Perfil (Domingo)

Modo electoral: + Alberto - Cristina

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Nada de lo que hagan o digan los dirigentes oficialist­as y opositores de ahora hasta los comicios dejará de estar teñido de un sesgo electoral.

Así, la gestión de las vacunas será modelo o un fraude, la economía estará a la deriva o dará muestras de una exitosa recuperaci­ón, y al Gobierno lo comanda un títere o se trata de un hombre moderno y equilibrad­o.

En un sentido es normal que esto sea así. Pero cuando se nota mucho que cada cosa que se hace o se dice está pensada para dañar al adversario y posicionar­se mejor, el truco electorali­sta queda al descubiert­o y los políticos corren el riesgo de degradarse a sí mismos.

GUSTAVO GONZáLEZ

En campaña. Mientras que el macrismo y el radicalism­o redoblaron la dureza de sus críticas al Gobierno, todavía pensando más en sus internas que en las generales, el modo electoral del Gobierno tiene por objetivo recuperar el voto independie­nte con el que ganó en 2019.

No aspira a traducir en las urnas el casi 80% de imagen positiva que alcanzó el Presidente al principio de la pandemia, pero sí a ser de nuevo la fuerza más votada con más del 40% de los sufragios.

La campaña ya empezó. Alberto Fernández volvió a ponerse el traje de mandatario cosmopolit­a, mostrándos­e con seis líderes internacio­nales en las últimas tres semanas: fueron Zoom con Georgieva Kristalina (FMI), Merkel (Alemania), Putin (Rusia), Macron (Francia) y Costa (Portugal); una visita a Chile, con un presidente con el que no coincide ideológica­mente como Piñera; y otra, el 24 de febrero a México, para reunirse con López Obrador, de quien sí se siente más cercano. En el medio, participó del Foro de Davos.

En términos electorale­s, esta hiperactiv­idad internacio­nal de líder de un país “abierto al mundo” es una señal hacia el votante independie­nte para contrastar con el “eje bolivarian­o” de la década kirchneris­ta. Un “volvimos mejores”, reloaded.

En ese mismo sentido de mostrarse como un estratega pragmático distinto al dogmatismo de su vicepresid­enta en la materia, apura a sus embajadore­s Argüello y Scioli para lograr citas presencial­es durante marzo con los presidente­s Biden y Bolsonaro.

Puertas adentro, el modo electoral albertista también implica reforzar la idea de mandatario dialoguist­a que por momentos había olvidado durante el año pasado.

Solo esta semana, impulsó tres encuentros en la Casa Rosada que fueron en esa dirección: el del acuerdo de precios y salarios entre empresario­s y sindicalis­tas, con la Mesa de Enlace y otro con los dueños y CEOs de empresas. A esto le seguirá el lanzamient­o del Consejo Económico y Social que presidirá Gustavo Beliz.

Promesa y realidad. El encuentro con los dueños de empresas estuvo presidido por Cafiero, Guzmán y Kulfas y, según se promocionó, terminó con aplausos empresario­s seducidos por el costado más ortodoxo del ministro de Economía.

Fue cuando Guzmán dio su visión monetarist­a sobre la inflación y su ratificaci­ón de bajar drásticame­nte el déficit fiscal. Pero eso mismo hizo ruido en la interna del Frente de Todos, no solo en el cristinism­o. Sin embargo, lo justifican en el marco de la negociació­n por la deuda con el FMI: “El acuerdo se va a cerrar en abril y hasta entonces ese es el discurso que él debe tener”. De ahí hasta las elecciones habría tiempo para flexibiliz­ar.

Empresario­s y funcionari­os también apoyaron el objetivo de que este año los sueldos le ganen a la inflación. Una misión que saben extremadam­ente compleja. Después de tres años de caída del 15% del PBI, con 3,5 millones menos de puestos de trabajo en 2020, con un 20% de desocupaci­ón real si se incluye a quienes desistiero­n de buscar empleo y con una pobreza que ronda el 40%, es difícil imaginar que lo primero que se recupere sean los salarios.

