La nueva felicidad
Cuando gobernaba Berlusconi en Italia, Umberto Eco se sorprendía de que el empresario ganara voluntades ofreciéndose como una opción ante el comunismo, muchos años después de la caída del Muro de Berlín y de la autodisolución del partido de Gramsci. Más cosas decía por entonces Eco y una de ellas premonitoria: el futuro de Europa, desgraciadamente, es Italia, donde ha comenzado la crisis de la democracia.
Más de una década después, Italia no solo ha visto el retorno al gobierno del fascismo a través de la Liga, el partido de Matteo Salvini, sino que Francia ha desmantelado su sistema de partidos, eclosionando las organizaciones tanto a izquierda como a derecha y dejando en pie el emergente polo social liberal del presidente Macron y la nueva Agrupación Nacional de Marine Le Pen. En el Reino Unido no se han licuado las dos fuerzas, pero el agente catalizador ha pasado por un neonacionalismo que separó a los británicos de Europa. España ha dado el primer paso con un episodio que suma, de alguna manera, contrastes a todos estos movimientos.
Esta semana, la candidata del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso, ha conseguido un triunfo histórico en las elecciones de la comunidad de Madrid, inaugurando una nueva expresión populista de la derecha con ecos del momento Trump y destellos del Tea Party.
Hace apenas un par de años se consolidó el bibloquismo frente al bipartidismo tradicional desde los albores de la Transición. La hegemonía del Partido Popular se vio desbordada por la aparición de una fuerza liberal, Ciudadanos, y de Vox, una opción de ultraderecha. Por su parte, los socialistas vieron emerger a Podemos, una plataforma que conectó con un amplio sector de la izquierda y que confluyó con Izquierda Unida. Al poco tiempo el dirigente Íñigo Errejón se separó de Podemos para fundar Más País.
En 2019, en Madrid, ganaron los socialistas, pero con la suma de toda la izquierda no alcanzaron la mayoría. La confluencia de la derecha sí y otorgaron el poder a Díaz Ayuso. Mientras que Ángela Merkel cortó el paso de Alternativa por Alemania (“no se coopera ni se negocia”) y se considera a la ultraderecha como la principal amenaza para la seguridad, ahora Díaz Ayuso no solo gobernará con Vox sino que les ha tomado la narrativa y ha conseguido pulverizar a Ciudadanos, la expresión liberal con la que gobernaba.
El relato de Díaz Ayuso, como el de Berlusconi que turbaba a Eco, ha sido: “comunismo o libertad”. Pero, en realidad, planteaba encierro o alegría. Después del trabajo, argumentaba en la campaña, un madrileño merece tomarse una cerveza: alimentemos la economía y el esparcimiento social. Solo faltó que dijera: a vivir que son dos días, cosa a la que no llegó porque Madrid es la segunda comunidad en contagios de España, con las unidades de terapia intensiva al 120% y una mortalidad altísima.
La libertad fue gritada en las calles por los seguidores de Vox durante el confinamiento. Díaz Ayuso reivindicó esa sublevación con un programa en el que exaltó un liberalismo económico sin fronteras, impuestos a la baja, privatizaciones masivas en servicios básicos (sanidad, educación, residencias para mayores) y felicidad.
El sociólogo liberal José María Lasalle define su programa como “un proyecto ideológico que se sustenta sobre un hiperliderazgo sin contrapesos partidistas, que busca la prosperidad a toda costa mediante una politización del Mercado como un absoluto virtuoso”.
Díaz Ayuso se ha desprendido de su propio partido ya que ha armado su estrategia y el relato al margen del PP y es por ello que se habla de un hiperliderazgo, inaugurando en España una deriva como la de Macron que viajó, como un radical libre, hacia el liberalismo, pero en este caso hacia la ultraderecha. Solo ha tenido que invocar a la felicidad ante la pandemia. Pero cuidado, la ha proclamado como un derecho obligatorio: el que no es feliz se queda afuera.
Cuando todo pase, porque pasará, recordaremos que confundimos nueva normalidad con felicidad olvidando que antes del Covid la normalidad era estar mal.