El metrónomo fantástico
Relatos para piano
Autor: Felisberto Hernández Género: relatos
Otras obras del autor: Nadie encendía las lámparas; Fulano de Tal; Las hortensias; Cuenros reunidos
Editorial: Jus, $ 1.790
Siglo XXI y Felisberto Hernández sigue en la clasificación de raro, extraño, fuera de todo molde. Existe algo allí, una especie de temor crítico que se extiende como mancha a los lectores. Tal vez porque la experiencia estética de su prosa demanda cierta audiencia íntima, acto de resistencia en la libertad del goce; leer sin piano, sin compás. Existe una interpretación de Negros, de Hernández, por Ameritrio. Música de las Américas, pieza musical donde las derivas de Ginastera lo anticipan o extraen de la pampa al incierto espacio geométrico del cuento Genealogía: operación de arquitectura para una teoría del devenir en el discurso. La otra influencia, no menos popular y que remite al coloreo musical que el autor supo aplicar en la exhibición de películas mudas, es Cole Porter, quien murió en 1964, como Felisberto. El fraseo, la síncopa como desarreglo. Si los objetos, incluso como sujetos, sufren un desvarío al ser narrados es porque la realidad se abstrae en otra situación temporal.
Esta selección de cuentos está elaborada como otro intento para que la lectura de la obra de Hernández haga mella en España. Si bien
Las hortensias es una nouvelle de lo inquietante que escapa, no menos representativo resulta el cuento Tal vez un movimiento:
“Cualquiera de los locos que hay aquí tiene una idea fija, pero yo soy un loco que tiene, más bien, una idea movida”. Esta especie de refugio de otro tiempo, tan múltiple como evanescente, es el carácter con que este libro increpa a la falta de pensamiento en el mercado editorial contemporáneo. El gozne que salta, que deja al lector afectado por su ubicuidad excesiva, lo podemos encontrar en otro escritor paralelo, tan distante como el asombro que produce: el mexicano Francisco Tario. Calvino, Cortázar, García Márquez, se declararon deudores de este pianista que declama (porque no se detuvo, sigue allí enunciando su metrónomo). Pero no basta el homenaje, ni estas palabras, para que el lector deje el ropaje de lo experimental y así abrace la inocencia de leer como tabula rasa. Leer mientras pinta el propio cuadro con efectos fantásticos.