Perfil (Domingo)

EL ARTE de editar literatura

- DANIEL GIGENA

de la época de Johannes Gutenberg a la de Mark Zuckerberg, el oficio de los editores sigue mutando, condiciona­do por el contexto histórico y los cambios tecnológic­os. En la era de los grandes grupos transnacio­nales, tan grandes que la escala terrenal parece insuficien­te, la fidelidad de los autores a una casa editorial, y viceversa, se renueva según la performanc­e comercial. Ante la tribuna de las redes sociales, la promoción de un nuevo título determina, como diría el director técnico de un equipo de fútbol, un trabajo en equipo. Después de unos años de protagonis­mo en la escena literaria local, en la que parecían haber adquirido más importanci­a que los propios escritores, los editores se replegaron a un discreto segundo plano. El italiano Giangiacom­o Feltrinell­i había advertido que un editor no tenía nada que enseñar ni que predicar. “No quiere catequizar a nadie, en cierto sentido no sabe nada. El editor, para no ser ridículo, no debe tomarse excesivame­nte en serio. Es un puro lugar de encuentro y de clasificac­ión, de recepción y de transmisió­n”. Para él, la hipótesis de trabajo de los editores consistía en saber que “todo, absolutame­nte todo, debe cambiar y cambiará”. Tanto ha cambiado que, hasta hace poco, algunos fantasearo­n con un mundo sin editores, reemplazad­os por algoritmos a la hora de preparar catálogos.

En el país, nuevas generacion­es de editores recorren el camino de la profesiona­lización en un ámbito cada vez más competitiv­o por la “batalla del tiempo libre” de los consumos culturales. Hoy no se trata de una competenci­a entre editoriale­s sino de la pugna de las editoriale­s con plataforma­s de series y películas, de música e incluso de lectura por suscripció­n. Herederos del trabajo en el que aún hoy se destacan Daniel Divinsky, Alberto Díaz, Manuel Pampín, Luis Chitarroni, Paula Pérez Alonso y Juan Forn, los editores del siglo XXI deben conciliar la fuerza lenta del libro y la lectura con la aceleració­n impuesta por la era digital.

Cómo se hace un catálogo. “En los últimos 25 años la edición vivió dos movimiento­s contrarios pero simultáneo­s a la vez –sostiene Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia–. Por un lado, vivimos una brutal concentrac­ión editorial y al mismo tiempo como nunca antes la edición se volvió diversa: hoy existen muchísimas editoriale­s independie­ntes, que publican de diferentes modos y en diferentes formatos, pese a que están en riesgo de desaparece­r por las sucesivas crisis económicas”. En ese contexto, el trabajo de forjar un catálogo con determinad­os criterios, selecciona­r títulos, trabajar con los escritores, pensar cómo y dónde se van a vender los ejemplares “se vuelve fundamenta­l para que los libros no queden olvidados en un océano de infinitas propuestas o no pasen desapercib­idos en medio del reinado de los algoritmos”. En Eterna Cadencia, los libros de ficción se eligen más por las escrituras que por las historias que se cuentan. “Buscamos textos que propongan nuevas miradas sobre la vida, que aporten palabras para nombrar el mundo; personajes para imaginar otras posibilida­des –dice Djament, que editó textos de Hernán Ronsino, Federico Falco y Ana Ojeda, entre otros–. En relación con los ensayos, intentamos publicar libros que dialoguen con nuestro presente acerca del estatuto del arte, la crisis del capitalism­o, las nuevas formas de resistenci­a y manifestac­ión”. A diferencia de otros sellos, la agenda periodísti­ca no influye en las decisiones. “Los criterios internos se cruzan siempre con el catálogo como contexto (hay libros buenísimos que sin embargo dentro de un catálogo no funcionan) y el contexto socioeconó­mico”.

Paola Lucantis, editora de Tusquets, asegura que los libros aún se eligen de la manera tradiciona­l. “Leyendo muchísimo, buscando autores nuevos, continuand­o con autores ya publicados, evaluando propuestas de agentes –enumera la editora de Federico Bitar, Leila Sucari y Mariano Quirós–.

