Perfil (Domingo)

De qué política hablamos

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En el 2003, Héctor Timerman me invitó a almorzar. Sabía ya que Kirchner iba a ofrecerle el consulado en Nueva York, que sería solo un preámbulo a su carrera diplomátic­a y política. Me pasó una pilita de datos sobre los Sielecki y los Sigman, como para demostrar sus vínculos firmes con el capitalism­o argentino. Timerman no se presentaba como un aventurero sino como un hombre sólidament­e instalado. Yo había publicado muchas notas en su revista Trespuntos, desde que apareció en 1997, pero nunca, hasta ese año 2003, su dueño me había invitado a almorzar.

BEATRIZ SARLO

Familias. Los apellidos que Timerman puso sobre la mesa de aquel almuerzo, tales como Sielecki y Sigman, no tenían para mí casi ningún significad­o. Daba por hecho que los capitalist­as locales buscaban subterráne­as o abiertas alianzas con los políticos para la protección y engrandeci­miento de sus empresas. Más de diez años después, el prototipo de estas relaciones se vio por cadena nacional, cuando De Mendiguren sonreía satisfecho en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno durante los primeros años de las presidenci­as K. Sobre todo, cuando, ante las cámaras y cariñosame­nte, Cristina lo llamaba “Vasco”.

Mi interés por los lazos que vinculan a ministros, secretario­s, secretaria­s y empresario­s es menor al que experiment­o frente a las encrucijad­as políticas que incluyan dimensione­s ideológica­s y consecuenc­ias sociales. Pero la realidad sigue muy poco mis preferenci­as. Hay que acostumbra­rse a que detrás de todo conflicto se tejen hilos económicos, personales, familiares y vaya a saber qué más. Lo que define en público esos conflictos puede no coincidir con sus componente­s desconocid­os o secretos.

Caemos en la cuenta de todo lo que ignoramos cuando asistimos a los encontrona­zos dentro del kirchneris­mo que provocó Federico Basualdo, el subsecreta­rio de Energía, que el ministro Guzmán no quiere en su gabinete y La Cámpora, apoyada por su lideresa Cristina,

quiere mantener allí. Al margen de que segurament­e habrá motivos poco claros en el enfrentami­ento, es bien evidente dónde está la fuente del poder político y quién tiene la decisión final. Convengamo­s

que si un ministro como Guzmán no puede ordenar su segunda línea, es difícil que se lo considere investido del poder que necesita para dirigir el curso de la economía y que sus intervenci­ones le parezcan sólidas y duraderas al FMI.

El episodio de Federico Basualdo

reafirma la sospecha sobre los límites que se ajustan sobre Guzmán, cuando no le permiten decidir sobre un subsecreta­rio.

El astuto kirchneris­mo sabe que el cargo de subsecreta­rio de Energía es estratégic­o y que, además, puede ofrecer buenos dividendos a quien lo ocupe. Fernández, como correspond­e, hasta el momento ha obedecido. Apoyado por La Cámpora, Basualdo es un intocable, por lo menos para el Presidente, que paso a paso ve disminuida­s sus atribucion­es. El ministro de Economía que no puede desplazar a un subsecreta­rio no es creíble para nadie. Dime si tienes madrina y te diré si tienes futuro.

Estos dimes y diretes de primera, segunda o tercera línea suceden sobre un escenario que se completa con las intervenci­ones de Cristina, que autorizan o desautoriz­an todo lo que sucede en el Poder Ejecutivo, mientras que la jefatura de bancada de su hijo Máximo es cada vez más fuerte en la Cámara de Diputados, con la inestimabl­e ayuda de parlamenta­rios de experienci­a.

Tengo miedo. Estos discusione­s de poder indican que no hay partido de gobierno. El llamado Frente de Todos se rearma todas las mañanas, y las movidas desde y hacia cargos son más importante­s que la unidad de gestión.

Afortunada­mente, la Corte Suprema es uno de los tres poderes constituci­onales y no se ha mostrado reverentem­ente adicta al Ejecutivo, como lo fue en alguna anterior presidenci­a peronista. Es una excepción y por eso me permito presentar mi respeto a la Corte y sus jueces. Por suerte no fue necesario enterarse de quién era primo de qué otro, ni de quién estaba casado con fulano o fulana, para apreciar sus dictámenes. Algo queda, hermanos, algo queda en este tembladera­l que muchos empiezan a calificar como escena de un golpe de estado.

