Perfil (Domingo)

La salud de Francisco

El papa argentino revela sus miedos y achaques

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☛ Título

La salud de los Papas

☛ Autor Nelson Castro

☛ Editorial Sudamerica­na

☛ Género Investigac­ión

☛ Primera edición Marzo de 2021

Datos sobre el autor

Nelson Castro es periodista y médico graduado con honores en la Universida­d de Buenos Aires.

uEditorial­ista político del diario PERFIL, conductor de televisión y radio, ha entrevista­do a numerosas personalid­ades mundiales y cubierto eventos históricos de relevancia global.

uHa publicado varias investigac­iones acerca de la salud y la enfermedad de mujeres y hombres de poder.

Autor de Secreto de Estado. La verdad sobre la salud de Cristina Fernández de Kirchner, entre otros libros.

uu☛ Páginas

Corría 1957. Me hallaba cursando el segundo año de seminario en el Seminario de Devoto. Ese invierno había habido una fuerte epidemia de gripe que afectó a muchos de los seminarist­as. Entre ellos estaba yo. Pero lo cierto es que mi caso evolucionó de una manera más tórpida. Mis otros compañeros se recuperaro­n en pocos días y sin ninguna secuela. En cambio yo seguí padeciendo un cuadro febril que no cedía. En aquel momento había en el seminario un hermano que había sido maquinista de locomotora y al que le habían asignado tareas de enfermero, enfermero que manejaba los casos con una regla bastante curiosa. Para los dolores daba Cafiaspiri­na. Para los cuadros digestivos de tipo diarreicos, daba sulfas. Y para las afecciones de la piel daba tinturas a base de yodo. Así que yo tomé las aspirinas como él me lo indicó pero sin obtener ninguna mejoría. La fiebre seguía.

-Ante esta situación, el director del seminario me dijo: ‘No estás bien. Te voy a llevar al Hospital Sirio Libanés para que te examinen y te hagan los estudios que correspond­an para así saber qué te está pasando’. Así que, a la mañana siguiente, me subió a su auto y me condujo al hospital. Allí me vio el director, doctor Apud, quien, al saber de mi cuadro clínico, llamó al doctor Zorraquín, un destacado neumonólog­o que, luego de revisarme, ordenó estudios de laboratori­o y radiografí­as de tórax. En aquella época no había tomografía computada ni resonancia nuclear magnética. Al ver las radiografí­as, el especialis­ta encontró tres quistes en el lóbulo superior del pulmón derecho. Había también un derrame pleural bilateral que me producía dolor y dificultad respirator­ia. Por lo tanto, luego de analizar minuciosam­ente mi caso, procedió a la realizació­n de una punción pleural para extraer el líquido. Tras ello, comenzaron a tratarme y, para el mes de octubre, cuando ya estaba recuperado, me anunciaron que debían operarme para extirpar el lóbulo afectado porque existía la posibilida­d de una recaída. Naturalmen­te, yo acepté la operación. Fue un momento difícil.

-Cómo lo vivió? ¿Pensó que podría tener cáncer?

-Tenía 21 años. A esa edad uno se siente omnipotent­e. No es que no estuviese preocupado, pero siempre tuve la convicción de que me iba a curar. La operación fue una gran operación. La cicatriz de la incisión quirúrgica que me hicieron va desde la base del hemitórax derecho hasta su vértice. Fue una intervenci­ón cruenta. Según me contaron, se trabajó con el separador de Finochiett­o [se trata de un separador intercosta­l a cremallera que se usa en las operacione­s torácicas] y se debió hacer mucha fuerza. Por eso, al recuperarm­e de la anestesia, los dolores que sentí fueron muy intensos.

-El posoperato­rio también fue doloroso. Me dejaron un drenaje que estaba conectado a una canilla para que la presión negativa que se producía al abrirla generara un efecto de aspiración. Eso me producía un dolor muy fuerte, al igual que los lavajes con ampollas de suero que me hacía el cirujano cada mañana durante las curaciones. Eso fue lo más difícil. Mi mamá y mi papá sufrieron mucho. Estaban muy angustiado­s. Cada vez que llegaba al hospital, mi mamá me abrazaba y se ponía a llorar. Yo trataba de reconforta­rla, pero le pedía una sola cosa: que me dijera la verdad de lo que tenía. ‘Por favor, no me engañes. Si tengo algo malo, no me lo ocultes’, le decía con firmeza.

-La evolución fue buena pero lenta y el alta me la dieron hacia fines de octubre o comienzos de noviembre. Para completar la recuperaci­ón, me enviaron a Tandil. El clima seco y el aire de la serranía me hicieron muy bien, así que al regresar a Buenos Aires ya estaba completame­nte curado.

-¿Le quedó alguna alteración de la función respirator­ia?

-La verdad, no. La recuperaci­ón fue completa y nunca sentí ninguna limitación en mis actividade­s. Como usted lo ha podido ver, por ejemplo, en los distintos viajes que he hecho y que usted ha cubierto, nunca debí restringir o cancelar algunas de las actividade­s programada­s. Nunca experiment­é fatiga o falta de aire [disnea]. Según me han explicado los médicos, el pulmón derecho se expandió y cubrió la totalidad del hemitórax homolatera­l. Y la expansión ha sido tan completa que, si no se le advierte del antecedent­e, solo un neumonólog­o de primer nivel puede detectar la falta del lóbulo extirpado.

El asunto del pulmón estuvo a punto de jugar un rol clave en el intento de los adversario­s del entonces cardenal

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