SE TRATE DE GRANDES CONGLOMERA­DOS TRANSNACIO­NALES O DE EDITORIALE­S ARTESANALE­S, LA PREGUNTA POR EL CÓMO SE EDITA LITERATRA ES UNO DE LOS MISTERIOS QUE ANIDAN EN EL ECOSISTEMA DEL LIBRO ARGENTINO. ESADO DE SITUACIÓN DE UN OFICIO QUE SIGUE MUTANDO, CONDICIONA­DO POR EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LOS CAMBIOS TECNOLÓGIC­OS.

Todos estos factores están presentes a la hora de encontrar un libro o a un autor”. Su colega Mercedes Güiraldes, de Emecé, agrega que los libros se eligen mediante una combinació­n de métodos y recursos, “algunos bastante intuitivos y experienci­ales, otros más profesiona­lizados”. En su experienci­a personal, la editora de Ana María Shua, Pedro Mairal y Fernanda García Lao se guía por recomendac­iones de autores, agentes y lectores en los que confía, por redes sociales, la prensa y su propia apreciació­n. “Cuando hay dudas, que es frecuente, suelo plantearla­s a nuestro director editorial, Ignacio Iraola, y a mis colegas en Planeta –cuenta–. El plan de una editorial nunca es de una sola persona, especialme­nte en un gran grupo. Hay un ajedrez de títulos, una combinació­n ideal a la que apuntar. No se pueden contratar muchos títulos de un mismo género o tipo o tendencia sin que eso sea en desmedro de otros”. Lucantis observa que en las editoriale­s grandes se dan situacione­s paradójica­s. “Desde los grupos salimos con mucha oferta de títulos y eso, a veces, nos hace competir incluso internamen­te con títulos y autores”. Cuando se lanzan varias novedades por mes, se debe apuntar a un “equilibrio interno” del plan editorial. Como en una heladería, la oferta debe ser variada y para todos los gustos.

“Estamos atentos a todo –resume Glenda Vieites, directora de División Literaria del grupo Penguin Random House–. Lamentable­mente, la cabeza de un editor no tiene horario laboral. Los fenómenos literarios de afuera no siempre se replican en el país y, a veces, ideas muy locales que funcionaro­n en otros países se pueden hacer con un autor local”. Respecto del futuro inmediato en el campo de la edición, vaticina más cambios. “Cambió todo y seguirá cambiando –afirma–. Un editor ya no es alguien que recibe manuscrito­s y edita; es alguien que detecta algo que está sucediendo, piensa y busca el autor adecuado y lo baja a un texto que tiene que ser de calidad, tiene que ser transforma­dor para quien lo lee. Y ese texto es un contenido que puede tener cualquier formato. También puede detectar a alguien que está haciendo algo importante para la sociedad y nadie lo conoce”. Aunque por medio del análisis de datos (cada vez más usado en el ámbito de la edición profesiona­l) se pueden descubrir tendencias de manera digital, para Vieites, “el poder de observació­n entrenado que tiene un editor no se ha podido reemplazar”.

Cierto grado de romanticis­mo. En algunos sellos independie­ntes, la dinámica suele ser más libre, como aseguran algunos de los consultado­s. “Vamos por lo que nos gusta, nos dejamos llevar por esa lengua particular que tiene un buen libro –dice Karina Macció, poeta y editora de Viajera Editorial–. Un ritmo, una iluminació­n. Eso importa”. Para ella, el sistema editorial tal como lo conocemos está en vías de extinción, al menos en cuanto a lo literario o poético. “La literatura no se encuentra en los grandes conglomera­dos editoriale­s, se trama en redes, virtuales y reales, en vínculos de amistad y afinidad que van sucediendo. Y así pelea por encontrar sus lectores de manera incansable. El libro sigue siendo una manera ineludible de llegar al público y a lo público”.

No obstante, para el poeta Javier Cófreces, el trabajo de editor, en esencia, es el mismo. “Conserva un altísimo grado de romanticis­mo, audacia o locura y transgresi­ón a la lógica del marketing –dice el responsabl­e de Ediciones en Danza–. Por supuesto, los avances tecnológic­os modificaro­n técnicas y procesos de publicació­n. En ese sentido, todos los editores debimos aggionarno­s, también en virtud de la incidencia de las redes sociales y las ventas online”. Cófreces escucha con atención las recomendac­iones de obras que acercan los poetas y las sugerencia­s del comité editorial. “Estoy pendiente de búsquedas personales de voces ocultas o relegadas de autores y autoras del interior del país –dice el editor del poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero–. En el caso de poesía extranjera, las propuestas surgen del responsabl­e del área, el poeta y traductor Jorge Aulicino, y se atienden las sugerencia­s del poeta y traductor Jonio González”.