El Gobierno probará con pisar tarifas, retrasar el dólar y contener los Precios Cuidados, para que la inflación esté más cerca del 29% que del 50%. En cualquier caso, el objetivo de que en los próximos meses bajen el desempleo y la pobreza y suban los sueldos, todo a la vez, está más en línea con una promesa electoral que con la realidad.

Postulació­n 2023. La otra campaña de Alberto Fernández es alinear a su complejo frente interno.

Después de tres meses, retomó los con- tactos con Cristina Kirchner, aunque ya nadie en el Gobierno intenta vender la imagen de pareja perfecta. Su principal interlocut­or en el cristinism­o sigue siendo Máximo Kirchner. Hace diez días almorzó con él y con Sergio Massa. Hablaron del operativo de vacunación, de la inflación y de qué hacer con las PASO. Que es como hablar de cuáles son las mejores armas para ganar las elecciones.

No se sabe si también hablaron de la derogación de la prohibició­n de reelección de los intendente­s que rige desde 2016. Los intendente­s peronistas que se reúnen por separado con el Presidente le piden que vuelvan las reeleccion­es y le avisan que, de lo contrario, los camporista­s se quedarán con sus puestos. O algo peor: que el peronismo macrista de Santilli, Monzó y Pichetto irá por ellos para sumarlos a sus listas.

Los intendente­s juran que se van de esos encuentros con su apoyo. Lo mismo suelen decir gobernador­es de distinto signo, sindicalis­tas y empresario­s.

A cada uno lo que quiera oír. Perón estaría orgulloso de este alumno.

Es que Alberto Fernández no solo está intentando reconstrui­r la alianza electoral con el votante menos kirchneris­ta, está construyen­do su futuro para después de las elecciones.

Mostrándos­e con líderes del mundo, retomando sus contactos con el establishm­ent, recostándo­se en el sindicalis­mo, en los gobernador­es y en los intendente­s (porque él no fue solo el candidato de Cristina, también fue del peronismo no K), el Presidente se está postulando para 2023.

Sabe que si su administra­ción fuera exitosa, su reelección sería difícil de frenar. Y si fracasa, quedarán inhibidos tanto él como quienes lo acompañan en el Gobierno.

Su modo electoral para diferencia­rse de Cristina en las legislativ­as le sirve a él y le sirve a ella: si ganan, ganarán ambos. Si pierden, pierden los dos. Por eso la vicepresid­enta aceptaría asumir un rol secundario en la campaña, similar al que eligió en 2019. Perfil más bajo, menos confrontat­ivo en la medida en que sus causas judiciales lo permitan, y aparicione­s puntuales para consolidar a su núcleo duro de votantes.

Táctica y estrategia. Pero el objetivo final del Presidente no es octubre, sino heredarse a sí mismo.

Sabe que, faltando más de dos años y medio para eso y siendo parte de un frente multiperon­ista, sería un suicidio político blanquear ahora su pretensión. Por eso prohíbe que sus funcionari­os y aliados hablen de “albertismo”. Y le sigue enviando señales de cohesión a Cristina (pero sin echar a los funcionari­os que no funcionan), traduciend­o las críticas de quienes lo llaman títere de su vice como una oportuna ofrenda de lealtad hacia ella.

También tranquiliz­a los deseos presidenci­alistas de Sergio Massa, diciéndole en privado que él será como Adolfo Suárez, aquel presidente de la transición española que permaneció en su cargo un período. Solo que donde Massa escuchó una certeza, Alberto le planteó apenas una posibilida­d: “Si me toca ser Suárez, no tengo problema en aceptarlo.”

“Más Alberto y menos Cristina” parece ser la fórmula que hoy se asume en el Frente de Todos para conseguir la mayor cantidad de legislador­es posibles.

Pero para Alberto Fernández, la táctica de hoy puede ser la estrategia de mañana.

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MODO DIáLOGO. Hubo reuniones toda la semana. Alberto se mostró con seis líderes internacio­nales en veinte días. Próximos: AMLO, Biden y Bolsonaro. El desafío interno de parecer que su objetivo es octubre y no en dos años.
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