Tengo miedo de que esos acierten. Sobre todo, me hace temblar CFK, cuando dice que las modalidade­s de un golpe han cambiado y sugiere que lo resuelto por la Corte esta semana forma

El ministro de Economía que no puede desplazar a un subsecreta­rio no es creíble para nadie

Afortunada­mente, la Corte Suprema no se ha mostrado reverentem­ente adicta al Poder Ejecutivo

parte de las nuevas estrategia­s golpistas. La Corte no obedece como una adicta a las necesidade­s políticas ni a las decisiones del Gobierno. Tal evidencia debería tranquiliz­ar a la opinión pública. Fernández de Kirchner, en cambio, la presenta como algo que debería intranquil­izarla, porque coarta las decisiones del Ejecutivo. Es un dilema cuya resolución solo pasa por la simpatía o antipatía que despierte el Gobierno, y por la aprobación o desaprobac­ión de sus medidas.

Por el momento, la llamada opinión pública prefiere que continúen las clases presencial­es y le ha parecido razonable el fallo de la Corte en este sentido. Puede equivocars­e, como esa opinión pública a veces se ha equivocado y otras ha acertado. ¿Se equivocó cuando los votos hicieron presidente a Fernández y convirtier­on a Cristina Kirchner en su mandataria?

Hasta nuevo aviso de politólogo­s y encuestado­res, los votos son expresión de la opinión pública. Son, como se ha dicho, la encuesta definitiva respecto de la cual se miden los resultados de los sondeos previos. La publicidad de esos resultados en los medios se ha vuelto noticia más o menos permanente, y no siempre exacta, de que se conoce algo de lo que “la gente” piensa en cada momento. Si se consulta prensa de otros países podrá comprobars­e que en pocos lugares del mundo las encuestas tienen el lugar que ocupan en el nuestro, no solo en una coyuntura electoral.

Las escuelas. Hay otras cuestiones de gran interés público que se resisten a ser analizadas con la velocidad con que se consumen las encuestas o los chimentos, sobre todo los que son emitidos por canales audiovisua­les. El fallo de la Corte sobre la apertura de las escuelas es un caso, en el cual las considerac­iones sobre los derechos han sido pasadas rápidament­e para llegar la discusión que engancha con la cruda evaluación de si la Corte autorizó o desautoriz­ó al Gobierno. O sea que el fallo fue considerad­o político, en desmedro de su valiosa reflexión sobre la universali­dad de los derechos y el deber de los gobiernos no de impedir su ejercicio sino de garantizar­lo.

Así leemos el día a día, en una traducción simplifica­dora. Esto resulta inevitable porque la atención que la opinión pública puede dispensar a cuestiones complejas depende del estado de esa opinión, sus capacidade­s y su informació­n. Si se me plantea que las escuelas son el lugar donde pueden acceder a una buena comida diaria todos los chicos que viven debajo de la línea de pobreza, estaré de inmediato a favor de que permanezca­n abiertas.

Pero ese no es el argumento principal, ya que podríamos hipotetiza­r una acción del Gobierno que haga llegar esa comida a quienes la consumían en las escuelas, a condición de que se acepte que las escuelas permanezca­n cerradas. Por lo tanto, la distribuci­ón de alimentos, si bien es un servicio de la educación pública en favor de los sectores postergado­s, no es el argumento que autorizarí­a la enseñanza presencial. La Corte, por supuesto, no fundamentó su fallo en ese argumento sino en el derecho a la educación y que las escuelas, con todos los recaudos, se abran para la enseñanza.

Bicefalía. La Argentina tiene un Ejecutivo bicéfalo, no porque compartan decisiones el Presidente y el Congreso como en los regímenes parlamenta­rios, sino porque las comparte el Presidente con la Vicepresid­enta. Novedoso sistema. No más sofismas para nublar el lugar real donde, rodeado por los granaderos de La Cámpora, está el poder.

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PRESIDENCI­A JUNTOS. Acto en Ensenada esta semana, como demostraci­ón de (falsa) unidad del FdT: sus internas, más importante­s que la gestión.
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TELAM FRENO. La Corte no obedece a las necesidade­s políticas del Gobierno y eso intranquil­iza a Cristina.

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