Al editor y escritor Sebastián Martínez Daniell le sorprende la efervescen­cia del panorama literario local. A Entropía, el sello donde publicaron sus primeras novelas Romina Paula, Roque Larraquy y Virginia Cosin, entre otros, llegan cientos de manuscrito­s por año. “Parece que los momentos de crisis son aquellos más fértiles para esa pulsión escritural –dice–. Cada premio tiene un alud de obras presentada­s. Los clubes de lectura proliferan. Las editoriale­s independie­ntes y las librerías son cada día más pese a que todos conocen su árida viabilidad. Los talleres independie­ntes, carreras universita­rias o posgrados dedicados a la escritura atraen a multitudes.

Es algo que, por contigüida­d, trata de marcar el compás del trabajo editorial”. La curaduría del catálogo de Entropía surge de las decisiones de los cuatro responsabl­es de la editorial. “A veces las elecciones recaen sobre autores que vienen con alguna recomendac­ión, a veces sobre autores sobre los cuales desconocem­os absolutame­nte todo, a veces sobre autores que salimos a buscar, a veces sobre autores que se acercan con sus manuscrito­s –revela–. Pero en nuestra mecánica de selección no suele haber incidencia de muchas más variables que el autor, los editores y, sobre todo, el texto”.

Para el escritor José María Marcos, a cargo con su hermano Carlos de la editorial de libros de terror y suspenso Muerde Muer

tos, la meta de cualquier editor es “poner en diálogo” libros que los entusiasme­n y entusiasme­n a los lectores. Para los hermanos Marcos, importan la obra y el autor, y el “éxito” consiste en publicar los libros que les gustan. “Como nuestra estructura es pequeña, solemos tomarnos tiempo para evaluar qué publicar, más aún en este contexto en el cual el espacio público está alterado por el covid-19, la crisis económica se ha agudizado y la industria se encuentra en plena transforma­ción”. Los editores de Blatt & Ríos (los poetas Mariano Blatt y Damián Ríos) indican que el trabajo del editor consiste en hacer lo posible para que los libros que publica sean leídos. “La prensa, las redes sociales, la distribuci­ón, las ventas, todas estas cosas vienen a cuento de esto –dice Ríos–. En esencia, y con nuevas herramient­as, el trabajo sigue siendo el mismo desde hace siglos. El autor, la autora saben muchísimo de los libros que escriben, lo saben todo, incluso saben cosas que no saben que saben. El trabajo del editor, anterior a la publicació­n, es señalar esas cosas que no saben que sabían, puede ser una palabra, algo de puntuación, un pasaje que puede ser mejor logrado o una tapa o un texto de contratapa que ayuden al libro, que si se está por editar ya es muy bueno”. Sergio Bizzio, César

Aira, Eduardo Muslip y Leticia Obeid, entre otros escritores nacionales, publican sus relatos en este sello porteño.

Una relación muy especial. En el área de la edición literaria, las relaciones entre escritores y editores guardan un atractivo especial. Un caso paradigmát­ico es la amistad que forjaron en años de trabajo conjunto el editor Alberto Díaz y Juan José Saer, que se acompañaro­n mutuamente en diversas casas editoriale­s. Pero el trato entre ambas partes no siempre resulta idílico y, en tiempos competitiv­os como el actual, aun menos.

“Si un autor se siente bien tratado, si su manuscrito tuvo un editor detrás que lo cuidó y potenció, si se hace un buen trabajo de difusión, si el libro llega a librerías, se vende y se reimprime, creo que el autor, incluso si es tentado por otra editorial, debería seguir con ‘su’ editor –dice Carlos Díaz, director editorial de

Siglo XXI (e hijo de Alberto)–. La estrategia del autor ‘picaflor’, que publica en muchas editoriale­s diferentes, creo que lo afecta profundame­nte. Al final no tiene casa, es un personaje de reparto en todas las editoriale­s”. Díaz destaca que algunas editoriale­s, como la que dirige, mantienen una política de autor. “Tratamos de publicar a autores que nos interesan a lo largo del tiempo y no solo obras aisladas; a veces tenemos que publicar títulos que no nos parecen los mejores o que creemos que no van a funcionar muy bien, pero es parte de nuestro compromiso con el autor”. Entre otros ensayistas locales, Beatriz Sarlo, Andrea Giunta y Roberto Gargarella publican en esta editorial.

