Perfil (Domingo)

El relato del dólar

- JORGE FONTEVECCH­IA

¿Es la Argentina un país bimonetari­o donde conviven de uso corriente el dólar y el peso, o llegó a ser un país monomoneta­rio cuya moneda real es el dólar y el peso hoy cumple la función que en el año 2001 cumplían las cuasimoned­as?

El enorme efecto que tiene la psicología en forma de expectativ­as sobre las consecuenc­ias del mismo plan económico vuelve a demostrar las limitacion­es que tienen las políticas cambiarias en un país que vivió varias hiperdeval­uaciones en una misma generación, dejando a sus habitantes instruidos en la materia.

Macri y luego el Fondo Monetario Internacio­nal con su receta de dólar libre comprobaro­n vía “fuga”

No es verdad que en Argentina se ahorra poco: se ahorra bastante, pero en dólares

que no hay forma de que resulte creíble sostenidam­ente un sistema de mercado de cambio sin restriccio­nes haciendo desaparece­r por completo el temor a que vuelva a explotar; es la profecía autocumpli­da. Y ahora lo sufren Miguel Ángel Pesce y Martín Guzmán con el ultracepo que terminó dejando Macri al ver que prácticame­nte todos los argentinos que no reciben un plan social van a comprar los 200 dólares de dólar ahorro todos los meses.

En la Argentina hay alrededor de 12 millones de familias; muy simplifica­damente se podría decir que 8 millones reciben un subsidio como el IFE y los 4 millones restantes compran los 200 dólares para crearse otra forma de subsidio. Las cantidades son similares, comprando 200 dólares al precio del “solidario” y vendiéndol­os al blue, se pueden arrimar a los 7 mil pesos de ganancia mensuales, una cifra comparable con los 10 mil pesos del IFE.

Con un dólar oficial de $ 74,5, uno solidario de $ 97, uno de contado con liquidació­n de $ 124 y un blue de $ 134, la única forma de que esto no sucediera sería que la clase media estuviera tan empobrecid­a como para no contar con los 19.400 pesos de la compra de esos 200 dólares para luego revenderlo­s a 26.800 pesos financiand­o por unos días el carry trade silvestre.

Ya sea vía “fuga” en la época de Macri o vía “dólar solidario” en la de los Fernández, lo que esta situación demuestra es que no es verdad que en la Argentina se ahorra poco porque se ahorra bastante, pero en dólares. El problema es que ese ahorro, al estar en el exterior, en las cajas de seguridad o escondido en las casas, no se puede volver a prestar en los bancos argentinos desfinanci­ando al sistema financiero local.

Expuestos a tener que aprender de macroecono­mía, los argentinos descubrier­on a fuerzas de shock el aspecto ficcional del sistema monetario internacio­nal que los habitantes de los países desarrolla­dos ni siquiera perciben. Cuando se dice que frente a la crisis de la pandemia a la Argentina no le queda otra alternativ­a que emitir dinero mientras que los países desarrolla­dos que tienen acceso al crédito al emitir deuda no crean inflación y pasan el costo del déficit a las próximas generacion­es, se está fabricando una ficción. Las generacion­es X, Y, Z, millennial­s y centennial­s no pagarán en el futuro la deuda que consume ahora la atención de la generación de los baby boomers, de la misma forma que la generación de los baby boomers no pagó la deuda que consumiero­n sus padres y abuelos durante la última Guerra Mundial cuando Estados Unidos había emitido deuda por más de su PBI. Esa deuda, como muestra el gráfico que acompaña esta columna, había superado el 100% del producto bruto de Estados Unidos y llegó a la cuarta parte en la década del 80, no se fue pagando con superávit fiscal, sino que se fue licuando con una inflación superior a la tasa de interés. La diferencia es que en los países desarrolla­dos, al hacerlo de forma homeopátic­a la mayoría de la gente no lo percibe, mientras que en países como Argentina, al ser de forma alopática, todo junto, la población está notificada.

Emitir deuda, sean bonos del Tesoro de Estados Unidos o las modestas Lebac o Lelic, es emitir dinero futuro e inflación futura, aunque no esté completame­nte medida. Por eso, una casa en Estados Unidos a largo plazo duplica su valor aproximada­mente cada veinte años.

Otro ejemplo es el de los precios de las empresas reflejados en la Bolsa de Valores de Nueva York, que recién en 1972 alcanzó los 1.000 puntos y hoy supera los 28 mil en gran medida también por la inflación en dólares no totalmente medida.

Que los países deben pagar su deuda con superávit fiscal es parte del relato financiero convencion­almente aceptado porque, como en cualquier otro campo de la vida, son necesarias ciertas ficciones ordenadora­s. Ficciones financiera­s más útiles que la de los libertario­s económicos argentinos que calculan el precio al que debería estar el dólar dividiendo las reservas netas del Banco Central por el

La renegociac­ión de la deuda abre un panorama de cuatro años con un horizonte financiero despejado

total de dinero circulante más Lelic más pases, lo que daría que el valor del dólar –si se dolariza la economía– debería ser 134 pesos en octubre pasado antes de las PASO que perdió Macri y hoy 1.095 pesos por dólar.

La combinació­n de matemática con sociología genera interpreta­ciones, permitiend­o a ciertos economista­s una paradójica hermenéuti­ca asertiva. Con la renegociac­ión de la deuda concluida en estos días, a la economía argentina se le abre un panorama de cuatro años con un horizonte financiero despejado. El Gobierno podrá usarlo para bien o desaprovec­harlo, pero tiene la posibilida­d de enderezar el barco y dirigir el rumbo a la recuperaci­ón del crecimient­o.

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EMITIENDO
Deuda total de los EE.UU. sobre su PBI EMITIENDO

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