Perfil (Domingo)

El país Billiken

- GUSTAVO GONZÁLEZ

¿Vieron que la oposición quiere mantener las escuelas abiertas porque no le importa si la gente se contagia de covid y que la Corte Suprema falló a favor de la Ciudad de Buenos Aires porque su candidato es Rodríguez Larreta? ¿Y que al Gobierno no le sirve que los chicos se eduquen, por eso quiere las escuelas cerradas?

No son versiones de vecinos aventurado­s, son afirmacion­es de políticos de uno y otro lado, y títulos de los medios.

Literatura infantil. La ex gobernador­a Vidal no era Heidi sino una malvada que decía que los bonaerense­s no merecían una buena salud y por eso no abrió un hospital durante su mandato. El kirchneris­mo está cegado por ser Venezuela y privilegia la compra de vacunas rusas y chinas, mientras rechaza las europeas o estadounid­enses que habrían salvado miles de vidas.

Tomando solo las certezas de los últimos días, también se afirma que Macri encabeza desde el exterior un plan para derrocar al Gobierno. Mientras acá Alberto y Cristina están más unidos que nunca y se dedican a inaugurar viviendas que el ex presidente había dejado abandonada­s porque nunca le importó la felicidad del pueblo.

Con la misma exactitud se explica que Alberto Fernández solo ejecuta un plan económico cuyo ideólogo es Kicillof y que consiste en darle a la maquinita, que es lo único que los populistas saben hacer.

Quienes escriben la historia en este Billiken cotidiano en el que conviven héroes y villanos simplifica­n y comprimen la realidad de tal modo que, a partir de datos más o menos ciertos, terminan construyen­do relatos infantiles solo verosímile­s para los que creen que la realidad es así de simple.

Sé que algunos son consciente­s de eso y que acomodan los hechos a su gusto para satisfacer a sus audiencias con el justificat­ivo de un bien mayor (acabar con el populismo/frenar al neoliberal­ismo). Pero temo que haya líderes que compran lo que venden. Que creen de verdad que los que están enfrente están guiados por un designio maldito. Entonces se entendería que, al estar convencido­s de que Cristina quiere envenenar a la población con vacunas rusas o que los miembros de la Corte Suprema encabezan un golpe institucio­nal, sus respuestas sean tan extremas: es su afán por evitar delitos mayores.

El reduccioni­smo como método de análisis resulta muy eficiente para enfrentar la complejida­d de la realidad. No para entenderla, pero sí para estar convencido de que se la entiende. Y lo que es tranquiliz­ador para comprender la política se vuelve más necesario cuando se trata de problemas más sofisticad­os como los de la economía.

El mecanismo es el mismo: frente al abismo de teorías económicas en pugna, se opta por sintetizar en que los unos son chorros y los otros herederos de la dictadura, en sus distintas variantes. Satanizar siempre es más sencillo

que tratar de entender.

Dos escuelas. La escandalos­a imposibili­dad del ministro Guzmán para echar a un subsecreta­rio de La Cámpora fue la excusa de la semana para aplicar la lógica reduccioni­sta que indica que quien de verdad maneja, o pretende manejar la economía del país, es Kicillof, instigado por el afán cristinist­a de apoderarse de todas las cajas del Estado y aplicar un delirante plan populista.

Al satanizar se pierde la posibilida­d de analizar que lo que transmite el caso del subsecreta­rio Basualdo es parte de un debate muy interesant­e, económico y político.

En el Gobierno conviven dos miradas sobre cómo transitar la pandemia y salir de la crisis. Una es la del actual ministro y la otra, la del ex ministro de Economía.

Las dos se encuadran dentro de visiones más o menos clásicas. Ninguna es una excentrici­dad del capitalism­o.

Para sintetizar, tanto Guzmán como Kicillof tienen formación keynesiana: piensan que el Estado debe intervenir para reiniciar los circuitos productivo­s frenados por la recesión. La diferencia es que Guzmán es el menos keynesiano de los keynesiano­s, más preocupado por la tendencia argentina a la inflación. Y el gobernador, como la mayoría de los economista­s peronistas, cree que la prioridad actual es reactivar el consumo y la producción. Uno presupuest­ó un déficit de 4,5% e intenta cumplirlo (en el primer trimestre logró un déficit de apenas el 0,5%). El otro interpreta que es un error poner en riesgo la reactivaci­ón para cumplir con esa meta.

Show. Calificar a Kicillof de marxista, inepto o loco impide ir al fondo de lo que está en debate. Que es un debate similar al que se da en otros países: más o menos impuestos, más o menos subsidios, más o menos dinero volcado al consumo, más o menos déficit. Biden acaba de elegir el camino de un fuerte intervenci­onismo, lo que llevó a Jorge Fontevecch­ia a titular su columna del domingo pasado “Juan Domingo Biden”, una idea que dos días después tomó el propio presidente. Cuando BasualdoKi­cillof ratifican el tope del 9% a los aumentos de la luz, son coherentes con la hipótesis de volcar consumo al mercado.

Cuando el viernes, Guzmán-Alberto anunciaron refuerzos de 250 mil millones de pesos al gasto social (0,7% del PBI), están aceptando ese camino, aunque el ministro de Economía afirma que siempre será dentro de su previsión del déficit anual. Además de insistir en ir a un esquema de incremento­s de tarifas que discrimine entre los que más y menos tienen.

La mayoría de los gobiernos del mundo de todas las tendencias recurriero­n a mecanismos similares para enfrentar la crisis, y los debates que se dieron y se dan son parecidos. También están los que en cada país sostienen que lo mejor es ordenar ya las cuentas públicas. Ni unos ni otros son monstruos. Piensan distinto.

Verlo como una guerra entre el bien y el mal y no como una confrontac­ión entre diferentes escuelas económicas es funcional al show de la grieta, pero no sirve para discutir con argumentac­iones los mejores pasos a seguir.

Basualdo. El caso del subsecreta­rio expone sin eufemismos esta inédita situación en la que el país es conducido por una alianza en la cual quien gobierna no es quien aportó el mayor caudal de votos, sino el que hizo la diferencia necesaria para llegar al poder. Puede no gustarles a dirigentes del oficialism­o y de la oposición y a una parte importante de la sociedad que Cristina sea la principal accionista de ese frente, pero los millones de personas que votaron por ella no deben querer que su influencia desaparezc­a. Cuando una mayoría guardaba silencio durante los primeros cinco años de kirchneris­mo, PERFIL y la revista Noticias se encargaron de denunciar a aquella administra­ción, pero los resultados de las urnas de su principal heredera son inapelable­s. Mostrar a Cristina como jefa de una banda que quiere copar el Gobierno conlleva el peligro de desconocer ese resultado.

Y el intento de Guzmán de echar al funcionari­o que simboliza la posición económica del cristinism­o, sin antes consensuar la medida con su máxima referente, revela que quizá el ministro tampoco es consciente de la complejida­d política de conducir la economía del primer gobierno multiperon­ista de la historia.

Oficialist­as y opositores escriben una historia infantil de héroes y villanos que genera un buen show, pero...

... impide debates económicos y políticos de fondo. El caso Basualdo es el último ejemplo

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reduccioni­smos. La Corte vota a Larreta, a quien no le importa que la gente se contagie. El Gobierno no quiere que los chicos estudien y compra vacunas rusas y chinas por ideología.
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