Perfil (Domingo)

AQUELLA NIÑA QUE AMABA LAS PELOTAS

“ME SENTÍA UN BICHO RARO”, CONFIESA. EN SU INFANCIA LA SEÑALABAN PORQUE JUGABA A LA PELOTA, PERO AHÍ SE SENTÍA FUERTE, SEGURA. ASÍ LO CUENTA EN SU LIBRO, QUE ACABA DE PUBLICAR.

- MACA SÁNCHEZ

Tengo dos recuerdos muy claros de mis contactos iniciales con el fútbol. En el primero, estoy jugando en una plaza, a la vuelta del edificio donde vivimos con mi familia. No hay cancha, pero sí mucho espacio verde y en el medio las vías del tren, que son bastante molestas para jugar, aunque eso no nos importa demasiado. Uno de los arcos está armado con unos postes de fierro oxidado; el otro, lo improvisam­os usando un palo borracho y un buzo o una remera. El segundo recuerdo es en una cancha de verdad. Estoy sentada del lado de afuera, con la pelota en las manos, mirando a mi papá y su grupo de amigos que juegan un picadito, como todos los sábados. Los que estamos mirando somos dos: Cucu y yo. De pronto, el partido se detiene y los jugadores invitan a mi amigo a sumarse. Él entra a la cancha, yo sigo sentada mirando. Un rato después me pongo de pie, pero no para entrar a jugar sino porque me están picando las hormigas...

Esos dos recuerdos resumen bastante bien lo que significab­a hace no mucho tiempo ser una nena y querer jugar al fútbol. Por un lado, no tener un lugar para practicar, porque no había fútbol femenino en los clubes. Y por otro, que tampoco nos dejaran jugar con varones, como si a los 5, 7 o 10 años hubiera una gran diferencia física y como si esa diferencia fuese un motivo para que dos personas no pudieran practicar el mismo deporte.

Cuando era chica, lo único que quería hacer era jugar con una pelota, divertirme, estar con amigos y amigas, pasar el tiempo, competir, hacer goles, tirarme al piso, embarrarme y ensuciarme. Y lo hacía. Mis amigos varones no se preguntaba­n por qué yo estaba ahí, entre ellos. Me había ganado mi lugar igual que cualquier chico: jugando. Pero cuando volvía a casa y pasaba junto al grupo de pibes más grandes, ya adolescent­es, que se juntaban en la puerta, escuchaba sus risas y sus comentario­s.

Eso me hacía sentir rara, diferente: yo no era una nena como las demás.

Pero ¿cómo se supone que debía ser? Desde muy chiquitas nos decían que había un montón de cosas que no podíamos hacer. Y una de ellas era jugar al fútbol. Siempre por los mismos motivos: miedo a que “la nena se lastime”, porque nos veían frágiles, incapaces de sobreponer­nos a un golpe o una caída; o por el rechazo a que hiciéramos algo que era considerad­o “de varón”. Si te gustaban las cosas que eran vistas como exclusivas de los varones te decían “machona” o “marimacho”. A mí me veían así, no solo porque jugaba a la pelota. También por mi forma de vestir. Me encantaban unos pantalones anchos, de rapera, que tenían un cierre a la altura de la rodilla para convertirl­os en bermudas y las remeras amplias. No usaba vestidos, ni polleras, ni ropa color rosa.

Para mis cumpleaños, Navidad o Reyes me regalaban pelotas. No solo de fútbol, también de básquet, vóley o del deporte que fuera. Muchas pelotas. Las amaba. En las cenas de Nochebuena se juntaba toda la familia. Nosotros hacíamos lo que hacen todos los chicos y las chicas del mundo en todas las épocas: tratar de adivinar qué era y para quién cada uno de los regalos que se amontonaba­n debajo del arbolito. El mío era fácil porque se veía la forma: una pelota envuelta en papel brillante como un caramelo. También recibía autos y lanchas. Eso era lo que me gustaba. La única muñeca que recuerdo fue una Barbie sirena que le apretabas un botoncito en el pecho y decía algo. Mi abuela nos regaló una a cada hermana. Me duró intacta por años, porque no jugaba nunca con ella.

Lo mío eran claramente los deportes. Me dabas una pelota, un palo o lo que fuera y yo me sentía poderosa. Era buena en todos. Mientras jugaba desaparecí­an la inquietud y la insegurida­d que me provocaba no ser como los demás esperaban que fuera y me sentía fuerte, cómoda, confiaba en mí. Mi mamá y mi papá no intentaron cambiarme. Podía elegir mi ropa, mis juegos y mis amistades; respetaban mis elecciones, al igual que las de mis hermanas. Pero otros adultos, y también chicos y chicas, jóvenes y adolescent­es, esperaban que yo fuera diferente. Sentía su mirada sobre mí, las expectativ­as acerca de lo que una nena debía ser. Me sentía un bicho raro.

 ?? COLLAGE: JUAN SALATINO ??
COLLAGE: JUAN SALATINO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina