Perfil (Domingo)

Sobre máscaras y barbijos

- CLOTILDE BARAVALLE*

Máscaras y rituales que por magia de los conjuros pretenden confundir a la enfermedad y alejarla del cuerpo que recibió el maleficio o ha roto las leyes naturales, rostros cubiertos de forma tal que las facciones no sean distinguib­les para confundir al espíritu que lleva la enfermedad, disfraces para los enfermos, o amuletos para impedir que penetre el mal en el Estas y muchas otras prácticas ha desarrolla­do la humanidad desde sus comienzos para no caer en la enfermedad y, en el peor de los casos, en la muerte.

Es útil en este punto, repasar las diferentes concepcion­es de la enfermedad que han existido y comprobar que de alguna forma todas permanecen y se evidencian en momentos como estos, haciendo más tolerable o más angustiant­e las mismas situacione­s objetivas.

Desde el pasado más ignoto un brujo, como práctica común, trataba de expulsar del cuerpo a un espíritu maligno, o a cualquier agente enviado por conjuro que había penetrado ya en la persona o, para impedirlo. Empleaba para ello exorcismos, con la finalidad de ganar la benevolenc­ia del espíritu malo por medio de sacrificio­s simbólicos o reales. Es interesant­e constatar que también cambiaban de nombre al señalado, disfrazaba­n al enfermo o al que podía enfermarse. Incluso, él mismo portaba máscaras con las que pretendía confundir al espíritu y alejar la enfermedad.

Debemos siempre tener presente que subyace como creencia de toda enfermedad, a través de los siglos, la idea de una transgresi­ón; de alguna acción que violentó a la naturaleza y se necesita la reparación. Tanto como si la enfermedad ocurría en el cuerpo individual como también en el cuerpo social; la causa era mágico- religiosa. Bástenos recordar las plagas y muertes en Egipto por no obedecer al Dios hebreo, relatadas en el Éxodo.

Lo mismo para la Mesopotami­a como para el imperio Hitita. En todas estas sociedades los gobernante­s debían ofrecer sacrificio­s personales (o un hijo propio) y diferentes expiacione­s para calmar tempestade­s, plagas y hambrunas. Se trataba de volver al estado de gracia con los dioses.

En el Israel antiguo se superpusie­ron dos posiciones en el pensamient­o generaliza­do sobre las enfermedad­es; el visualizar­las como un castigo divino o como parte del plan de Dios. En todo caso, siempre detrás de la enfermedad, se podía encontrar la voluntad divina.

Sin embargo, fue Grecia Antigua, una vez más la que nos proporcion­ó estudios y formas de tratamient­o más cercanos a la actualidad. Hipócrates de Cos (s. V a. C.), creó la famosa regla soberana, que consistía en estudiar cuidadosam­ente la relación del hombre con el medio y su salud.

Sintetizan­do, podemos decir en forma muy general, que durante toda la Antigüedad, existe un hilo conductor del pensamient­o: la enfermedad es voluntad de los dioses y pasa a través de la naturaleza.

Durante la Edad Media, la connotació­n que tiene la enfermedad profundiza y renueva la del Antiguo Testamento. Prueba, castigo pero también; la redención. Por ello se exigía la presencia permanente de los sacerdotes en las casas hospitalar­ias.

Un verdadero cambio de paradigma ocurrió durante el siglo XIX, cuando el higienismo, creó la metáfora mayor, entendiend­o a la sociedad como un organismo. Los médicos higienista­s fundaron un conjunto de representa­ciones que asociaban la salud- física y moral- a los caracteres permanente­s de la nación. Una fantasmago­ría biológica que es constituti­va de esa imagen burguesa de la república, personaliz­ada en una mujer joven, robusta y prolífica. La ciencia por fin, pensaban ellos, erradicará la enfermedad.

Las pestes, guerras, muertes, hambrunas del siglo XX llevaron al abismo ese optimismo generaliza­do aunque permanece latente para sectores muy pudientes.

Pero en fin, aquí estamos con la humanidad entera que, por primera vez en su historia está completame­nte unida enfrentand­o al enemigo invisible con todos los bagajes culturales al que apela para comprender­se a sí misma y buscar respuestas consolador­as.

*Profesora de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universida­d Austral.

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