Vigencia y legado Los CRÍMENES de POE
“Poe es un proyector de sombras múltiples. ¿Cuántas cosas surgen de Poe?”, se pregunta Borges
Entre los vastos horizontes que despliega la literature de Edgar Allan Poe, una de las piedraas de toque es su enclave como fundador de la literature policial - con "Los crimenes de la calle Morgue"-, como fundador de una manera de descifrar el mundo. En PERFIL, una revision critica a su herencia
Edgar Allan Poe es un proyector de sombras múltiples. ¿Cuántas cosas surgen de Poe?”, se pregunta Borges en El cuento policial, el ensayo que recogió una conferencia pronunciada en la Universidad de Belgrano. La teoría del cuento, la literatura de terror y el relato fantástico son deudores de su obra, pero su aporte más difundido es la invención de la narrativa policial a partir de Los crímenes de la calle Morgue, el relato donde introdujo la figura del detective y el problema del crimen en el cuarto cerrado. Los crímenes de la calle Morgue apareció en abril de 1841 en la Graham’s Magazine de Filadelfia. La investigación como forma narrativa y el detective que resolvía los casos a partir de la reflexión y la lógica se convirtieron poco después en claves del llamado policial clásico. A 180 años de la primera publicación, la influencia de Poe es todavía un misterio susceptible de nuevas interpretaciones.
Dupin, el protagonista de Los crímenes de la calle Morgue, fundó un linaje en el que se inscribieron, entre otros, Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle; el Padre Brown, de Gilbert K. Chesterton, y Hercule Poirot, de Agatha Christie, y tuvo también descendientes heterodoxos como Salvo Montalbano, de Andrea Camilleri, y Kurt Wallander, de Henning Mankell. Otros investigadores parecen más distantes, como Tom Ripley, de Patricia Highsmith, o pertenecer a otra escuela, la que inaugura Sam Spade, de Dashiell Hammett, pero el punto de partida una y otra vez es la creación de Poe.
El refugio del asocial. El ciclo de relatos policiales de Poe (1809-1849) comienza con
El hombre de la multitud (1840), un cuento que Walter Benjamin definió como “la radiografía de la historia de detectives”, configurado en el contexto de la formación de las grandes ciudades europeas y el surgimiento de la prensa masiva. Las fuentes de Poe son, de hecho, las crónicas policiales de su época y sus ficciones inscriben los aspectos inquietantes y ominosos de la vida en la ciudad.
El narrador de El hombre de la multitud está en un café, todavía convaleciente de una enfermedad que no se especifica y que denota un estado común en los personajes de Poe. La debilidad física y el carácter enfermizo, por otra parte rasgos autobiográficos, parecen ser la condición de la agudeza de los investigadores: la debilidad física es el precio del vigor intelectual.
Al caer la tarde, el narrador se pone a mirar a la gente que pasa. La calle está llena de desconocidos y el espectáculo se vuelve más inquietante a medida que avanza la noche, cuando “la retirada gradual de la parte más ordenada de gente” hace visible “toda clase de infamia”: las prostitutas, los borrachos y los delincuentes, a los que individualiza como podría hacer un policía. Un viejo, de pronto, le hace acordar a las ilustraciones del grabador alemán Moritz Retzsch para la edición en inglés (1821) del Fausto de Goethe y comienza a seguirlo, hasta dar con “la zona más hedionda de Londres, en la que todo daba la sórdida impresión de la pobreza más deplorable y de la delincuencia más desesperada”.
Ese viejo representa un arquetipo: es el hombre de la multitud, que “no se deja leer”, según la cita en alemán con que Poe cierra el relato y que constituye el habitante de las nuevas ciudades. La masa, dice Benjamin, aparece como el asilo que protege
al asocial de sus perseguidores y por eso “el contenido social originario de las historias de detectives” –en correlación con las preocupaciones de la época– es la desaparición del individuo en la multitud, el tema de Poe en otro de sus grandes relatos, El misterio de Marie Roget (1842).
Los enigmas de los cuentos de Poe –cómo se investiga un crimen en las grandes ciudades, cómo se identifica a los criminales en una multitud– resuenan en un contexto donde la incorporación de procedimientos administrativos se combinó con desarrollos técnicos para dar forma a procedimientos de control social. La numeración de las casas particulares, el registro estatal de la correspondencia entre las personas, la iluminación nocturna de las calles, por un lado, y la incorporación de la fotografía a la criminalística y la creación de archivos policiales, por otro, conformaron un tejido de registros destinado a ubicar e identificar a las personas en las grandes ciudades.
