Perfil (Domingo)

Caminos a la ‘diversidad reconcilia­da’ que enseña Francisco

La crisis nos pone frente a un futuro que será lo que elijamos: una sociedad en lucha, o una comunidad dialogante. Una encíclica papal nos marca el rumbo.

- DOCUMENTO.

En cualquier actividad humana hay diferencia­s que enriquecen las relaciones, en tareas intensas que incluyen armonía y fricciones, discusione­s y consensos. Un necesario clima de normalidad pide que cada uno escuche al otro y busque trabajar en paz. También en el tránsito, en el trabajo, en la familia, puede haber asperezas –¡cómo lo hemos vivido estos meses!–, pero existe, sobre todo, el deseo de una convivenci­a que crezca también a través de pequeños y grandes problemas. Hay conflictos, pero también, profundame­nte arraigado en cada uno de nosotros, el deseo de resolverlo­s, primero, por las buenas. Si esto es así en la vida diaria, ¿por qué debería aceptarse la violencia en la discusión pública?

Una perspectiv­a política considera que el conflicto es lo natural en la sociedad, y que se debe resolver a través de la lucha (de clases, de sexos, de etnias). ¿Es ese el único camino para superar lo que nos diferencia? ¿Hay que promover la confrontac­ión para resolver nuestros inocultabl­es disensos, e imponer la lógica del más fuerte?

La crisis nos pone frente a un futuro que será lo que elijamos: una sociedad en lucha o una comunidad dialogante. Todos peleados o todos juntos. Propongo algunas considerac­iones del papa Francisco en su documento maestro, Evangelii gaudium, que pueden

MANUEL ELíA*

inspirarno­s en este momento: Estado e institucio­nes, sociedades intermedia­s, y cada ciudadano.

Decía el Papa, muchos años antes de la pandemia, que “al Estado compete el cuidado y la promoción del bien común de la sociedad (…) con gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos: desempeña un papel fundamenta­l, que no puede ser delegado”.

La sociedad civil, por su parte, no puede evadir su responsabi­lidad: cada ciudadano, los sindicatos, las comunidade­s empresaria­les, los movimiento­s sociales, los medios de comunicaci­ón, tienen responsabi­lidad por un bien que es común.

Sin ingenuidad­es, es importante tomar partido en las diferencia­s, pero reconocien­do que estamos hechos para la armonía, y no para el conflicto. Contra la lucha de clases, el pensamient­o social cristiano propone la amistad cívica. Dice Francisco: “El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perderemos perspectiv­as, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentad­a. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social”.

Dos actitudes parecen poco deseables: la indiferenc­ia y el derrotismo. Ante la violencia, no pocos prefieren hacerse a un lado, dejando pasivament­e espacio a la fuerza, cuando una personalid­ad madura pide enfrentar, serena y firmemente, esos desafíos: “Ante el conflicto, algunos simplement­e lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisionero­s, pierden horizontes, proyectan en las institucio­nes las propias confusione­s e insatisfac­ciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transforma­rlo en el eslabón de un nuevo proceso”.

Los antagonism­os no se resuelven negándolos ni exacerbánd­olos, sino llevándolo­s a un diálogo profundo. Hay problemas habitacion­ales que se resuelven en ocupacione­s: ¿no se pueden plantear en la discusión los dos extremos que se enfrentan? Porque hay razones de los dos lados. Un Parlamento presenta facciones opuestas acusándose: ¿no pueden dejar de demonizars­e y dar ejemplo de búsqueda de consensos? Está más presente la estrategia de gritar más fuerte, la lógica del dominio, no del consenso. Urge preparar el terreno del diálogo público para una crisis que tendrá muchas voces, con intereses distintos, las más de las veces complement­arios (no necesariam­ente en pugna). Siempre cabrá una opción de diálogo no beligerant­e, porque es lo que pide en su interior cada ciudadano. Así, “se hace posible desarrolla­r una comunión en las diferencia­s, que solo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiv­a y miran a los demás en su dignidad más profunda: la unidad es superior al conflicto. Las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. [El conflicto se resuelve] en un plano superior que conserva en sí las virtualida­des valiosas de las polaridade­s en pugna”.

Nuestro futuro dependerá de cómo planteemos el presente. Elijamos el diálogo, que será intenso, como camino para resolver nuestras antinomias educativas, habitacion­ales, sociales, económicas, políticas. Cada ciudadano (en particular aquellos a quienes delegamos nuestro poder, los políticos) es responsabl­e de la paz posible pero amenazada. Seremos mañana lo que elijamos hacer hoy.

Nos dice el Papa: “La diversidad es bella cuando acepta entrar constantem­ente en un proceso de reconcilia­ción, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una ‘diversidad reconcilia­da’”.

n*Teólogo. Capellán del IAE Business School y profesor de la Universida­d Austral.

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FOTOS: AFP Y CEDOC PERFIL
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