto, no es tiempo de promesas a incumplir.

*Periodista y escritor.

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