En El misterio de Marie Roget, Poe propone la ficción como una forma de descubrir la verdad de un suceso que conoció a través de la prensa. No es cierto, como decía Borges, que situó los hechos en Francia para abstraerse del caso real que lo inspiró –la desaparición y asesinato de la joven empleada Mary Rogers, en Nueva York– porque las notas al pie del texto reponen las circunstancias y el mismo Poe aclara en una carta que “bajo el pretexto de mostrar cómo Dupin desenreda el misterio del asesinato de Marie, emprendo un muy riguroso análisis de la verdadera tragedia”.
En la nota al pie agregada después de la primera edición, Poe enfatiza los propósitos de resolver el enigma a través de la ficción y se lamenta por no haber podido examinar el escenario de los hechos. “El misterio de Marie Roget se escribió a gran distancia del lugar del crimen y sin basarse en otros medios de información que los suministrados por los periódicos. Por esta causa, al autor se le escaparon muchos detalles de que pudiera haberse valido en caso de visitar la escena”, dice. Nada que ver con el ideal del detective como un razonador que se desinteresa de la realidad, según el estereotipo cristalizado a partir de la lectura de Borges.
Dupin reconstruye la historia en base a las crónicas de los diarios y, al margen de las deducciones que trama y de las impugnaciones que plantea a las versiones periodísticas, el relato es también una temprana observación sobre el modo en que los crímenes movilizan a la opinión pública y al papel de la prensa sensacionalista, que no se interesa por la verdad de los hechos, dice Poe, sino por la conmoción que producen.
La mirada del detective. Los crímenes de la calle Morgue introduce al primer detective de la historia, el caballero Auguste Dupin, y a la vez un tipo específico de investigador que la
tradición posterior caracterizó como un razonador abstracto. Sin embargo, si bien recurre a la reflexión y a una especie de pensamiento lateral como procedimiento deductivo, el detective de Poe también tiene en cuenta el análisis de la escena del crimen.
Dupin es un joven de ilustre familia, arruinado económicamente y aficionado a los libros.
El narrador lo conoce en una biblioteca y pronto conviven en una vieja casa abandonada, en la parte más retirada del barrio Saint Germain. Tienen costumbres raras, como oscurecer las habitaciones durante el día y deambular por la noche por los suburbios de la ciudad. Las crónicas policiales a que son aficionados los ponen al tanto de los asesinatos de dos mujeres, madre e hija, en el cuarto piso de una casa situada en la calle Morgue.
Si Sherlock Holmes mira con lupa en busca del detalle microscópico, Dupin procura una mirada abarcadora de la escena del crimen y del ambiente urbano y critica a los investigadores policiales. Poe menciona en el cuento a Eugéne-François Vidocq (1775-1857), el primer director de la Sûreté Nationale, entre 1811 y 1827, quien “ponía trabas a su propia visión por mirar el objeto tan de cerca”. En su opinión, “la verdad no está siempre en el fondo de un pozo” sino más bien en la superficie de las cosas. Es el argumento de otro relato célebre, La carta robada (1844): el objeto buscado está a la vista y por eso mismo pasa desapercibido; la virtud del detective no surge de sus razonamientos sino de la profundidad de su mirada.
Vidocq había creado en 1833 el Bureau de Reinsegnements pour le Commerce, primera agencia de detectives. Era un fisonomista, alguien capaz de reconocer a una persona por haberla observado alguna vez, y entrenó a los agentes de la Sûreté para desarrollar ese recurso que los policías argentinos de la segunda mitad del siglo XIX practicaron bajo el nombre de manyamiento. Estudió el argot y realizó pericias de balística, pero sus técnicas de identificación provocaron dudas porque estaban basadas en la memoria y por otra parte en 1842, un año después de la publicación de Los crímenes de la calle Morgue, fue acusado de robo y detenciones ilegales.
Enclaustrado en la biblioteca, Dupin no tiene vínculos con ese aventurero pero su forma de razonar tampoco proviene de las matemáticas ni de la lógica. Los crímenes de la calle Morgue señala el modelo en sus primeras líneas: es el jugador de whist.
Poe encuentra en esa figura dos rasgos que construyen su personaje del investigador: la profundidad con que escruta a sus adversarios, al margen de las alternativas del juego, y la calidad de sus observaciones. El detective es entonces el que sabe qué mirar en la confusión del mundo.
Dupin no se pregunta qué se oculta en el crimen sino qué circunstancias no fueron observadas. La carta robada lleva ese principio a la paradoja: el problema es tan fácil de resolver que se convierte en un misterio. Lo que es demasiado evidente se pierde de vista.
En El cuento policial, Borges dijo que “Poe no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un género intelectual”, pero la afirmación tiene más que ver con sus propias ideas y el culto del relato de enigma. y la oposición a la novela negra. El proyector de sombras ilumina a cada paso grandes creaciones de la literatura. ■
Si Holmes mira con lupa en busca del detalle microscópico, Dupin procura una mirada abarcadora de la escena del crimen