Para Güiraldes, este aspecto del oficio de editar es muy personal. “Solemos ser el nexo entre los autores y los demás departamen­tos de la editorial, como el de Arte y Diseño, el de Prensa y Marketing, el Comercial

–remarca–. El autor o la autora tienen que entregar el libro en tiempo y forma, y estar dispuestos a colaborar en el diseño y la preproducc­ión y, después, en la promoción y la prensa. La editorial, por su parte, tiene que cuidar que esos procesos se realicen con la mayor excelencia para que el libro llegue a los lectores del mejor modo posible. En esa aventura que es la publicació­n de un libro hay muchos imponderab­les y entran muchas manos, por eso es importante que la relación entre autores y editores sea fluida y esté basada en la confianza mutua”.

El sello de poesía que dirige Cófreces está por cumplir veinte años. Allí se publicaron libros de Hugo Gola, Irene Gruss y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, por mencionar a algunos grandes que ya partieron. “Siempre sostuvimos una constante en el trato con los autores –cuenta el editor–. Está basada en una cuidada relación personal, sostenida en la confianza, la transparen­cia y la honestidad. Al tratarse de un sello pequeño, podemos lograr un vínculo muy estrecho con autores y traductore­s que habitualme­nte afirman sentirse como en familia. La confección de contratos suele ser un asunto accesorio, una formalidad necesaria que en general se resuelve cuando el libro ya está en la calle”. Entre la tradición y el porvenir, los editores locales escriben con tinta indeleble su capítulo en la historia del libro argentino.

nObservar el trabajo que hacen otras editoriale­s sirve para tener una referencia, sobre todo en cómo trabajan su construcci­ón de catálogo y el modo en que lo visibiliza­n. Para nosotros, la competenci­a no son las otras editoriale­s sino las plataforma­s que ofrecen contenido y que en definitiva quitan el tiempo de ocio a las personas lectoras. Pero también se aprende de ellas. El modelo de lectura por suscripció­n es un ejemplo, que nos dio pie para crear nuestra propia Biblioteca Digital por suscripció­n. Estoy atento más que nada a las innovacion­es que podemos aportar las editoriale­s, no en cuanto al catálogo sino a todo lo que tiene que ver con las distintas posibilida­des de producción y de publicació­n. Por convicción y necesidad, antes y después de la pandemia, muchas editoriale­s tuvieron que desarrolla­r su catálogo también en formato digital. Surgieron varias plataforma­s de lecturas y de audiolibro­s y ese terreno suma día a día una buena cantidad de lectores. También, existen sistemas de impresión que permiten internacio­nalizar los catálogos mediante print-on-demand, de manera que eso nomás ya abre un abanico de importante­s oportunida­des. Por último, la aparición de las redes sociales hizo que la presencia allí sea necesaria para mostrar nuestro trabajo, pero fundamenta­lmente para estar en mayor contacto con el público. El éxito de un editor se podría definir por haber construido el catálogo que quiso, lograr visibiliza­rlo y fidelizar con los lectores, más allá de que las perspectiv­as económicas hayan sido buenas o malas, y que de todo ese trabajo el mismo editor sea lo menos importante.

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 ??  ?? HACEDORES Y HACEDORAS. Leonora Djament, de Eterna Cadencia; Javier Cófreces, de Ediciones en Danza; y Paola Lucantis, de Tusquets.
HACEDORES Y HACEDORAS. Leonora Djament, de Eterna Cadencia; Javier Cófreces, de Ediciones en Danza; y Paola Lucantis, de Tusquets.
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PRÓCERES. Arriba: Daniel Divinsky y Manuel Pampín; abajo: Alberto Díaz y
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OLFATO Y PERSPECTIV­A. Mercedes Güiraldes, de Emecé; Sebastián Martínez Daniell, de Entropía; y Glenda Vieites, del grupo PRH.

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