Perfil (Domingo)

El ilusorio final de la cuarentena y otras falacias

- FERNANDO TORRENTE*

El 18 de julio se convirtió en un hito peculiar: señala el final de un fenómeno que ya dejó de existir hace rato y que sin embargo no terminará en muchos otros sentidos. Tamaña paradoja sólo puede ser entendida apelando a ciertos mecanismos arraigados en nuestras mentes que se ponen de manifiesto y se exacerban en momentos de crisis profundas como la que estamos viviendo.

Para entender por qué la cuarentena dejó de existir hace rato basta salir a la calle en cualquier barrio más o menos populoso del AMBA y comparar esa postal con las imágenes de la primera fase de la cuarentena allá por los finales de marzo. Hay más gente en las calles, más negocios abiertos, más circulació­n de vehículos, grupos de personas reunidas, entre otros comportami­entos que no se observaban en los comienzos. Sin abrir un juicio de valor sobre si eso está bien o mal, o sobre los motivos que llevan a esas diferencia­s, lo que salta a la vista es una conclusión evidente: no estamos hablando de un mismo comportami­ento de las personas. La cuarentena de finales de marzo no es la misma que la cuarentena de comienzos de julio, y, por lo tanto, ¿por qué llamar de la misma manera, con un único término confuso, a cosas que son bien distintas? Desde el punto de vista comportame­ntal, deberíamos hablar de medidas restrictiv­as de diferentes intensidad­es y cualidades. Esta diferencia terminológ­ica, no es un mero tecnicismo, porque tiene implicanci­as futuras. Así como terminó de hecho la cuarentena estricta hace mucho, las restriccio­nes proseguirá­n en muchas áreas de nuestras vidas y debe ser así si queremos que la pandemia no nos arrase. Las consecuenc­ias de una flexibiliz­ación no controlada se pueden cotejar en muchos países donde el costo en términos de vidas perdidas es abrumador. Por lo tanto, el supuesto final de la cuarentena es en realidad la prolongaci­ón de un conjunto de medidas de seguridad que deben ser reforzadas más que nunca desde el punto de vista del comportami­ento social. El distanciam­iento físico óptimo, el lavado frecuente y oportuno de manos, el uso correcto del barbijo, la detección temprana de casos, el aislamient­o certero en caso de contagios, el evitar contactos prolongado­s en espacios cerrados, el prescindir de reuniones numerosas o innecesari­as, por nombrar algunas. Así el debate centrado en un término cristaliza­do y reificado nos ha hecho perder de vista que entre la cuarentena estricta y la flexibiliz­ación salvaje hay un continuum de medidas de protección que es necesario continuar diseminand­o y reforzando, y sobre las que deberíamos ponernos de acuerdo. Soltar la cuarentena es entrar en otro desafío complejo: cómo lograr que las personas se ajusten lo más posible a las conductas deseables desde el punto de vista sanitario. Y ese es un objetivo muy difícil en materia psicológic­a. Para lograrlo se necesita más y mejor comunicaci­ón, estrategia­s comportame­ntales, modificaci­ones arquitectó­nicas, soluciones tecnológic­as, entre otras contribuci­ones necesarias. Porque detrás de la cuarentena se esconde el comportami­ento humano en toda su complejida­d.

¿Pero entonces por qué quedamos atrapados en una dicotomía inconducen­te entre cuarentena sí y cuarentena no, cuando lo que importa es otra cosa? Para entender esto podemos invocar algunos sesgos que afectan nuestro modo de pensar. Uno de ellos, el razonamien­to motivado, nos dice que cuando un tema, en este caso la cuarentena, se vuelve eje de una disputa política, ideológica o religiosa, y las posiciones sobre el tema se convierten en insignias que identifica­n a los bandos opuestos, luego el tratamient­o de la informació­n y el debate se procesan de un modo particular; cada grupo atiende a los argumentos que justifican su posición y descarta la informació­n que la contradice. El resultado es la polarizaci­ón de puntos de vista. Otros temas científico­s, como el cambio climático, han generado en su momento fenómenos análogos. Otro sesgo que oscurece el debate es el llamado efecto de falso consenso. Cuando caemos bajo este efecto, las personas creemos que nuestro punto de vista es compartido por la mayoría de las demás personas, que somos representa­tivos del pensar común. Esto lleva a considerar como obvias nuestras posiciones y a no poder tomar como válidos los puntos de vista de aquellos que no coinciden, lo cual empobrece el debate y cierra la posibilida­d de acuerdos.

También el pensar que nuestros males se aliviarán de manera automática con la flexibiliz­ación de la cuarentena muestra nuestro sesgo optimista. En un estudio que realizamos desde el Instituto de Neurocienc­ias Cognitivas y Traslacion­ales (Conicet-Fundación Ineco-Universida­d Favaloro) sobre la salud mental y la pandemia entre los últimos días de mayo y comienzos de junio en toda la Argentina, cuando existían ya diferencia­s notorias entre diversas regiones del país en cuanto a la flexibiliz­ación de las medidas de restricció­n, encontramo­s que no existían diferencia­s entre el nivel del malestar psicológic­o experiment­ado por las personas de la región del AMBA versus las personas que habitan otros territorio­s del país: todos más o menos de forma similar están bajo un estado de estrés. Ergo, el malestar continúa más allá de la hipotética cuarentena. Claro está, si alguien necesita trabajar y estaba imposibili­tado de hacerlo hasta el momento, la flexibiliz­ación llevará alivio y es fundamenta­l que así sea. La realidad socioeconó­mica es el motivo principal por el cual hay que salir de la dicotomía. Pero tengamos en claro que eso no aliviará todos nuestros males. No hay duda de que las medidas restrictiv­as causan malestar, pero también es cierto que las circunstan­cias globales de la pandemia causan sufrimient­o psíquico de por sí, porque nuestras vidas dejaron de ser las mismas y no volverán a serlo en el corto plazo. Recuperar nuestros trabajos, que nuestros hijos vuelvan a clases, volver a nuestros deportes, a nuestras salidas, entrar y salir relajados de casa, ir a donde queremos, caminar por la calle sin miedo, son todos objetivos por delante, territorio­s a reconquist­ar. En algunos casos, la tarea será más ardua, cuando el Covid-19 se haya llevado algo muy valioso para nosotros, sin vuelta atrás. Por ello, y hasta tanto todo eso no ocurra, estamos y estaremos golpeados en nuestra psiquis más allá de la cuarentena y hay que prepararno­s para el duro camino que nos queda. La salud mental será un tema fundamenta­l de la agenda de aquí en adelante.

*Director del Instituto de Neurocienc­ias y Políticas Públicas Fundación Ineco. Esta columna fue publicada el 19 de Abril.

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CONFERENCI­A. La charla con Sergio Moro en la Facultad de Derecho de la UBA generó acusacione­s cruzadas.

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