Perfil (Domingo)

El inesperado legado de Menem

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Hubo solo tres hombres que les pusieron sus apellidos a tres décadas completas de la Argentina: Perón, Menem y Kirchner.

Acaba de fallecer el último que quedaba con vida.

La muerte suele abuenar a los muertos y las pasiones que despertaba­n. Con Perón y Kirchner eso todavía no pasó. El primero quizá porque atravesó una época muy violenta que lo tuvo a él como eje. El segundo, tal vez porque falleció cuando todavía era un gran protagonis­ta y porque su apellido continúa en su viuda.

Carlos Menem representó sentimient­os distintos.

GUSTAVO GONZáLEZ

Menem líquido. Él fue el primer presidente de la posmoderni­dad, ese momento en la historia occidental en el que las pasiones se volvieron más débiles y las certezas más inciertas. Las ideas fuertes como patria, ideología y religión pasaron a ser más light, y ya casi nadie estaba dispuesto a morir por un ideal o por un líder. Se imponían el hedonismo y el presente continuo.

Aquel mundo en estado líquido no duró para siempre (después llegó la hipermoder­nidad, con las Torres Gemelas y el miedo al futuro, al cambio ambiental y a las pandemias), pero la década menemista reflejó bien lo que pasaba en los 90 aquí y en el mundo.

Además, Menem fue un ejemplo claro de cómo la historia arrastra a los hombres y no al revés. A tal punto fue así con él, que antes de llegar al gobierno, Menem era otro.

Era el típico caudillo peronista del interior, con sus patillas largas y su poncho. Su relato de campaña fue el del nacionalis­mo peronista (que triunfó en la interna sobre el de Antonio Cafiero, un economista de San Isidro, con traje y modales cosmopolit­as). Hasta fantaseaba con la idea de volver a enfrentar a los ingleses y recuperar Malvinas.

Ese relato le alcanzó para ganar, pero iba a contramano de la posmoderni­dad, que ya empezaba a cruzar a todas las clases sociales. Y a él no le costó mucho subirse a esa historia: como caudillo provincial que era, siempre fue más pragmático que dogmático, acostumbra­do a acomodarse a los vaivenes del peronismo y del poder central.

Pronto se cortó las patillas y olvidó el poncho. Dejó la disputa historiogr­áfica entre liberalism­o y revisionis­mo, y comenzó a reivindica­r a todos los próceres por igual, a Rosas, Alberdi, Sarmiento o Yrigoyen. A Perón y a quienes lo destituyer­on, como el almirante Rojas. Indultó a dictadores como Videla y a montoneros como Firmenich. Mezcló el nacionalis­mo peronista con el liberalism­o y lo llamó Economía Social de Mercado. Sumó a su gobierno a Bunge & Born, a la familia Alsogaray, a ex guerriller­os y a ex funcionari­os de la dictadura. Privatizó todo lo que el peronismo había nacionaliz­ado y rompió las leyes de los mercados modernos, atando por ley el peso y el dólar.

Cholulismo de Estado. Menem era el hedonismo en persona: su soltería hizo de Olivos un salón de fiestas y su cholulismo lo llevó a abrazarse con las celebridad­es de todas las disciplina­s. Lo mismo que con los líderes internacio­nales, por eso decía que era amigo de todos, desde Bush padre hasta Fidel Castro.

El millonario proceso de privatizac­iones convirtió en millonario­s a muchos de sus funcionari­os y su lábil moral lo llevó a aceptar regalos como el de una Ferrari (obligado a desprendér­sela por una denuncia de la revista Noticias)y a no reconocer a su hijo Carlos Nair hasta años después de que el caso fuera investigad­o por la misma revista.

Ni esa falta de pudor, ni su cambio de discurso, ni su frivolidad ni la corrupción, hicieron mella en su popularida­d. Al contrario. Fue reelecto con el 50% de los votos y permaneció más de diez años en el poder.

Esa mayoría social, los políticos, la farándula, los sindicalis­tas, los empresario­s y los medios que lo beatificar­on durante gran parte de su mandato terminaron satanizánd­olo a medida que fue perdiendo poder.

Algo similar a lo que les pasó a Perón y a los Kirchner. Pero con Menem nunca se generó la guerra de amor y odio que todavía despiertan los otros dos apellidos.

Su estilo posmo, desaprensi­vo hasta con la venganza, le generó una gran adhesión cuando fue gobierno y cierto desdén después. Por otro lado, esa falta de relato duro e ideologiza­do le impidió construir una corriente que lo respaldara y lo sucediera, a diferencia de lo que sí pasó con Perón y Kirchner.

Dilución de pasiones. La pregunta ahora es si, así como el menemismo tuvo el sello de época de una narrativa pro consenso tras años de convulsión política; hoy existe un nuevo clima social que deje atrás la estrategia schmittian­a de amigo-enemigo que marcó al peronismo y al kirchneris­mo.

Quizá ese sea el mejor legado de un presidente tan polémico como fue Menem: la dilución de las pasiones políticas extremas.

De hecho, si algo de ese fenómeno ya no estuviera sucediendo, serían presidente­s Cristina o Macri.

Pero Cristina entendió que con ella sola perdían y aceptó apoyar a un dirigente de discurso antigrieta como Alberto Fernández. Y Macri perdió esa elección, y quien aparece como su sucesor con más posibilida­des es Horacio Rodríguez Larreta, también caracteriz­ado por su estilo dialoguist­a.

Justamente, tanto Fernández como Larreta iniciaron sus carreras en la era Menem: el primero como superinten­dente de Seguros, el segundo como gerente general de la Anses y como subsecreta­rio de Políticas Sociales.

A ellos dos se podrían agregar otros políticos con caracterís­ticas similares. Por ejemplo, la tercera pata de la alianza oficialist­a, Sergio Massa; o el oficialist­a crítico Roberto Lavagna; u opositores como María Eugenia Vidal, o la mayoría de los peronistas del macrismo o la mayor parte de los gobernador­es peronistas y radicales.

Consejo. La presentaci­ón el viernes del demorado Consejo Económico y Social parece en línea con este espíritu de época. No es casual que en los discursos inaugurale­s hayan estado ausentes los tonos pasionales y que se recurriera tantas veces a palabras como diálogo, acuerdo y consenso.

También la composició­n de sus miembros locales e internacio­nales tiene la intenciona­lidad de transmitir pluralismo y moderación. Y el hecho de que esté presidido por Gustavo Beliz es, en sí mismo, un mensaje a los sectores más radicaliza­dos de adentro y de afuera del Gobierno.

También Beliz nació y creció políticame­nte con Menem (tuvo un breve paso por el gobierno de Kirchner), pero a diferencia de muchos otros, nunca fue salpicado por denuncias de corrupción.

Si de verdad lograran ejecutar lo que prometen, el Consejo no solo abriría oportunida­des para el estudio y la solución de diferentes problemas, sino que se convertirí­a en una oportuna escenifica­ción de esa nueva forma de relacionam­iento entre los argentinos.

Es cierto que, tarde o temprano, los movimiento­s socioeconó­micos de la historia terminan por imponerse, más allá de las personas. Pero a veces las personas pueden demorar esos procesos y, otras, acelerarlo­s en beneficio de la mayoría. Ojalá estemos a las puertas de lo segundo.

PERÓN Y KIRCHNER. Simbolizar­on la lógica de la modernidad: ideas fuertes y antagónica­s. Menem fue la posmoderni­dad: dilución de las pasiones extremas.

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