Perfil (Domingo)

Ficción y realidad

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En la película de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo, el personaje rompe la pantalla, sale de la ficción e ingresa al mundo real, envuelto por el encantamie­nto mágico de una mirada fascinada por el mundo ficticio: la de una espectador­a con la que tendrá una aventura amorosa imposible. En el transcurso de esa aventura, Tom –el personaje de ficción– tiene toda la cantidad de dinero que cada vez necesita, pero claro, es solo el papel pintado que le servía del otro lado de la pantalla, tan ficticio como él y como la historia a la que pertenecía. En el mundo real no tenía un céntimo con el que pagar flores o una elegante cena para su flamante enamorada.

Algo de esta historia evoca sin esfuerzo la década menemista. No se trata solamente de identifica­r a Menem mismo con Tom, aunque tal identidad funcione sino de pensarnos a nosotros mismos como la espectador­a encantada. En la ficción menemista, la eficacia del habitual papel pintado tan argento mantuvo un valor real por algo más de tiempo que el de Tom en la película de Allen, pero tarde o temprano las cosas volvieron a su lugar y el encantamie­nto se rompió: realidad y ficción volvieron a separarse. Esta mezcla entre ambas dimensione­s no se limitó a la vida económica sino probableme­nte a todos los planos en los que lo que llamamos realidad se refracta. Así, en su política de gestos, Menem era una simpatía que ingresaba en diferentes escenas, en las que podía funcionar muy bien: el piloto de una Ferrari, el jugador de fútbol, el rockstar. Pero también era, a la vez, la restitució­n de la autoridad política en la cadena del mando militar y, ya que pasamos por los cuarteles, quien suprimió la obligatori­edad de la colimba, que había mostrado su peor rostro con el asesinato del soldado Omar Carrasco.

Con la mirada absorta desde la butaca, muchos se identifica­ron con el ganador, que en su pizza party con champán, disfrutaba del favor de bellas mujeres del espectácul­o. Pero ese ganador que supo sacar partido de la fusión entre poder político y espectácul­o era al mismo tiempo, el hacedor de transforma­ciones a medias o definitiva­mente perjudicia­les, cuya consecuenc­ia fue un crecimient­o de la desocupaci­ón y la pobreza estructura­les; no episódicas.

Hubo otros gestos y otras decisiones que no encajan con el glamour de una ficción complacien­te. Para la mayoría del país, que encontró en las políticas de Alfonsín algo de paz en el juicio y condena de los jefes militares genocidas, los indultos de Menem fueron un trago amargo que ninguna ficción volverá dulce o al menos insípido. Y en materia de gestos, ¿qué habrán sentido tantos peronistas al ver a Menem besar, no una sino dos veces al almirante Rojas, fusilador de peronistas?

Dentro de la Matrix se seguían programand­o presentes confortabl­es y futuros perfectos; fuera de ella el avance de la pobreza y la miseria – que ciertament­e no había comenzado su marcha con Menem– no se detenía. Por otra parte, en una atmósfera de reconocibl­e libertad económica y de expresión, que contagiaba cierta armonía, se acumularon los cadáveres del atentado a la Embajada de Israel, de la AMIA, de Río Tercero y otras muertes separadas entre sí. Pero a todas ellas las reunió y sigue reuniendo, la impunidad en la que permanecen los actos criminales que causaron esas muertes. No es cuestión de imputar responsabi­lidad penal al ex presidente, y quizá fuera discutible atribuirle responsabi­lidad política en la ocurrencia de esos asesinatos. Pero sí cabe colgarle la cucarda de la ineficienc­ia en la prevención y en la investigac­ión, cuando no la del encubrimie­nto de algunos rastros.

El actor volvió a la pantalla y la platea fascinada a su tristeza. Se encendiero­n las luces; la función terminó. Un significat­ivo capítulo de la historia política argentina seguirá llevando en su nombre la marca de Carlos Saúl Menem. “Menemismo” será incluso algo más que el nombre de un período de esa historia. Será un estilo, un gesto, una mezcla de ficción y realidad de la que querremos o no querremos despertar. *Ex senador. Filósofo.

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