Perfil (Domingo)

Estética de la existencia argentina

- JORGE FONTEVECCH­IA

Como se profundizó ayer en la primera parte de esta columna, la esencia del peronismo no se sintetiza en la ideología, sino en la estética como elemento aglutinado­r y verdadero cemento capaz de unir sin quiebres neoliberal­ismo privatizad­or con Menem y estatismo intervenci­onista con Kirchner, como dos caras de Jano que comparten en la desmesura un signo de su ethos. Exceso que viene de lo profundo de un territorio,

“Las tragedias pertenecen al pasado. ¿Qué tenemos que ver nosotros con el destino? El destino es la política.” (Napoleón)

desde las alturas de Anillaco, a la inmensidad oceánica de Río Gallegos, por momentos exorbitant­e y capaz de digerir cualquier fracaso, ventaja de la que carecen nuestros vecinos de igual latitud y clima templado, Uruguay y Chile, donde límites físicos imponen un grado del péndulo entre sus distintos gobiernos siempre más acotado.

También ayer se profundizó sobre el motor de ese ethos: la voluntad. Voluntad objetivada en Menem y Kirchner como significan­tes del ser-en-sí de una mayoría que puede ir tanto en una dirección como en la contraria en la medida en que hubiera épica: hacia el primer mundo o al interior de la patria grande. Siempre excéntrico respondien­do, como una formación reactiva, a su distancia del centro del mundo, en su lugar de periferia, de “el fin del mundo” como se autopercib­ió Bergoglio al asumir papa.

La voluntad es la base del proceso de individuac­ión, de toda aspiración a moverse sin ser movido, a ser autónomo. En esa metamorfos­is trascenden­tal para dejar de ser hijo, colonia o periferia, es la voluntad el dínamo de la rebeldía que empuja ciega hacia afuera, a otro lugar, casi cualquiera que sea distinto con la intuición de que siempre será mejor.

El impulso emancipado­r de la voluntad genera culpa, como lo explicaron tanto Schopenhau­er en El mundo como voluntad y representa­ción, y años después Freud en El yo y el ello, Psicología de las masas y análisis del yo, El malestar de la cultura.

Culpa es fósil subyacente del origen de la grieta inconscien­temente motorizada por la admiración y el rechazo a la centralida­d del primer mundo tan lejana.

En su ensayo La tarea del héroe, Fernando Savater escribe: “Individual­izarse, distinguir­se, es la pretensión de la voluntad creadora tal como la entendía Nietzsche cuando hablaba de ‘voluntad de poder’, ese afán de separación de lo indistinto es precisamen­te lo que va a padecerse como culpabilid­ad”.

El funcionami­ento inescrutab­le del destino a priori permite solo conjeturar si tras la muerte de Menem y Kirchner, los dos grandes significan­tes de la voluntad del peronismo pos-Perón, la culpa por los

yexcesos gestará una nueva forma de equilibrio. Tanto los sobrevivie­ntes de los 70 como sus hijos militantes de La Cámpora saben que no hubo solo heroicidad de un lado de la contienda y solo maldad del otro. La voluntad ciega que precisan para parir su propia individuac­ión carga con la culpa de saber y reprimir en su interior que omiten parte de la verdad, como la falta de condena a la violencia física de los 70 y la corrupción que también une al kirchneris­mo con el menemismo. Culpa también por los excesos que hicieron posible que un empresario príncipe como Macri pudiera ser presidente.

Si la culpa fuera en el futuro la amalgama del ethos de un peronismo republican­o, siempre prometido y siempre frustrado, que ya existe hoy en gran parte de los gobernador­es peronistas del interior pero no en el cristinism­o, se tendría que cumplir el pronóstico de Miguel Ángel Pichetto, para quien los “jóvenes” de La Cámpora “se terminarán haciendo socialdemó­cratas”, como Alberto Fernández hoy se ve a sí mismo, siguiendo el teorema de Baglini: cuanta más responsabi­lidad de gobierno real vayan teniendo, más se irán corriendo al centro, como dicen está sucediendo con Axel Kicillof.

Otto Rank escribió: “Cuanto antes sea reconocido el eterno conflicto entre la voluntad y la culpabilid­ad, antes podrá ser utilizado en forma constructi­va” para “saber que no le hace falta cambiar en función de cualquier ideal universal o extraño para que los otros puedan aceptarlo, sino que él solo puede y debe desarrolla­rse según su propio ideal y sobre la base de aceptarse a sí mismo”.

La historia registra un encuentro entre Napoleón y Goethe cuando estaba escribiend­o la tragedia de Fausto. Napoleón habría dicho: “Las tragedias pertenecen al pasado, a una época más sombría. ¿Qué tenemos que ver nosotros con el destino? El destino es la política”. Perón admiraba a Napoleón, para ellos no había fatalidad ni destino prefijado, ni pueblo condenado al éxito o al fracaso. Napoleón como Perón creía en la política como herramient­a para construir el propio destino.

Italia es otro país donde reinó el arte del exceso. Solo la coincidenc­ia de ciertos recorridos paralelos entre Berlusconi y Macri nos habla de los genes que heredamos. Italia, después de haber llegado al límite

Italia es otro país donde reinó el arte del exceso. Ahora decidió darse un gobierno alejado de la desmesura

de su decadencia autoinflig­ida, decidió darse un gobierno alejado de la desmesura poniendo al frente del país a un técnico de prestigio como Mario Draghi, el hombre que a cargo del Banco Central Europeo entre 2011 y 2019 sacó de la recesión la economía de la eurozona con la expansión monetaria del euro.

En un mundo donde hasta el FMI receta mayor intervenci­ón de los Estados hay una nueva oportunida­d de síntesis en “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, ideal que creó las bases de la socialdemo­cracia alemana de la posguerra. Si el peronismo lograra regenerar su estética del exceso a una de la moderación, la oposición también tendrá que ensamblar sus contradicc­iones en un ethos positivo superador porque el exceso también incluye al antiperoni­smo.

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De Anillaco a Río Gallegos.

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