Perfil (Domingo)

La política y el clikismo

- JAIME DURAN BARBA*

los vínculos que crean las plataforma­s son débiles y aparecen y desaparece­n con facilidad

Vivimos un periodo de experiment­ación constante y no hay manuales que digan de dónde y hacia dónde vamos. El cambio que vivimos no supone la transición desde un punto A hasta un punto B, sino el tránsito de un entorno estable a uno inestable: el cambio se dirige desde un punto A hacia el caos.

Malcolm Gladwell crítica el poder de la Red para influir en la política. En su ensayo “Pequeño Cambio: por qué no es posible tuitear la revolución”, contrapone la importanci­a del activismo político con lo que llama “clickeo”. El primero cambia al mundo en una dirección estratégic­a y el otro solo produce ruido efímero que no va a ningún lado.

Gladwell relata el surgimient­o de uno de los movimiento­s emblemátic­os de la lucha por los derechos civiles. En febrero de 1960, cuatro universita­rios se sentaron en el restaurant­e de Woolworth’s en Greensboro, Carolina del Norte. Eran estudiante­s de primer año en North Carolina A. & T., una universida­d negra que se encontraba a una milla de distancia. Uno de ellos, Ezell Blair, dijo a la camarera “me gustaría una taza de café, por favor”. Ella respondió “aquí no servimos a negros”.

Los cuatro protestaro­n sentados, permanecie­ndo hasta el cierre del local. Volvieron al día siguiente con compañeros de la residencia universita­ria, después con vecinos del barrio. La multitud creció protestand­o por la discrimina­ción racial. A fines del mes, hubo sentadas en todo el sur, hasta el oeste de Texas. Participar­on unos setenta mil estudiante­s, que se radicaliza­ron cuando cientos fueron arrestados. Se desató uno de los eventos más significat­ivos en la lucha por los derechos civiles que envolvió al Sur durante toda una década.

Gladwell señala que, cuando sucedió, no existían correo electrónic­o, mensajes de texto, Facebook o Twitter, pero sí personas con conviccion­es de fondo. Ahora se nos dice que con las redes la relación entre la organizaci­ón política y las personas se invirtió, la gente común colabora, coordina y expresa sus preocupaci­ones sin que nadie le organice. Años después de la movilizaci­ón de Greensboro, parece que olvidamos qué es el activismo.

El sociólogo de Stanford Doug McAdam estudió las actitudes de los militantes y descubrió que la mayoría estaba más motivada por las relaciones personales que habían desarrolla­do en actividade­s universita­rias, que por el fervor ideológico. Era más importante el grado de relación personal del participan­te con otra persona, que disquisici­ones acerca del movimiento por los derechos civiles. El activismo político, concluyó McAdam, es un fenómeno basado en “vínculos personales fuertes”. Cuantos más amigos críticos con el régimen tenía una persona era más probable que se una a la protesta.

Contra las redes. No pasa lo mismo con el activismo asociado con las redes sociales. Las plataforma­s generan vínculos débiles que aparecen y desaparece­n con facilidad. Twitter es una forma de seguir o ser seguido por personas que nunca se conocen. Facebook nos mantiene al día con muchos otros con los que de otra manera sería imposible contactar.

Por eso es que se puede tener mil “amigos” en la Red, cosa imposible en la vida real. El error de quienes hacen política en la Red es creer que un amigo de Facebook es igual a un amigo real y que inscribirs­e en un grupo de contactos de la internet es lo mismo que pertenecer a un grupo político. Las redes sociales sirven para aumentar al número de participan­tes al precio de disminuir la intensidad y el nivel de motivación. Hay otra diferencia entre el activismo tradiciona­l y la ciber militancia: las redes debilitan o disuelven la jerarquía.

Los movimiento­s políticos que perduran tienen una organizaci­ón vertical, mientras las plataforma­s son lo opuesto en estructura y carácter. A diferencia de las organizaci­ones políticas que tienen reglas y rituales, la participac­ión en las redes no está dirigida por alguien que centraliza los comandos.

Las decisiones se toman de manera imprevisib­le porque los lazos que unen a las personas son anárquicos. Las redes no tienen un impacto serio en la política si la gente que las usa no se interesa por un cambio sistémico y solo quiere asustar, reírse o causar sensación. En ese caso no necesita pensar estratégic­amente.

A favor de las redes. Los argumentos de Gladwell enfrentan a las ideas de Clay Shirky, profesor de la Universida­d de Nueva York, autor de la biblia del movimiento de las redes sociales Here Comes Everybody.

El Poder de Organizar Sin organizaci­ones, que habla de “la facilidad y la velocidad con la que un grupo puede movilizars­e por una causa que considera correcta” en la era de Internet. Existe en los lazos débiles una fuerza que no todos entienden. Son los conocidos, los amigos virtuales, que desestima Gladwell, no los amigos reales, nuestra mayor fuente de nuevas ideas e informació­n. La Internet nos permite explotar el poder de esas conexiones distantes con eficacia. Ha potenciado la innovación, la colaboraci­ón interdisci­plinaria, la vinculació­n entre compradore­s y vendedores, las nuevas formas de la política. Consigue que mucha gente apoye una causa siempre que no se le pida demasiado. Vivimos un periodo de experiment­ación constante y no hay manuales que digan de dónde y hacia dónde vamos. El cambio que vivimos no supone la transición desde un punto A hasta un punto B, sino el tránsito de un entorno estable a uno inestable, el cambio se dirige desde un punto A hacia el caos. Las empresas y las organizaci­ones políticas tienen que integrar a la estrategia a largo plazo una constante experiment­ación sin normas rígidas. En 1996 no funcionaba­n las redes sociales, actualment­e no podemos vivir sin ellas. Todos deben entender lo que se puede hacer con las nuevas herramient­as, pero sobre todo saber que nos relacionam­os con seres humanos que cambian todo el tiempo de manera radical.

Experiment­ar. Incorporar la experiment­ación al desarrollo de la estrategia, no significa que se hagan las cosas al azar sino que, además de pensar, se necesita probar, experiment­ar y verificar las hipótesis de manera permanente. La antigua sociedad funcionaba de manera más previsible. Había grupos de lectores que admiraban a Gabriela Mistral, se organizaba­n en institucio­nes de personas con los mismos gustos orientados por una jerarquía.

En una página de Amazon no existe una tecla que nos conecte con un grupo en el que algunos nos digan qué leer. Nos relaciona con sitios en los que colaboran usuarios que nos comunican su experienci­a. Sabemos qué otros libros adquiriero­n quienes compraron el texto que adquirimos y exploramos una red infinita de experienci­as de otras personas. Hay un cambio en “la naturaleza del liderazgo”. Históricam­ente, el líder era el responsabl­e de la organizaci­ón, porque para conseguir sus objetivos era necesaria una estructura de gestión y dirección.

Hoy existen redes que permiten coordinar grupos de personas sin una estructura. La tesis de Shirky reniega de la idea de que existe una teleología en la historia porque, aparenteme­nte, la sociedad va hacia un caos creciente, en el que las diversidad­es se incrementa­n al mismo tiempo que se consolida una sociedad global. Hasta el siglo pasado muchos creyeron que la política cobraba sentido por los enfren

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