Ciudad propia y ajena
Una ciudad otra
Todo libro persigue un ideal: desaparecer. El soporte de lo escrito, aquel objeto en el que la imaginación autoral –que pertenece a la esfera de lo intangible– se hace materia, debe procurar desmaterializarse al ser leído. Que olvidemos su existencia, que sus páginas se hagan humo entre las manos al punto que lo único que registremos sea sentido. Y que al terminar la lectura volvamos a descubrir –con una especie de sorpresa vergonzosa– que aquello era un libro. Claro que este ciclo tiene lugar solo en algunos casos. Como en el de
Una ciudad otra, el primer libro de cuentos de la diseñadora audiovisual y redactora Josefina Arcioni, publicado por Hexágono Editoras.
Una ciudad otra presenta diez cuentos cortos a puro pulso contemporáneo: Arcioni sabe escribir como se lee hoy. Una prosa exacta, precisa y fluida, con un ritmo deliciosamente enloquecedor. Una narrativa escrita (y esta es la palabra) con justicia. Aquí nada sobra y nada falta. La brevedad, la economía, hablan de decisiones meditadas; remiten a una mano ejecutora que sabe –porque lo ha pensado bien– adónde va. Una mano que no lleva al lector de la mano, sino de la nariz.
“El clima de cada cuento es único, diferente”, dice Cecilia Sorrentino en la contratapa, y es cierto. Sin embargo, todos comparten cierta cualidad onírica, el enrarecimiento progresivo del aire, la tensión insoportable construida con gotero. Las maravillosas atmósferas logradas sin recurrir a efectismos. Y el hecho de que cada pequeño elemento esté al servicio del todo: lo que importa es el conjunto.
Los cuentos comparten, además, algo decisivo: son parte del mismo tejido dual. Porque Una ciudad otra es esta ciudad y este mundo, es indudable: allí (aquí) estamos todos, nos reconocemos, nos vemos las caras. Pero esta ciudad y este mundo nunca son uno. Son múltiples, como es múltiple y relativa cualquier realidad. Y la mirada singular de Arcioni, que se parece a la reflexión distante y también al acercamiento temerario, hace que Una ciudad otra sea esta y a la vez sea otra.
Así, atravesamos la bruma siniestra de Sánchez y Metástasis, este último quizás un intento de la autora de poner afuera sus temores de pandemia; la angustia y la asfixia de El fuego y Rosa blanco amarillo; la endeble condición humana en Ilusión y Ex. Otros barrios: La pieza, sorpresivo y sorprendente; Los varones, gran acierto para nombrar las ridiculeces y violencias de la transmisión de la cultura heteropatriarcal; y Va a ser un verano muy duro, que a ritmo de solo de batería conduce al infierno de la tragedia de Cromañón. Por último, Frontera, la entrada lenta a una pesadilla de esas de las que estamos levemente conscientes pero de las que no podemos despertar.
Es que en Una ciudad otra muy pronto todo pierde masa, y los ojos arrasan el texto sin remedio, como una crecida, hasta que solo existe el mundo de la ficción que, nos percatamos recién después de cada punto final, es obra de Josefina Arcioni. Y el libro vuelve a ser libro.
Todo pierde masa, y los ojos arrasan el texto sin remedio, como una crecida, hasta que solo existe el mundo de la ficción, que es obra de Josefina Arcioni.