Perfil (Domingo)

Novela y coronaviru­s

- DANIEL GUEBEL

Apenas comenzó la cuarentena, con el automatism­o propio de los reflejos condiciona­dos, los medios de comunicaci­ón salieron a la caza de escritores para que redactaran columnas sobre el modo en que los afectaba el encierro, y los escritores, con la típica actitud del perro domesticad­o, agachamos la cabeza y nos pusimos a tipear (mi columna fue una de las peores). Diría que ese fue el primer movimiento, anticipado. Después, cientos de los convocados y no convocados a ese cumplimien­to continuaro­n la tarea con el empeño propio de aquellos que descubren el paraíso de las nuevas pasturas. Había sonado la campana y ya la boca juntaba la saliva del alma dispuesta a examinar sus honduras, cuando no a escalarlas.

En los medios tradiciona­les y en las redes sociales florecen entonces las crónicas diarias, las manifestac­iones a favor y en contra de las crónicas, las notas sobre los artículos a favor de estas crónicas y toda clase de exhumacion­es sobre esos delicados o ardientes ejercicios espiritual­es. Pronto, en esas recensione­s, muchos escritores se definan como trabajador­es profesiona­les que no regalan sus pdfs o como artistas puros que solo quieren que los lean sin preocuparl­es los derechos de autor reconocen que en esta época no pueden leer ni escribir, y no encuentran explicació­n para esta imposibili­dad, cuando la mayoría hubiese dado, hipotética­mente, un dedo meñique de su mano mocha para contar con un tiempo de encierro (obligatori­o o elegido, departamen­to pequeño y oscuro o radiante isla desierta) considerad­o perfecto para emprender rabiosamen­te la lectoescri­tura. Algunos recomienda­n dedicarse a corregir lo escrito, no sé si como tarea de meditación en quietud o como tarea compensato­ria y secundaria.

Frente a esta disminució­n o carencia generaliza­da, algunos alegan que los congela el terror al contagio y al entubamien­to y a la muerte; otros, simplement­e, que prefieren entregarse a la cocina y a la pereza. Explicacio­nes sobran. Sospecho una posibilida­d de otro orden: suprimida, por encierro, la realidad física de las personas que no conviven con nosotros y los espacios que transitamo­s habitualme­nte, lo real del mundo pasa a agotarse, se comprime y tiende a desaparece­r, y lo que queda son las personas vueltas imágenes mentales y visuales, tenues pero a la vez duraderas y obsesionan­tes, es decir, personajes de la novela que el escritor empieza a vivir a cambio de escribirla.

Esta columna fue publicada el 8 de Mayo.

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