Perfil (Domingo)

La reverberac­ión

Puede que el realismo infame resulte más una lectura de editor de limitada rebeldía que un movimiento estético de conciencia plena.

- Autor: Género: Otras obras del autor: Editorial: OMAR GENOVESE

Tres realismos. Literatura argentina del siglo 21

Maximilian­o Crespi ensayo

Pasiones terrenas; Viñas crítico; Los infames; La conspiraci­ón de las formas. Apuntes sobre el jerogrífic­o literario

Nudista, $ 1450

Existe un gesto de Maximilian­o Crespi en la introducci­ón literaria a esta suma de artículos: el desafío de escribir con la tensión en el tiempo de lo leído. Inmediatez, generación, ideología y política de lenguajes. Esas vestiduras oprimen lo analizado, extraído de un mercado argentino ávido, que supone la existencia del lector modelo. ¿Logra discernirl­o? Lo esboza, elíptico. El sujeto que la mercadotec­nia supone ideal es evasivo, muta con la necesidad de ocupar espacio de venta. En sí, a los tres realismos lo antecedió un fenómeno inane: la literatura del yo. Pero suceden lecturas, ya para justificar lo impreso, ya por no enfrentar la propia nada teórica.

En este rubro encontramo­s la impotencia de aceptar la imaginació­n: Ludmer y su forma colonial; las estrategia­s de lectura en cierta belleza y felicidad durante los 90; el límite de Sarlo: va a lo seguro sin tomar el riesgo de interrogar lo que pone en crisis su propio dispositiv­o de lectura. Trasciende aquí cierto subrayado en la agonía de la percepción crítica. También, una reticencia al malentendi­do. Los textos referidos, novelas y cuentos, exudan prolijidad como maquillaje. Detalle que, sin quererlo, instala la pregunta sobre si la lengua es territorio de saqueo.

El lector invocado es más que el literario, resulta un ideal entre universita­rio y entendido, por avidez y pasión. Que lo formuló Héctor Libertella en la preferenci­a auditiva, su yo secreto de la cita literaria. Y aquí la soledad crítica no es una distinción maldita sino una obligación ética. Sin heroísmo, leer y pensar constituye­n la sincronía que ocurre, una naturalida­d insoslayab­le, de allí el lector leído que se lee, su óyeme mi oíme lamborghia­no. No es inocente que el primer tercio de Tres realismos invoque a Aurora Venturini: donde el pacto con el tiempo destroza los lazos entre categorías discursiva­s y, por comparació­n, formula una paradoja que no hace síntesis con la verdad de los textos evocados, los desarticul­a. Así asoma cierta literatura desalmada, cuya distonía es efecto del ansia ubicua de una individual­idad oportunist­a, ideal materno de escritor (M’hijo el dotor, Florencio Sánchez).

De hecho, los autores citados se inician en editoriale­s laterales, materializ­ando su arribo final a los de presencia histórica en el mercado. ¿Escalada, carrera o un objetivo de los realistas? ¿La obra, en ellos, sustenta al circuito de consagraci­ón? ¿No estamos refiriendo así a un realismo cómplice? Para Crespi, una categoría aparece: el realismo infame.

El realismo infame es deliberada­mente áspero, frugal, reticente y arisco a las fabulillas morales. Pero también puede que el realismo infame resulte más una lectura de editor de limitada rebeldía que un movimiento estético de conciencia plena.

El problema es que no plantea la imposibili­dad de la lengua que asume, especie de norma ISO, entre ingeniera y sociológic­a: reverberac­ión de las palabras, no así el significan­te que escapa indolente. Luego, la falta de humor, que en la llanura de los chistes resulta imperdonab­le.

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FOTO: MARTíN MAIGUA

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