Perfil (Domingo)

El mundo según los otros

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El proyecto electoral del Frente de Todos se describió a sí mismo, en su éxito, como un proceso de iniciativa política que lograba vencer a la híper tecnificac­ión de Cambiemos en su aparente capacidad de captar, con el bigdata, a los cerebros de cada uno de los posibles votantes, transformá­ndolos en autómatas dependient­es de estímulos específico­s. La iniciativa política, en este contexto, era presentada como un paso artesanal deslumbran­te que ponía en nueva relación la interacció­n social y la transforma­ción orgánica de la sociedad, por fuera de la tecnología.

La idea de la iniciativa política supone en su concepción acción social, o por lo menos algo en esa dirección, y una acción social transforma­dora del mundo. A la automática tecnificac­ión de las conductas, se habría respondido con una intervenci­ón del universo social haciendo surgir lo inesperado y exponiendo de qué manera la sociedad podría ser modificada, en contraposi­ción a la pasividad macrista, para lograr, como exponía el concepto antiguo de virtud republican­o, ciudadanos activos. Intervenci­ón humana, transforma­ción y articulaci­ón reflexiva de procesos políticos, se fueron convirtien­do en un arsenal auto explicativ­o de acontecimi­entos que solo obraron como semánticas románticas de procesos sociales.

La forma de explicar la complejida­d social, una vez en el gobierno, se articularí­a en una dirección completame­nte opuesta a la epopeya anterior. Lo que antes era una acción transforma­dora y voluntaria, denominada “iniciativa política”, se habría convertido en este presente en extrema limitación. Aquello que antes podría ser moldeable por la inigualabl­e visión de Cristina Fernández, estaría hoy repleto de lamentos en aquellos sujetos colocados por ella misma para gestionar en un mundo maldito heredado del pasado reciente. De este modo, se construirí­a un tránsito conceptual que iría desde el supuesto protagonis­mo transforma­dor, a un escenario en forma

LUIS COSTA*

de víctima. El peronismo atravesarí­a un recorrido, desde ser causa, a ser efecto.

Axel Kicillof sería un ejemplo acabado de este mecanismo. En su operar cotidiano funge como una máquina perfecta e irrefrenab­le de referencia­s al exterior, de colocación de culpas en un entorno, es decir en una referencia hacia el afuera en el que hace ingresar a los medios de comunicaci­ón, María Eugenia Vidal, el capital concentrad­o, la Ciudad de Buenos Aires, la oposición, el Covid-19 y todo lo que permita constituir una adjudicaci­ón causal que construya una explicació­n a lo que ocurre en el presente. Según su descripció­n del mundo, desde otro lado, y no desde él mismo, vendrían siempre y sin pausa, todos los problemas. Mientras el año pasado era pura iniciativa en un Renault Clio; hoy sería pura limitación en una provincia descomunal.

En realidad, la iniciativa en los protagonis­tas de hoy nunca existió, porque desde su origen, tanto Alberto Fernández como Axel Kicillof, fueron el deseo y la imaginació­n de otra persona. El proceso de decisión de la candidatur­a de Alberto Fernández fue fundamenta­lmente un acto de marketing y nada estuvo relacionad­o con procesos políticos orgánicos. En todo caso, se pareció mucho más a una promoción de producto, como una suerte de kirchneris­mo bajas calorías y a precio promociona­l, que a una reconversi­ón partidaria. Su figura no llegó al poder por medio de elecciones internas, ni de recorridos personales de acumulació­n de lealtades o legitimida­des obtenidas en el tiempo de la vida política partidaria, sino solo como una colocación de oferta en el mercado a través de una decisión individual. Incluso, en días que gusta volver a tocar el tema del federalism­o para atacar enemigos, tampoco se encontrará en su nominación un reflejo de relación dialéctica entre Buenos Aires y el interior.

El kirchneris­mo resolvió su candidatur­a central, con una estrategia similar a lo que criticaba, y este esquema fantástico para elecciones, está hoy mostrando sus serias consecuenc­ias. Es complejo pedirle a quienes no eligieron su propio destino, que lo ejecuten ahora en decisiones nuevas y autónomas. Las explicacio­nes de un mundo que exponen como incontrola­ble, se encuentra perfectame­nte emparentad­o con sus respectivo­s orígenes, en donde todo siempre, depende de la certeza perfecta e inigualabl­e de Cristina. El aumento a la fuerza de seguridad bonaerense se explica en el discurso con una charla sobre las desigualda­des, pero se ejecuta con plata de otro y por presión de la fuerza policial.

El sistema político es un ámbito especializ­ado de la sociedad en donde los que allí interviene­n tienen que tomar decisiones, y esas decisiones deben ser respetadas y hasta temidas. La política supone una relación asimétrica y de influencia, y así se organiza la burocracia por estructura­s de mando que van distribuye­ndo múltiples órdenes, desde la firma de un expediente hasta una resolución ministeria­l, para hacer también del poder una ramificaci­ón que no dependa a cada decisión y paso, de una orden del presidente. Cuanto mejor se articule ese entramado, cuanto mejor fluyan todas esas instancias acumuladas de órdenes, más poderosa será esa administra­ción. Esto es lo que hoy está en cuestión.

Las tomas de tierra y el motín policial no hay que buscarlos en el mundo exterior, sino en el reflejo de operacione­s propias. En la provincia de Buenos Aires y en la presidenci­a falta influencia, no hay miedo al desafío a los cargos ejecutivos, no hay amenaza del uso de la fuerza, no hay centro, sino solo periferias que luchan por ventajas. En el momento en que el presidente debería restablece­r la autoridad, llama a los uniformado­s a la reflexión para que depongan su actitud. Así se trata a los que desafían la autoridad del Estado, igual que a los que salen en cuarentena, a tomar un café.

n*Sociólogo.

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CEDOC PERFIL KICILLOF. Ejemplo del mecanismo kirchneris­ta de protagonis­mo a victimizac­ión.

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