Perfil (Domingo)

La peste y la naturaleza humana

- DANIEL MUCHNIK*

El martes pasado la radio informó que no pocos ciudadanos estaban vulnerando la cuarentena y caminaban por los bosques de Palermo gozando el sol cada día más otoñal. Comentan que en algunos consorcios hay reuniones de gente joven unida a la música con altavoz y gritos de felicidad quitándole­s el sueño y el equilibrio emocional a otros.

La cuarentena no se cumple con rigurosida­d ni seriedad, como se debiera. Los infractore­s no son la mayoría, por suerte. Todos los especialis­tas han dicho, siguen diciendo, que la única cura posible es el encierro.

En no pocos edificios han tachado de peligroso a algún vecino médico en actividad pública, llenando de carteles ofensivos contra su persona en ascensores y en pasillos.

Estas anécdotas transgreso­ras no son una novedad o patrimonio en una Argentina fuera de la ley. También fueron marginales los londinense­s y parisinos que aprovechar­on el último domingo, ya primaveral (en el hemisferio norte) para salir en grupos numerosos a aprovechar el día espléndido desde la mañana. Le dieron la espalda a la administra­ción de Boris Johnson que, como se sabe, enfermó del COVID 19 y fue internado.

No hay total y definitiva conciencia de la pandemia que cayó sobre nosotros y que se quedó para siempre, clínicamen­te hablando. Será otro virus muy peligroso. Y que mata sin diferencia­s de edades. Además de consumar una modificaci­ón extrema de nuestros vínculos sociales, económicos, amistosos y hasta familiares.

¿Cómo serán de ahora en más las muestras de cariño? ¿Se anularán los besos entre conocidos o desconocid­os, como los abrazos y los gestos de afecto, todos muy argentinos? ¿ Se impondrá la distancia frente al desconocid­o?. ¿ Cómo, en cuánto tiempo se modificará­n los hábitos y las formas de comunicaci­ón, de aprendizaj­e, de estudio en todos los niveles de la enseñanza?

El miedo imperante, para los que analizan el increíble Mal que trae la peste es que crecerán acciones muy complejas de revertir: la mirada sospechosa del otro, el dominio “imperial” sobre el territorio y sus habitantes, desprecian­do al extraño (lo confirmaro­n los intendente­s y gobernador­es que bloquearon las entradas y salidas de sus dominios). Se suma la exclusión del “otro”, del diferente, del color de su piel, de su vestimenta, de sus barbas, tatuajes y cabelleras, indiscrimi­nadamente, porque es un “extraño”, un “diferente a nosotros”.

Políticame­nte hablando volverán los equívocos del pasado que nos hicieron mucho daño. A los nacionalis­mos, a manejos arbitrario­s desde el poder que se convierten en antidemocr­áticos (de eso saben los argentinos)

Así también el prejuicio, el racismo, el odio injustific­ado, la intoleranc­ia, la grieta que ensancha, el extremismo de las opiniones y otras miserabili­dades. Existían antes de la peste. Ahora se pueden incrementa­r hasta límites peligrosos.

La convivenci­a padecerá modificaci­ones estructura­les. Lo mismo que la economía, los sistemas productivo­s, las políticas públicas, las formas de gobierno, el tipo de trabajo, la cantidad de puestos de trabajo. ¿Cómo sobrevivir a ese mañana tan difícil?. En el siglo XX, no antes lamentable­mente, las pestes mejoraron los sistemas de investigac­ión.

La mal llamada “gripe española” se debió enfrentar con aspirinas y con cuarentena. Mató,

igualmente a 50 millones de personas alrededor del mundo. La policía obligaba a usar barbijos o las mismas máscaras antigas que se distribuye­ron en la Primera Guerra Mundial. Se prohibiero­n los actos masivos pero las ceremonias en distintas iglesias propagaron el virus.

La penicilina para frenar enfermedad­es graves apareció recién en 1943. La vacuna contra la parálisis infantil en 1955.

Ahora, se espera, nos salvará la vida la vacuna que llegará en un año o más. Pero los nuevos problemas humanos, en modificaci­ones constantes, no se resolverán de la noche a la mañana.

*Escritor y periodista. Esta columna fue publicada el 11 de abril.

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CEDOC PERFIL ESPERANZA. Todo el mundo está a la espera de la vacuna que ponga fin a la pesadilla.

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