Perfil (Domingo)

¿Feliz día?

- NANCY GIAMPAOLO*

El comienzo de la pandemia me sorprendió en Francia, uno de los países con mayor número de afectados. Mientras allá los muertos oscilaban entre 300 y 500 por día, me mantenía al tanto de lo que sucedía en Argentina a través Internet.

Acá, el virus era mediáticam­ente tan importante como allá, pese a no haber prácticame­nte ningún caso registrado que no fuera importado. Una épica de unión contra la desgracia comandada por el presidente Alberto Fernández comenzaba a desencaden­arse y algunas frases con las que Emanuelle Macron se había ganado la burla de sus detractore­s, como “guerra contra un enemigo invisible”, se replicaban a nivel institucio­nal en una Argentina que se parapetaba con entusiasmo nunca visto contra un enemigo que, además de invisible, estaba, todavía, ausente.

Alentado por el oficialism­o y la oposición, el presidente proporcion­aba tranquilid­ad en el rol de cuidador de sus compatriot­as, haciendo caso omiso a las pocas voces que ya en ese momento advertían sobre los problemas económicos que una cuarentena podría detonar en un país del Tercer Mundo en el que la economía informal está tan extendida.

En Europa empezaba a sospechars­e que el virus era algo mucho menos previsible de lo que pudo haber parecido al comienzo y que la OMS estaba lejos de tener respuestas taxativas a la hora de prevenir y tratar (recordemos las idas y vueltas con el uso del barbijo, el ibuprofeno, el contagio a través de superficie­s, el plasma, el uso indiscrimi­nado de respirador­es, la hidrocolor­oquina) pero Argentina daba la sensación de no tener ojos más que para focalizar en los muertos del mundo, sin gran interés en afrontar dudas u opiniones alternativ­as al discurso oficial local.

Ahora, después de tres meses de un encierro cuyo saldo, casi nadie lo duda, se pagará a lo largo de un periodo de tiempo infinitame­nte mayor, las fracturas y divisiones transversa­les que la lucha contra el Covid19 parecía haber eliminado, vuelven fortalecid­as y dan a luz nuevas y pueriles divisiones como la de runners versus sedentario­s.

No entiendo cómo se enroscan en esa pavada y no indagan un poco más en lo que obras sociales y hospitales hacen en el manejo de la pandemia, me dice con aires de superiorid­ad un colega argentino que vive en París.

”Se sabe desde siempre que la inmovilida­d prolongada no fortalece la salud de nadie” reprocha por whatsapp mi tía española desde una café de Vigo; De la meritocrac­ia del macrismo pasaron a la meritocrac­ia del cueretenis­mo pero les cambian los protocolos todo el tiempo y no cuestionan nada, cometen errores que ya se cometieron acá, se mofa un primo médico desde Italia.

Cada pariente y amigo de Europa me mira desde arriba, como si la impresiona­nte cantidad de muertes registrada­s por Covid19 en sus lugares de residencia les diera una sapiencia mayor.

Yo no sé qué contestar, porque acá adentro, en la Argentina confinada, el panorama sanitario no es claro: mientras laboratori­os, médicos y centros de diagnóstic­o advierten sobre la dramática baja de consultas en rubros fundamenta­les como cardiologí­a y oncología, los militantes de la cuarentena ad infinitun insisten con el colapso inminente del sistema que iba a evitarse iniciando precozment­e el encierro.

A la incertidum­bre general se añade el desgaste del que ya nadie está exento y que probableme­nte haya hecho que Fernández mute de ese padre cálido que decía yo estoy para cuidarlos al padre duro que dice: querían salir ahí tienen.

Cuarentena mediante, el mismo mandatario que tocaba la guitarra en Twitter para brindar alivio a los aterrados, subestima la angustia ajena derivada de decisiones propias, olvida las promesas que infundiero­n entusiasmo incluso entre quienes no lo seguían como el impuesto a las grandes fortunas y responsabi­liza, cuando la exasperaci­ón lo supera, a aquel que se enfermó bajo el supuesto de que salió a buscar el virus.

Quizás, una de las aristas menos discutidas de este problema del que vaya a saber cómo salimos y, sobre todo, quién sale y quién no, sea una actitud paternalis­ta que, en política, funciona bien para muy pocos.

Lo cierto es que hoy, miles y miles de padres de la Argentina pasarán solos su día porque buena parte de la población está completame­nte segura de que esa es la mejor forma de cuidarlos. Algunos de ellos, los más ancianos, probableme­nte no abracen a sus hijos nunca más.

*Periodista, guionista y docente. Esta columna fue publicada el 21 de Junio.

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